XIII
El Canto de la Tierra
(Canto final de Elegía por las ciudades mayas)
He olvidado de pronto la memoria
y quemé los papeles
del poema perverso:
las bárbaras endechas
de las primeras morenas restregadas
contra el hierro sudado
y el azafrán enfermo.
Ya otros me nombran en las venas
y en mis ojos se asoman dos abuelos
que están plantando olivos y maizales.
Una alondra mestiza sueña y canta
en la trunca pirámide.
Ahí mi corazón sacrificado
ritualiza nupcias
con la hermosura en fuga de los pájaros
y las hondas caricias de la muerte.
Y sin embargo soy,
sigo siendo el que escribe este poema.
Y estoy aquí, en la noche,
en la nutrida noche,
que surcan las candelas de mi nombre
(Jesucristo embriagado con balché,
Balam que escribe con símbolos latinos
lo que ha soñado en maya).
Y soy en mis hermanos, soy el viento,
soy el agua, los fuegos y la arcilla
que cantan en los bosques patriarcales.
Y aquí espero la señal de los tiempos
para encender al Sur, sacudir las sonajas
y devolver a la tierra la poesía.
Despierten los chilames de mi canto,
derrámese mi voz que es sólo sangre,
sangre abierta de luz y pedernales
para decir su ofrenda a las ciudades.
Mérida, te estoy mirando
y se me nubla la voz cuando te miro.
Manos de flamboyanes se levantan
y ante mí doblan sus dedos incendiados.
Se levantan copales, fogatas y campanas,
osamentas de templos, densos humos, luces
extrañas, gritos, metales y sonidos, voces
incomprensibles: lenguaje que otras aves
sembraron en tu vientre, en tus palabras.
Ciudad: vaso lleno de América,
de esta sola esperanza adolorida.
Te estoy buscando, ciudad americana,
y te busco y te quiero
entre estas sombras altas;
miro cómo te enciendes
en las sonoras playas
del continente amargo
hasta el fondo de todas
las cosas que me hablan.
Están vivas las cosas
y conmigo te buscan
el labriego y las gentes más sencillas.
Canta el pueblo y dispara.
Estoy con el obrero
cuando rompe las piedras que te ocultan;
se levantan los hombres y te encuentro
en la aurora que encienden los fusiles;
suda el hombre la vida
bajo nuevas ciudades que despiertan
sobre ojos y selvas que se apagan;
siento la flor y el canto
golpearme la garganta
y así herido de sol y de paisajes,
desato en mis palabras los tigres de la sangre
y oigo voces antiguas, oigo voces
que vienen de lo oscuro…
¡Ciudades! Alta es la Edad,
hondo hasta el corazón, el polvo canta.
Oh, tierra, ciudad mía, madre mestiza
nuestra, con un golpe de soles
educando el recuerdo yo te daré
un poema que será como un hijo.
Acaso será el día
en que todo se despierte
y todo hable.
Seré entonces poeta,
mis huesos serán verdes:
las torres para el canto
que soñó Pizlimtec.
Podré decir tu nombre y tu linaje,
alumbraré tu rostro, despertará el polvo,
nacerán en espigas los muchachos celestes
y los hombres sabrán por qué nacieron.
Yo ya seré mi voz únicamente.
Estaré en Chumayel
y hablaré las Escrituras:
Despertará la tierra por el norte,
Itzam despertará
y lo dirá la oropéndola
en aquel nuestro idioma
de tiernos universos.
El Alba pintando las sílabas del viento.
Saldrán todos los ríos de los pozos sagrados.
Y volverá a brotar la Flor de las Auroras.
Y cumplirán su justo destino los poemas.
(Mérida, 1974 – Toluca 1976)
Raúl Cáceres Carenzo
FIN.