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IV
Capítulo Tercero
LA ERMITA Y EL ARCO DE SAN JUAN
Del Arco de San Juan partía hacia el sur el Camino Real de Campeche por las calles que hoy son la 64 y la 64-A, pasando por la Ermita de Santa Isabel o de Nuestra Señora del Buen Viaje, donde el viajero comenzaba a adentrarse en el campo y a dejar de ver a Mérida.
En el ángulo que hoy forman la calle 69, lado sur del parque “Velázquez”, con la 64, en la cual se apoya el mencionado Arco, está la casa número 524 A, y en su pared que da a la última calle citada, hállase empotrada una lápida de piedra, bastante grande, con la siguiente inscripción conmemorativa de la inauguración del referido Camino Real, acaso la obra más importante de las realizadas en la península por el progresista y malogrado gobernante al que alude:
Año de 1790
Este Camino real se debe
A la personal asisten-
cia, buen celo y prudente
política, con que el Gob.
Cap. Gen. e Inte. de esta
Prov., el Sr. D. Lucas de
Gálvez, supo animar los
estymulos generoso de
un pueblo amante al co-
mún beneficio propen-
so a la liberalidad; en cu-
yo noble recurso halló los
fondos de su abertura y
construcción.
Los Arcos son característicos de Mérida. Se cuentan entre los monumentos más antiguos de la ciudad. ¿Con qué finalidad fueron erigidos? ¿Como puertas, a la manera de las de Campeche, pero sin murallas? Los tres que existían los construyó el Ingeniero Militar D. Manuel Jorge Zezera el año de 1699, hace más de dos siglos y medio, bajo el gobierno del Maestro de Campo General don Juan José de la Bárcena, quien manifestó que servirían de Puertas. Pero nunca llenaron ese cometido. Lo fueron simbólicamente. Ningún rastro se ve de que hubiesen estado empotradas en ellos las puertas que requiere tal servicio. Únicamente el de San Juan hubiese tenido razón de ser para tal motivo, ya que se encontraba al principio del Camino Real a Campeche. Los otros dos subsistentes están, el de “Dragones”, en la esquina del escampado donde hoy se encuentra el Cuartel del mismo nombre, cruce de la calle 63 con la 50, y el del “Puente”, y no daban a ningún camino sino, por el contrario, la hoy calle 63 no tenía salida por ese lado: existía un rústico puente sobre un zanjón en el que se derramaban las aguas negras de la ciudad, de donde le vino el nombre un tanto bombástico.
Lo congruente es pensar que estos Arcos, y los que ya no existen o no terminaron, erigiéronse para señalar el núcleo central de la ciudad, diferenciando las demarcaciones parroquiales y delimitando zonas clasistas, o como adorno de las calles, como opina Ferrer de Mendiolea.
Nuestros Arcos son únicos en la República. En Izamal hay uno, esbelto, de líneas más aéreas que las de los de Mérida, y por su ubicación tampoco pudo servir de puerta.
Hasta 1886, en que escribe don Gerónimo Castillo, existían en Mérida los siguientes Arcos: el de Santa Ana en el cruzamiento de las hoy calles 47 y 60, edificado por el fundador de la iglesia respectiva, Mariscal don Antonio de Figueroa y Silva, Gobernador y Capitán General de 1725 a 1733; el de Santa Lucía, en el cruce de las calles 55 y 60; el de “Dragones”, y el del “Puente” al oeste de la ciudad, el de San Juan al sur; y el “Caído” en el cruce de las calles 70 y 61, y el “Xcul”, o sea, “Truncado”, al poniente. En la calle 58, al sur del antiguo Seminario, se colocaron las bases y fustes de otro. Los de Santa Ana y Santa Lucía fueron demolidos por los años 1820 y 1823, porque amenazaban ruina. Lo mismo sucedió con el impropiamente llamado “El Caído”. El “Xcul” quedó a medias y por eso recibió tal nombre.
Humberto Lara y Lara
Continuará la próxima semana…