Cuba
“UN LUGAR GOURMET DE LA COMIDA ORIENTAL”
ALFONSO HIRAM GARCÍA ACOSTA
Ayer recibí correspondencia de Cuba, una visita al Barrio Chino de La Habana, una reunión de amigos y familia de Guantánamo que se reunieron a celebrar su encuentro en La Habana, ya que se conjuntaron residentes de Miami después del ciclón, guantanameros antes de su huracán, y visitantes recién llegados de Montevideo en Uruguay. Me lo comunicaron y me dieron pie para recabar algo sobre ese agradable Barrio Chino en pleno corazón habanero.
Solo lo he visitado en tres ocasiones, acompañado siempre de dilectos amigos de la cultura cubana: Abel Prieto, escritor, presidente de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC); su vicepresidente primero, el Dr. en Música José Loyola Fernández y el Lic. en Periodismo y Jurisprudencia Humberto Rodríguez Manso, este último ya fallecido. Nos vimos en mi penúltimo viaje a Cuba hace más de 8 años. Fuimos a cenar después de las labores de la UNEAC o de alguna conferencia en la Sala Villena de la misma institución.
Conversar con ellos era llenarme de análisis culturales, históricos y políticos de la vida cubana. La comida era abundante y permitía llevar una buena ración a casa, en esos momentos el Vedado en Paseo y 15. Se servía en platones los manjares orientales: desde chuletones hasta langosta hervida estilo oriental, con abundantes ensaladas, desde luego acompañados de alguna cerveza, ron o mojitos, y se terminaba con té de jazmín.
El Barrio Chino de La Habana se encuentra en el municipio de Centro Habana, provincia de Ciudad de La Habana, en Cuba, conformando uno de los más antiguos y más grandes Chinatown de América Latina. Llegó a ser considerado como el segundo más importante del mundo, tras el de San Francisco en California, Estados Unidos. Sus pequeñas tiendas de abarrotes y restaurantes tuvieron su origen en la acumulación de dinero que sus dueños lograron durante sus años como trabajadores contratados. Los primeros negocios de propiedad china se abrieron en 1858.
A finales del siglo XIX, la inmigración china se asentó en lo que fue el cuchillo de la Calle Zanja y la Calle de los Dragones donde, a partir de 1874, pusieron en marcha comercios y espacios dedicados a diversos servicios, como tiendas, fondas, lavanderías, etc. El barrio chino fue el principal asentamiento poblacional de los inmigrantes de esa nación en el Caribe. A principios del siglo XX, unos 10 000 chinos residieron en 10 manzanas del barrio, y comenzaron a abrir pequeños establecimientos comerciales como fondas, lavanderías, zapaterías y talleres de reparación de relojes. También se abrieron bodegas para la venta de víveres, como aves y pescados secos, farmacias, sederías, tiendas, restoranes, cines y teatros para representaciones operísticas asiáticas. El barrio chino también contaba con una cámara de comercio que funcionaba como bolsa de valores.
Tras el triunfo de la Revolución Cubana, y como resultado del éxodo masivo de chino-cubanos hacia Estados Unidos, el número de chinos puros cayó bruscamente en el barrio y, con ellos, la popularidad de sus restaurantes. También en esos años comenzaron las confiscaciones y nacionalizaciones realizadas sin la consecuente indemnización. Los casi 250 000 chinos y sus descendientes que en él vivían se fueron del lugar.
La Habana es también el único barrio chino que tiene un cementerio propio (Cementerio General Chino, en chino: 中华总义山). Este se encuentra en Nuevo Vedado, cercano a la Necrópolis Cristóbal Colón. En la década de 1990 se restauraron los locales comerciales y se comenzó a celebrar el año nuevo chino y los aniversarios de la llegada de los primeros inmigrantes. Actualmente, solo una porción muy pequeña del barrio chino está habitada por chinos cubanos y sus descendientes.
El pórtico de entrada al barrio, inaugurado en 1999, fue financiado por el gobierno de la República Popular de China con materiales traídos de ese país. Recibe el nombre de «El Pórtico de la Amistad» y se halla en la calle Dragones. Es una estructura de hormigón de tres toneladas, 16 metros de ancho y 12 de alto. Su estructura de columnas y vigas es de hormigón armado revestido de granito gris, y la cubierta es de tejas de cerámica esmaltada en color dorado. Conforma una obra arquitectónica china única en América Latina y una de las mayores fuera de China.
Añoro Cuba, mis días en suelo antillano caribeño con tantas gratas experiencias. El Barrio Chino lo conocí en los años 90, en mis viajes anteriores conocí la provincia habanera, su ciudad. Mis experiencias culturales fueron en el teatro Campoamor, en tiendas como El Encanto y algún juego de pelota entre Santiago y La Habana en paseos familiares. Conocí dos provincias, pero nunca imaginé conocer la isla de oriente a poniente y mezclarme con los personajes de la cultura, historia y periodismo caribeño. Conocí los lugares de nacimiento de mi bisabuelo y abuelo, Holguín y Matanzas, pero nunca encontré rastros familiares de ellos como García, siendo ese otro de los lazos que me une a Cuba en pensamiento y obra. Mis cenas en el Barrio Chino con los personajes que cité al inicio, como Abel, Loyola y Manso, me iniciaron en el conocimiento histórico, cultural y político que ahora está pasando momentos de liquidez económica. México una vez más les tiende la mano para paliar sus problemas eléctricos y de suministros de combustible, mientras continúa el embargo económico de la isla. El Diario del Sureste se lee en Cuba y recibo letras de agradecimiento por ello.
Kwong Wah Po («China Brillante», en chino: 光华报) es el único periódico cubano que se edita en idioma chino desde el Barrio Chino de La Habana. De tipo tabloide, posee cuatro páginas: tres de ellas en chino y la última en español. Tiene una tirada de 600 ejemplares al mes y va dirigido a la comunidad china con informaciones nacionales e internacionales. Es publicada por la institución Casino Chung Wah desde el 20 de marzo de 1928. Su proceso poligráfico se realiza a través de técnicas antiguas mediante un linotipo del año 1900. En la publicación trabajan ocho personas, de las cuales tres de ellos son chinos.
Lo anterior me recuerda cuando el Diario del Sureste se editaba en galeras del linotipo, se amarraban, se entintaban y se ponía papel en blanco para imprimir con rodillo; si había algún error, se sacaba el lingote, se fundía y se corregía la frase; ¡Ay, qué tiempos, señor Don Simón…!
Abur.
Fuentes