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El Atentado del Siglo (Utøya), de Erik Poppe

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Cine

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El 22 de julio del 2012, un ultraderechista noruego detonó un artefacto explosivo en el edificio donde laboraba el primer ministro de ese país en Oslo, causando daños en varios edificios, pero sin pérdidas humanas. El mismo individuo, posteriormente y disfrazado de policía, cruzó a la cercana isla de Utøya, donde las juventudes del Partido Laborista Noruego estaban reunidas, esperando al primer ministro y el mensaje que personalmente les iba a dirigir. En Utøya, armado con una pistola y un rifle, mató a 77 jóvenes, hirió a más de 90, y dejó secuelas postraumáticas en más de 300 jóvenes más.

Cuando un cineasta, en este caso el director noruego Erik Poppe, emprende como proyecto contar cinematográficamente una historia relacionada con un evento como este generalmente es porque desea resaltar algo de la tragedia, o lanzar algún tipo de mensaje al respecto. En El Atentado del Siglo, Utøya, su mensaje lo encontramos en los cuadros finales del filme, cuando hemos acompañado a los aterrados jóvenes en sus desesperados intentos de escapar de la muerte durante lo que parecería un filme en tiempo real, considerando que el atentado duró 72 minutos, y la película prácticamente dura lo mismo.

Hay muchos elementos a resaltar en este filme.

La actriz Andrea Berntzen  y el director Erik Poppe.
La actriz Andrea Berntzen y el director Erik Poppe.

Comencemos por reconocer el estupendo trabajo de la actriz y personaje principal de la película, la joven Andrea Berntzen (Kaja): en sus ojos y en sus reacciones atestiguamos el peso y la gravedad de lo que está sucediendo. Kaja, como muchos de los jóvenes en ese islote, simplemente no entiende qué está pasando, de dónde provienen las detonaciones, y su situación se torna aún más terrible cuando no encuentra a su hermanita en la vorágine por la supervivencia, debiendo comunicarlo a su compungida madre, y teniendo que asumir la responsabilidad de localizarla, de saber qué le ha sucedido, si ha sobrevivido o no, mientras su propia vida está en juego. Cuando nos ponemos en su lugar, es prácticamente imposible evitar sentirse afectado.

El reparto también logra un excelente desempeño, resaltando en particular las muy humanas reacciones de egoísmo y aislamiento que se presentan cuando el conflicto ha estallado. La incredulidad y horror en los rostros del grupo que se ha escondido en el bosque, al decidir contactar telefónicamente a la policía para reportar lo que estaba pasando, y entonces recibe la noticia de que un policía es quien ha estado disparándoles es genuinamente impactante. Los diálogos son muy propios de jóvenes, e incluso las bromas para aliviar la tensión resultan muy reales.

 El director Erik Poppe utiliza una cámara portátil casi durante toda la película, logrando con esto que la cámara –y nosotros con ella– sea un protagonista más en la escapatoria hacia la supervivencia, nos convierte en uno más de aquellos perseguidos por la locura de la ideología del asesino. La mayoría de las tomas son primeros planos, mostrando detalladamente el terror y la interacción entre los protagonistas. Al mismo tiempo, y retornando a aquello del mensaje que desea enviar con su película, tan solo vemos al asesino en una toma, con lo cual evidencia que no desea ensalzarlo de ningún modo, sino dejar muy en claro que los jóvenes expuestos a este acto de intolerancia y violencia son los elementos más importantes de la historia. Me gustó que, al final, con la pantalla en negro, aunque el audio continuaba, pudiéramos darnos cuenta de qué tan cerca se encontraba la ayuda para estos jóvenes, ayuda que llegó 77 vidas más tarde de lo esperado.

Dejo para el final de este comentario fílmico el mensaje del director Poppe. Les comenté al inicio que aparece al final. En los últimos cuadros, con un fondo negro, Poppe nos presenta con letras inicialmente el recuento de víctimas, para luego hablar sobre el perpetrador de este atentado y las motivaciones que esgrimió cuando fue juzgado. Aquí es donde radica su mensaje: el asesino era un noruego Ultraderechista Nacionalista, xenófobo, y el director alerta sobre el crecimiento de esta manera de pensar en Europa, preocupado porque actos como el sucedido en Utøya pudieran repetirse en el futuro, llamando nuestra atención a actuar para evitar que esta tragedia se repita. También retoma las críticas a la actuación de los cuerpos de seguridad noruegos, sobre todo con esa toma en negro que indicaba cuán cerca (y cuán lejos) estaba la ayuda, y con una escena en la película en la que muestra cómo la atención telefónica a los estudiantes que hablaron para reportar lo que estaba sucediendo fue nula. Si bien el atentado duró 72 minutos, la ayuda se encontraba a menos de tres minutos de distancia por bote, y esto fue imperdonable.

Abundando en este fenómeno de la xenofobia, en otras aportaciones literarias les había comentado mi extrañeza ante la abundancia de autores de novelas negras en esas regiones cercanas al Ártico. Después de ver esta película pude entender que todos esos autores han observado lo mismo: la tranquilidad y ambiente apacible de aquellas regiones está perdiéndose, y que los inmigrantes a los países nórdicos están siendo objeto de juicio.

Como mexicanos, nosotros hemos sido víctimas y victimarios de la xenofobia. Es curioso cómo, a la luz de lo anterior, una película como El Atentado del Siglo, Utøya de repente deja de relatarnos un pasaje infame de la historia noruega, y de repente adquiere una universalidad palpable y muy presente. Ese, a mi juicio, es el principal mensaje de Erik Poppe.

S. Alvarado D.

sergio.alvarado.diaz@hotmail.com

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