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Arte
Roy Sobrino ha decidido experimentar con la escultura y el arte objeto y el resultado es cercano a su pintura: una explosión de colores que celebra espontáneamente la vida.
Hay una fuerza por completo instintiva en la forma en que este yucateco se entrega a su creatividad. Quizá por ello sus objetos recuerdan genuinamente artefactos de religiones “salvajes”, según la expresión que se usó en algún momento: no tanto porque hagan referencia a las creencias de algún poblado específico, sino por la fuerza primigenia que desprenden, gracias a la acción del artista.
En la pieza que lleva por nombre Útero de Hilma af Klint sería difícil no ver alusiones a la embriaguez y a la sexualidad. Las uvas que se presentan ante nosotros como un antojo irresistible confirman tal impresión, pues nos remiten de inmediato a la iconografía de lo dionisiaco.
Lo cierto es que, entre todas las divinidades griegas, Dionisio fue sin duda la más “salvaje”. Era el dios que “venía de lejos”, que amenazaba el orden establecido. Era también el dios a quien acompañaban las ménades, mujeres cuya danza extática amenazaba al orden patriarcal por su mera existencia.
Sin duda, la asociación de estos elementos en la obra de Sobrino dedicada a la pionera sueca no es aleatoria. En todo caso, el título que Sobrino decidió darle a su pieza es por completo revelador de la veneración que el artista tiene, no sólo por la mujer que inventó la abstracción antes de Kandinsky, según algunos, sino por aquello que la psicología junguiana llama el anima, arquetipo depositario de la fuerza creativa al que corresponde la noción de alma.
Algunas de las piezas de Sobrino recuerdan tótems surgidos de culturas desconocidas o imaginarias. La pieza Puerta mística, por ejemplo, es una especie de amuleto gigantesco que parece destinado a evocar las divinidades de la selva yucateca, o bien a fungir como algún portal hacia otra dimensión, como bien lo indica su título.
En la pieza Aros olímpicos, tres aros con motivos rituales se yerguen verticalmente, desafiando la gravedad, creando una suerte de ouroboros que simboliza el infinito. La pieza tiene un innegable cariz esotérico, a pesar de su título. También aquí se podría pensar en un tótem, si bien su papel sería el de ponernos directamente en contacto con las estrellas por medio de una frecuencia desconocida.
Uno se imagina a Roy Sobrino elaborando estos objetos en su taller y su jardín tropical, cual Robinson Crusoe que, en su isla solitaria, hubiese tomado súbitamente consciencia de la importancia del arte para seguir siendo humano.
Uno podrá argüir, al primer contacto con las piezas de Sobrino, que el artista se ha inspirado de forma consciente tanto en el expresionismo alemán como en el primitivismo que lo sustentó.
Sin embargo, la espontaneidad y, por ende, lo genuino de la obra de Roy Sobrino es incontestable. Hay en toda su obra, incluida en esta incursión hacia lo escultórico, una frescura que es inimitable y es propia del artista yucateco.
El arte no miente y, aunque haya gente para dudarlo, el estilo es el artista. Basta conocer el carácter de Roy Sobrino para darse que su obra corresponde plenamente a su personalidad.
Si bien no se trata ni de objetos surrealistas ni expresionistas, y aun menos de verdaderos objetos rituales, algo evocan de todos ellos. En todo caso, no podrían estar mejor situados que en medio de la vegetación tropical de la península de Yucatán, a la que la inventiva de Roy Sobrino parece estar irremediablemente entrelazada.
ESTEBAN GARCÍA BROSSEAU