JORGE PACHECO ZAVALA*
Históricamente hablando, el diálogo sostenido entre dos personas o más data de alrededor de dos millones de años.
Según investigaciones realizadas por la Universidad de California y otras universidades como la de Liverpool de Reino Unido señalan que los primeros en sostener una conversación fueron los cazadores de la era del paleolítico. Al parecer, en aquellos tiempos sostenían reuniones para determinar cómo fabricar sus armas, no solo para cazar, sino para cortar o destazar a las cebras, cabras y demás animales que caían en sus trampas o que lograban capturar.
La palabra “conversación” viene del latín “convesatio” que significa reunirse con la intención de darle vuelta a un tema. Por supuesto que lleva implícito el acto de debatir, argumentar, ejemplificar, sostener, dialogar, consensar, acordar, etc.
El arte de conversar se recupera cuando tienes la oportunidad de escuchar, como yo, a dos estimados amigos que rebasan ya los ochenta años de edad. Sus canas, sus arrugas y sus palabras pausadas dan cuenta de los lustros que sus ojos han visto pasar. Son miradas cansadas, pero a la vez ansiosas por descubrir lo nuevo que de tiempo en tiempo suele aparecer. Debo reconocer que me sorprende gratamente que en ellos no se ha muerto la expectativa por lo novedoso, eso que produce la capacidad de asombro que muchos en este tiempo lamentablemente ya hemos perdido.
En esa misma mesa, semana a semana, entre áridos comensales, me encuentro yo, rebasado por ellos en edad y, por supuesto, en sapiencia que el camino les ha otorgado; no sin precio qué pagar a cambio. Yo, una treintena de años menor que ellos, absorbo y digiero sus historias y, sobre todo, intento transformarlas para endilgarles rostros y formas literarias.
La conversación es un acto tan antiguo casi como la palabra; sin embargo, en los tiempos modernos está casi extinta. En su lugar han aparecido las tecnologías en sus diversas manifestaciones. Las nuevas generaciones prefieren imaginar que conversar; prefieren creer que de manera virtual se puede sostener un argumento que permanece o se cae con la mirada ausente cuando las reacciones al conversar son esenciales para entender el rumbo que toma la acción. Mientras se conversa, se aproxima uno a un puerto en donde desembarcan ideas que pueden sorprender a cualquier curioso que estudie u observe por un momento el fenómeno de la conversación.
Entre tópicos tan diversos, como la desaparición de sitios emblemáticos en la bella ciudad de Mérida, está el concerniente a la desaparición de dos cafés que dejaron huella en pleno siglo XX. Me refiero, o más bien, se refirieron ellos, a “El Louvre” y “Ambos mundos”, cafés los dos que congregaban a personalidades como Ermilo Abreu Gómez, Joaquín Pasos Capetillo, el vate López Méndez y otros más, en el caso del “Dos mundos”, entre ellos los poetas Alberto Bolio Ávila, Manuel Sales Cepeda, Antonio Mediz Bolio, etc.
En cambio, en “El Louvre” se reunían toreros, boxeadores y políticos de la talla de Eloy Cavazos, Curro Rivera, “Pulgarcito” Ramos, “Mantequilla” Nápoles, etc. Es por muchos conocida la anécdota de que en una de sus mesas el gran compositor Guty Cárdenas dio vida a su famosa canción “Nunca”.
Escucho con atención mientras levanto la mano para pedir otro café…
Me resulta inevitable que aparezcan en mi mente, casi sin querer, los acordes preparativos para el canto de Joan Manuel Serrat “Caminante no hay camino”, en donde de manera intertextual toma las letras del ilustre poeta español Antonio Machado, haciendo de esos versos un entramado magistral con los suyos.
Al final del día, siempre parece ser verdad: “Se hace camino al andar…”
Nos leemos en el próximo café…
Excelente columna, me deja mucho para reflexionar, saludos. A