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El amigo Idel en tres tiempos

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Letras

El atardecer desde el campanario de la iglesia de San Agustín, en Tekantó. Foto de Google.

Juan José Caamal Canul

Primer tiempo

Hubo un tiempo una generación de jóvenes. No nos unieron las ideas ni algún credo sino la afición por la música del momento de ese entonces, hoy llamada Post Disco, y, lo que me temo en algunos casos, la efímera despreocupación.

Éramos adolescentes y solo bastaron unos meses para que las tormentas individuales convulsionaran nuestras vidas, luego todo sería diferente. Cada uno tomó caminos distintos, los que la vida y las expectativas personales, familiares y económicas nos impusieron.

Fuimos una generación que solo tuvo conocimiento de sí mismos y de los otros hasta que coincidimos en un solo espacio: la escuela secundaria. Nunca nos habíamos visto, acaso solo prefigurado, ya que teníamos lejanas referencias. Hasta ese entonces nos conocimos.

Unos, aquellos, provenían de Santa Rosa, Chempec (el nombre completo del rumbo se obtuvo de la ex hacienda Chapultepec, Salsipuedes), y nosotros de San Román, popularmente conocido como El Cabo, la Fátima, particularmente La Estación. Rumbos dispares y extremos.

Las circunstancias nos pusieron en un solo espacio y eso nos marcó para siempre. Quizá un poco también la plaza, inmensa, desierta, oscura, luminosa, libre, opresiva, democrática, sectaria y convergente.

Idel era Ildefonso, pero su nombre abreviado –Idel– nos era fácil y sencillo de pronunciar. Le recuerdo ahora por muchas cosas, aunque tan solo voy a citar tres anécdotas, una que él vivió, otra que compartimos y una familiar.

Comienzo por la familiar.

Nos contaba de la emoción y sentimiento con que su abuela tocaba y acariciaba las trenzas del cabello de su hermana, segmentos de cabellos cortados por alguna razón y, en algún momento, quizás el paso de la niñez a la adolescencia. Fue, pienso, algo femeninamente trascendental lo que hizo que aquello ocurriera. La abuela, nos decía, las guardaba en una vitrina y algunas tardes las tomaba amorosamente para observarlas, pasarles con ternura la mano. Entonces la emoción la embargaba, quizá recuerdos de ayeres infantiles que se ponían de manifiesto y desvanecían como pompas de jabón.

Otra que nos contó fue porqué Teodoro El apache es El Apache.

Las veladas de la primaria Guillermo Prieto eran de antología y convocaban a las mayorías. Tuvo en su plantel y nómina a un profesor recién graduado, inquieto y con ideas nuevas que aplicar.

Por ejemplo, además de las veladas que organizaba, modificó el modo de realizar los desfiles de aquella escuela, que en lo personal impactaba. La secundaria tenía su banda de guerra y su escolta; la primaria en la que estábamos, su escolta. Los maestros nos acompañaban, vigilando que no perdiéramos la marcha, el paso redoblado, y la marcha en silencio cuando estábamos en reposo, es decir, marcando el paso aun sin andar.

La primaria Guillermo Prieto tenía su escolta. Con la bandera desplegada, un alumno de los últimos grados marcaba el paso con un tambor. El golpe poderoso retumbaba en las cuatro paredes del cuadrángulo de la plaza y con ese ritmo marcaba la marcha, andando o en reposo, de los alumnos. Ahí estaba entonces ejerciendo su ministerio…

Continuará…

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