Leyendas del Mayab
XXXVI
EN QUE SE HABLA DEL VENADO, DEL PAVO MONTÉS Y DE LA SERPIENTE
Una noche, una noche en que la luna doraba las altas ceibas de la finca rural y el vasto silencio sólo era turbado por esos como ruidos misteriosos que vienen de la selva, a la puerta de su cabaña un indio me narraba la enorme tragedia de su raza.
La silueta del hombre se recortaba en la claridad lunar como un ídolo hierático, y el fondo sombrío del bosque vecino le hacía un marco digno. Hablaba gravemente con la voz reposada que le es habitual, sin contracción alguna en el rostro, ni gestos ni ademanes, sentado al modo indio, orientalmente, sobre sus piernas desnudas. Un ambiente de vieja angustia se respiraba en aquel momento como si de las honduras del paisaje nocturno fueran de pronto a salir fantasmas evocadores de un pasado sangriento y ominoso. El viejo maya relataba los horrores de la conquista en su idioma fuerte y armonioso al mismo tiempo. Replicó al final:
–Así debió suceder porque así se anunció a su tiempo. Sólo los dioses pueden saber la razón de las cosas y es inútil tratar de que no ocurran. Todo está bien cuando los dioses ordenan lo que ha de suceder, pues nada de lo que no deba ser puede ocurrir. No somos dueños de nosotros y es fuerza someterse a la voluntad de aquel que lo ordena todo. Pero, así como sucedió aquello, ocurrirá también lo otro, pues así como nuestra ruina fue anunciada a su tiempo, así también se ha anunciado nuestra redención futura. Los chilam, que son los profetas de nuestra raza saben las cosas que han de ocurrir porque están en contacto con la palabra santa de nuestros dioses. Unos chilam nos anunciaron lo uno. Otros chilam ha habido que han anunciado lo que no ocurre todavía pero que ocurrirá a su tiempo. Día llegará.
–Indio de piel tostada por el sol, indio de mirada que parece penetrar el infinito y penetrar las almas y penetrar la esencia de las cosas, indio maya, tus palabras son misteriosas. Dime con más claridad tus pensamientos. Yo sé tu historia, conozco tus fatigas, tus lágrimas y la injusticia que te persigue, y el dolor que tuerce tus riñones y fustiga tus espaldas como para recordarte siempre tu tragedia. Pero no sé tus cosas ocultas, no sé de los augurios que tú sabes. Habla, tú que penetras los misterios, tú que sufres, tú que esperas, habla y pon en más claridad tus pensamientos para que mi entendimiento pueda alcanzarlos.
–Sabrás, me dijo entonces, que cuando nuestro Dios Grande hizo nuestra tierra que no se parece a ninguna otra, dio a tres de sus animales la supremacía sobre sus compañeros. Por algo habrá sido así. Esos tres caracterizan mejor que ninguno otro la tierra del indio, esta tierra que es siete veces santa y siete vidas ha de tener, y son esos animales el venado, el pavo montés y la serpiente cascabel.
El venado es ligero como el viento que vuela de un extremo a otro de nuestra tierra sacudiendo los árboles y levantando el polvo de los caminos. Es ligero como la flecha que se escapaba del arco tenso de nuestros antepasados cuando iban de un extremo a otro de esta tierra en son de combate.
El pavo montés reina en los montes bajos, pero antes reinaba en los más altos. Su grito es estridente y se oye de muy lejos. Antes se oía de tal modo que se oía de un extremo a otro de esta tierra.
La serpiente cascabel es astuta y cauta. Sabe de las curas milagrosas y también de los maleficios que dañan, y suena sus cascabeles como un anuncio de vida o muerte. Reptando atraviesa muchas leguas sin que se la sienta. Así se paseaba antaño de un extremo a otro de esta tierra.
Dice la tradición que cuando los chilam predijeron la conquista, el venado lloró, lloró mucho en los campos, y así se formaron las sartenejas en donde hoy bebe bebiendo sus lágrimas, y así ha de seguir bebiendo en tanto las cosas no cambien. Se dice que lloró tanto que por eso le quedaron los ojos muy abiertos y muy húmedos. Que el pavo montés huyó a las selvas más intrincadas y que desalentado ya no pudo volar muy alto y por eso se oculta en los montes bajos. Y se dice que la serpiente cascabel disminuyó el número de sus cascabeles para no ser oída en lo posible, porque antes todo su cuerpo estaba lleno de cascabeles que sonaban como música, y hoy sólo los lleva en la cola, ocultando los demás, y hoy cuando suenan producen miedo.
Esto es lo que se dice y ha de ser lo cierto porque lo dijo quién pudo decirlo, pues sabrás que cuando los hombres blancos comenzaron a conquistar esta tierra, había en Aké, lugar en que se dio una gran batalla, un famoso adivino que sabía de todas estas cosas, y ese fue el que anunció también lo que habrás de oír, e hizo saber la misión que aquellos tres animales tienen por cumplir en esta que es su tierra.
Entonces, cuando esa batalla, el adivino lloró, lloró mucho, se dice que estuvo llorando varias lunas seguidas y que así sin secarse el llanto dijo con voz ronca lo siguiente:
Las profecías se cumplen porque es necesario que se cumplan. Las profecías se cumplen siempre en todas las partes de la tierra. Fuerza es que ocurran todas las cosas que están latentes en el seno del tiempo porque no pueden quedar estancadas allí como quedarían las aguas en las nubes sino descendieran sobre la tierra. Pero esta nuestra hora aciaga no es de muerte. Es de expiación y fortaleza solamente. Pero todo pasa, todo pasa como pasa el viento, como pasa la lluvia, como pasa el día. Todo va y todo vuelve. Todo vuelve y todo va. Sólo el espíritu es lo que no pasa y el espíritu de la tierra del indio maya no pasará nunca. Así no importe a nadie lo que pasa y seguirá pasando hasta que el tiempo se detenga y se produzca el cambio. Vendrá el día nuevo, Vendrá, yo os lo anuncio con mi boca que es la boca por la cual hablan los genios que nos guardan. En tanto que estén en pie las ceibas de los montes, y en tanto que estén abiertas las cavernas que hay en el suelo del Mayab, esperad el día nuevo porque es fuerza que venga. Entonces veréis cosas extrañas, pero sobre todo veréis éstas que desde luego os anuncio:
Veréis al venado cruzar de un solo salto de un extremo a otro de nuestra tierra. Oídlo bien, de un solo salto, porque el venado será el mensajero que lleve rápidamente la buena nueva a todos los lugares, llamando a los indios para que posean nuevamente la tierra que fue suya. Cuando veáis al venado saltar así, entonces será que ha llegado el día. Esperad. Esperad, el venado irá de un solo salto de un extremo al otro de nuestra tierra.
Veréis de nuevo al pavo montés remontarse otra vez muy alto hasta traspasar las copas de los árboles más altos. Subirá tanto que su sombra se distinguirá de un extremo a otro de la tierra del indio. Porque el pavo montés será el que haga la señal a todos nuestros hermanos para que recuperen esta tierra que fue suya. Esperad. Esperad. El pavo montés volará tan alto que habrá de distinguírsele en todas partes.
Veréis a la serpiente cascabel sacudirse con frenesí sonando todos los cascabeles de su cuerpo, pues habrá de sacar a flor de piel los que hoy oculta. Porque la serpiente cascabel con ese sonido que habrá de oírse de un extremo a otro de la tierra, será la que convoque a todos los indios para que se junten en ese día. Esperad. Esperad. Esperad, la serpiente cascabel sonará todos sus cascabeles y habrán de oírse en todos los confines del Mayab
Y esa es, agregó el indio, con voz rítmica de graves inflexiones, esa es la profecía que aún no se cumple, pero que habrá de cumplirse a su tiempo, y todos los indios esperamos en ella. El indio sabe que el venado afinando está cada vez más sus pezuñas para estar listo; que el pavo montés alisa cada vez más sus alas para estar listo; que la serpiente cascabel pule cada vez más sus cascabeles para estar lista. El indio maya sabe que así es porque lo ha visto, porque lo ve siempre.
Y por eso el indio sigue con la vista ávida al venado cuando inopinadamente lo sorprende en el bosque, y mira emocionado a lo alto cuando alguna ave de gran tamaño se cierne, en el espacio, por ver si es el pavo montés el que sube, y por eso palidece cuando oye el sonar de los cascabeles de la serpiente verde.
Calló el indio, y en la vasta soledad de la noche, dijérase que se oía lejano, saliendo de las profundidades del tiempo, el eco de los vaticinios.
Luis Rosado Vega
Continuará la próxima semana…