Leyendas del Mayab
XXXV
LA CABEZA ERRANTE
Pool en lenguaje de las gentes mayas quiere decir cabeza. Y esta es la tradición que se refiere a la pool que camina sola, que es como si dijéramos la tradición de la cabeza errante.
Tú que lees y comprendes lo que lees, cuida mucho de no andar de noche cuando hay luna, sobre las sombras que los árboles proyectan en el suelo.
Porque tus pies pueden hechizarse.
Porque tus ojos pueden hechizarse.
Porque todo tu cuerpo puede hechizarse.
Y porque tu misma vida puede concluir de pronto.
Si vas a caballo por los caminos de esta tierra en las noches de luna, desvíalo de esas sombras, porque si no puede caer inesperadamente y tú con él, y quedar ambos como clavados para siempre en el lugar.
Si vas a pie, no pases, caminante, sobre esas sombras que proyectan los ramajes, porque posiblemente tropieces con la pool, con la cabeza humana que sale en esas noches a errar por el mundo, y solo va sobre esas proyecciones de sombra, acaso para confundirse con ellas, pues desea no ser advertida. ¡Ay de ti, si tienes ese encuentro! En todo caso, si por ineludible necesidad te ves forzado a pasar sobre esas sombras, no bajes la vista, que es peor ver la cabeza que tropezarla, aunque todo es malo. Por eso es mejor evitar ese paso.
Siete veces siete te lo digo, como dice el indio, para que siete veces siete lo recuerdes.
Así se viene contando desde hace siglos.
Vivía en una pequeña tribu un matrimonial cuya vida no era feliz.
Cosas raras había en la mujer que el esposo indio no se explicaba. Se dice que el celo es como el veneno de la serpiente wóolpoch’. Mata cuando penetra en el corazón. Como veneno de la serpiente wóolpoch’ había caído en el corazón del indio.
Acaso su mujer lo engañaba con otro y de ahí esas rarezas que observaba: parecía que preocupaciones graves embargaban el ánimo de la mujer, o como si el remordimiento, delator supremo le saliera al rostro. Así pensaba él, porque los celos habían picado su corazón como si la wóolpoch’ lo hubiese picado.
Maquinó en consecuencia sorprenderla. Un día anunció a la mujer que iría a su milpa, pero que no regresaría sino después de varios días, por ser mucho el trabajo pendiente.
Y a su milpa fue, pero con el corazón corroído y el ánimo dispuesto a la venganza, para lo cual determinó regresar a su morada mucho antes de lo que anunciara. Sorprendería así a su mujer que no esperándolo se habría de entregar con más libertad a sus liviandades.
Y, en efecto, una noche tomó el camino de su hogar. De noche más fácilmente la sorprendería.
Tan ensimismado y lleno de rabia y de dolor iba, que no oyó al gato montés que al verlo pasar le dijo: No vuelvas a tu casa todavía. Ni oyó al tunkuluchuj que le dijo: Mejor es que regreses a tu milpa. Ni oyó a otros animales que le decían: No vuelvas todavía, no vuelvas.
Ciego de celos regresó a la casa y cuál no fue su asombro al no hallar en ella a la mujer. La llamó varias veces y hasta a gritos, pero sus gritos se desvanecían en el silencio profundo de la noche sin que nadie le respondiera. Tuvo entonces el presentimiento de que algo extraordinario había ocurrido. Se dirigió anhelante a la pequeña cocina y el espanto heló su cuerpo. Vio lo que no esperaba.
Vio sobre la banqueta de hacer las tortillas de maíz la cabeza de su mujer. Había sido separada del tronco como cortada a cercén. Trató de encontrar el cuerpo y no lo halló ni tampoco mancha alguna de sangre, de modo que todo aquello estaba lleno de misterio, lo que aumentó el terror de que se sentía poseído.
Además, y esto era lo espantoso en demasía, la cabeza conservaba la vida, pues se movía, voltejeaba los ojos fijándolos con tenaz insistencia en el hombre, pero sus labios estaban mudos, aunque haciendo esfuerzos visibles por hablar.
Pavor de muerte empujó al hombre fuera de la cocina, y fue a consultar con el más sabio de los adivinos. El adivino se hizo repetir la relación tres veces desde el principio hasta el fin, y tres veces desde el fin hasta el principio, porque dijo que así debía ser. Entonces el hombre le aclaró el terrible trance en que se hallaba.
-Te casaste, le dijo, con una mujer bruja, aunque ignorándolo, y tú no conoces sus prácticas. Escucha: en el nombre del antro negro, en el nombre de la lechuza, en el nombre del sapo, en el nombre de la serpiente, en el nombre de la piedra verde, en el nombre de la sangre, en el nombre de las entrañas, te conjuro a oír, saber y no hablar a otras gentes.
Entonces puedo decirte que la mujer bruja tiene el don de abandonar su cabeza separándola del cuerpo. La cabeza pierde el habla, pero no la vida ni el movimiento, y hasta alguna vez, aunque muy rara, puede recuperar la voz. El cuerpo entonces toma la cabeza de algún animal o de alguna cosa deforme o mala, y se va a sus correrías por el mundo. Todo esto, como comprenderás, ocurre de noche, y cuando ya va a amanecer deja el cuerpo la cabeza que no es suya, concluye el hechizo y recupera su cabeza natural, volviendo la bruja a su ser normal. Tu mujer es bruja, eso es lo que ha pasado.
-Hombre de la sabiduría, y qué he de hacer, dijo el indio afligido, para librarme de esta situación, porque yo no podría seguir viviendo así.
-Si abandonaras tu casa, ella te seguiría enojada y te haría víctima de sus artes. Sólo hay un medio de librarte de ella, y es sacrificándola, esto es, hacer que no pueda volver a recuperar su cabeza humana. Escucha, pero no has de hablar aunque por hacerte hablar haya quien te queme la boca. Si hablaras, que el antro negro sea tu cárcel, que la lechuza te horade el cráneo, que el sapo orine tus ojos, que la serpiente te pique en el pecho, que la piedra verde te abra el vientre, que la sangre te ahogue, que las entrañas te estrangulen. Escucha: vuelve a tu casa, toma sal bien molida, haz sobre ella siete señales, la primera poniendo tú una mano sobre tu otra mano, la segunda, entrelazando los dedos de ambas manos, la tercera encogiendo los dedos y abriéndolos sobre la sal como si arrojaras algo sobre ella, la cuarta trazando sobre el montón con la mano derecha varios círculos, la quinta trazando con la mano izquierda otros tantos círculos en sentido contrario, la sexta golpeando la sal con el nudillo del dedo del corazón de la mano derecha, la séptima hundiendo ambas manos entre la sal, y al sacarlas rociarás con la sal que naturalmente quede adherida a ellas los cuatro vientos. Todo esto lo harás en el rincón de tu casa que quede entre el oriente y el sur. Coge después la cabeza, y aunque veas que sus ojos lloran, y aunque oigas que hable, pues sucede que llega a hablar de dolor, aunque como te he dicho, esto es raro, úntale bien la sal en el cuello. Déjala luego en el mismo lugar y abandona tu casa. Tu mujer, si haces lo que te digo, no podrá nunca recuperar su ser humano y quedarás libre.
-Así lo haré, respondió el esposo, disponiéndose a marchar.
-Más de medianoche es ya, replicó el adivino, date prisa, debes hacer cuanto te he dicho antes de que amanezca. Si demoras no podrás hacerlo, porque la bruja tendrá tiempo de recuperar su cabeza, y tampoco tendrás otra oportunidad porque ya se dió cuenta de que estás enterado de todo.
Aún no palidecían las estrellas cuando ya el indio frotaba con fuerza el polvo de la sal hechizada en el cuello de la cabeza, en el lugar en que parecía haber sido cortada a cercén. Y sucedió una cosa horrible. La cabeza movía los ojos abriéndolos desmesuradamente, y hacía muecas de una angustia espantosa, como si se diese cuenta de lo que se le hacía y sufriese mucho. Movía los labios pugnando por hablar y tanto fue su esfuerzo que, al fin, aunque confusamente y con voz que parecía extrahumana pudo pronunciar estas palabras:
-¿Por qué me haces este daño? ¿Por qué me untas sal hechizada? ¿Qué mal te hice yo para que me condenes a no volver a mi vida natural? Yo era una buena mujer de mi casa, yo te quería, yo me sentía feliz a tu lado, pero por fuerza debía dedicarme de cuando en cuando a mi oficio de bruja que heredé de mis antepasados, y que no podía dejar de ejercer pues hubiera muerto. Ya ves que para esto escogía las horas en que estabas fuera, en las noches que salías de casa. Me has sorprendido y me das la muerte, pero eres injusto pues no te he hecho daño alguno, sino antes bien te quería mucho.
El marido llegó a conmoverse con estas palabras, y por el horrible sufrimiento de que daba muestras la cabeza. Pero ya la obra estaba hecha y no tenía remedio. Bien restregada de sal estaba la garganta y ya la mujer habría de permanecer decapitada por los siglos de los siglos.
Dejó el indio la cabeza sobre la banqueta, y aunque transido de pena pues los ojos de la misma lloraban vivamente fijos en el marido, se alejó para siempre de la casa y es fama que nunca más se supo de él. Al siguiente día los vecinos entraron a la casa pues en la madrugada habían estado escuchando como lamentos y quejas, y en la cocina encontraron el cuerpo decapitado de la mujer, pero la cabeza no estaba, lo que aumentó su turbación, sospechando que la infeliz había sido asesinada por su esposo, a quien se buscó en vano por todas partes. Sólo el adivino del lugar sabía lo que había ocurrido, pero no habló.
La cabeza había huido hacia los montes, dice la tradición, y agrega que esa es la pool que desde hace muchos siglos va en las noches de luna errando por los caminos, pero especialmente sobre las sombras que proyectan los ramajes de los árboles, procurando hacer todo el daño posible a los hombres que encuentra a su paso, en venganza de la muerte que le dio su esposo injustificadamente; y que por eso escoge esas sombras, para confundirse con ellas y atrapar más fácilmente a sus víctimas. Y dicen los que han podido verla que parece achatada sobre el suelo como si fuera también una sombra, y que así va rodando, rodando, y seguirá rodando eternamente.
Muchos casos se cuentan de gentes que han sido encontradas bajo los árboles, muertas y con los pies llagados. También se han encontrado bestias en igual estado. Seguramente tropezaron con la pool dice el indio, sobrecogiéndose de terror
Tú que lees y comprendes, ya lo sabes. Cuídate de la cabeza que va caminando sobre la tierra en las noches de luna.
Si la tropiezas tus pies pueden hechizarse.
Si la pisas puedes quedar paralizado en el mismo lugar.
Y si la ves al mismo tiempo que la pisas, puedes morir en el acto.
Cuídate de ella.
Luis Rosado Vega
Continuará la próxima semana…