Leyendas del Mayab
XXXIV
DE LAS BROMAS PERVERSAS DE JUAN T’U’UL
Se dice muy antigua esta leyenda. En lengua de mayas t’u’ul se llama el conejo indio, y lo del nombre de Juan ha sido un agregado popular que vino después de existir la leyenda.
Llegó la Colonia y, como ocurrió con varias cosas de estas, al nombre T’u’ul agrególe el indio otro español, el de Juan, cosa muy natural pues a diario oía estos nombres, y así el animalejo del cuento vino a llamarse Juan T’u’ul, o sea Juan Conejo, dicho todo en español.
Aquí aparecerá el pobre conejo como un ser malvado, pero es justo aclarar que no solamente no lo es, sino por el contrario, es un animalillo de índole inofensiva y dulce y tímido como el que más. Pero pasa que el espíritu del mal escoge animal para introducirse en él y poder fácilmente hacer de las suyas. El pobre conejo sufrió una vez de esa transmigración en su propio ser y fue cuando se dio a cometer las perversidades que van a narrarse. De manera que se ha de entender por Juan T’u’ul cuando ocurre que se introduce en él el espíritu maligno.
Muy crueles son a veces las bromas que gasta inspirado por el demonio que se apodera de él.
Dígalo si no la pobre ku’uk, como en lengua de dios se llama a la ardilla india que también es muy pacífica e ingenua.
Es el caso que un día la ku’uk, que es como una buena señora, se paseaba muy tranquilamente por los montes cuando acertó a pasar cerca de una cueva y oyó unos lamentos que salían del interior y la curiosidad y su natural bondad de alma la llevaron a ver de qué se trataba condoliéndose de antemano del desdichado que encerrado allí, sin duda estaba sufriendo.
Y encontró a Juan T’u’ul en muy apurado trance al parecer. De pie sobre sus patas traseras, el conejo sostenía con las delanteras la bóveda de la cueva. Naturalmente la ku’uk no sabía que el conejo estaba en esos momentos poseído por el espíritu del mal, y acudió presurosa a él con propósito de socorrerlo.
-¿Qué te pasa, amigo t’u’ul -le preguntó compasivamente-, por qué estás en esa situación tan apurada?
-Ay, maam -contestó el otro que fue como decirle madre-, aquí estoy obligado a esta posición y seguramente moriré de hambre o por aplastamiento, pues está al desprenderse la bóveda de la cueva y para que no se me caiga encima tengo que sostenerla con las dos manos. Ya ves si es infeliz mi suerte. Si dejo de sostenerla cae y me mata, y si sigo sosteniéndola acabaré por morir de hambre. Si supieras maam cómo me agobia el cansancio. Pienso que ya no podré resistir más tiempo.
La ku’uk se dolió mucho de la situación del conejillo, y éste aprovechando taimadamente los buenos sentimientos de la ku’uk le dijo en tono suplicante:
–Maam, tú eres muy buena; yo sé que tienes un corazón excelente pues tienes fama de caritativa, y sin duda te compadecerás de mí. ¿No me harías el servicio de ayudarme sosteniendo la bóveda por sólo algunos momentos mientras descanso?
Al punto condescendió la ku’uk, tomando el puesto del conejo para sostener la bóveda.
-Gracias, maam, -le dijo el otro -pero ahora voy afuera un instante en busca de alimento, y regresaré en seguida. Entretanto no apartes las manos de la bóveda pues si dejas de sostenerla caerá sobre ti y habrá de matarte.
Todavía accedió la pobre ku’uk encareciendo al conejo que volviese trayendo algunos palos para sostener la bóveda y quedar así los dos libres de todo cuidado. Ofreció el otro hacerlo así, pero el caso fue que no volvió.
Cansóse la ku’uk y, cuando ya no pudo más, sospechando que había sido víctima de un perverso engaño, fue apartando poco a poco las manos, y entonces pudo darse cuenta de que la bóveda no estaba en tan malas condiciones como para derrumbarse, pues apenas si cayeron algunas costras cuando al fin la soltó completamente.
Disgustada, salió en busca del conejo para reclamarle tan mala partida, y caminando, caminando volvió a tropezar con Juan T’u’ul que se refocilaba en un espeso zacatal. Trató el conejo de ocultarse al verse sorprendido, pero no tuvo tiempo.
-Ya te sorprendí, le dijo la ku’uk, me has jugado una mala partida y has hecho muy mal.
Ingenuamente la ku’uk se propuso aconsejarlo. El otro la oyó pacientemente y confiando en que los conejos se parecen mucho entre sí, replicó a la ku’uk.
–Maam, me parece que sobran tus consejos, pues creo que estás equivocada. Yo no soy el que crees. Desde hace mucho tiempo estoy de servicio en este rancho del cual nunca salgo. Yo no conozco ni siquiera la cueva de que hablas. Si me encuentras en este zacatal es que mi amo me envió a buscar unos fardos de zacate que necesita para techar su casa. Por lo demás me parece que ese conejo de que me hablas es un mal conejo a quien no se le debe tener consideración alguna. Si lo encuentras castígalo como se merece.
Confundida quedó la ku’uk, dudando si habría o no acertado, pues pensaba que era en efecto posible que hubiese confundido a un conejo con otro. Entretanto Juan T’u’ul formaba un gran haz de zacate, y tratando luego de cargarlo simulaba no poder.
-Pesa mucho exclamó, dirigiéndose a la ku’uk. Tú eres muy buena y no me negarás un poco de ayuda. Vamos a dividir en dos estas cargas y seguramente mi amo que es una excelente persona habrá de agradecértelo, y aun habrá de premiarte.
Túvole compasión la ku’uk, y aceptó. Formó Juan T’u’ul dos haces y arrojó uno sobre las espaldas de su compañera, pero inmediatamente le prendió fuego, y se dio a la fuga sin hacer caso de las lamentaciones de su víctima.
La ardilla comenzó a pedir auxilio sin que nadie pudiera oírla, doliéndose de haber dado crédito a las mentiras de Juan T’u’ul, pues ya no le quedó duda de que él era. Pudo al fin apagarse no sin sufrir dolorosas quemaduras, y continuó su camino, pero esta vez dispuesta a castigar al perverso si lo encontraba
Y lo encontró, lo encontró suspendido de un xtáabkanil, o sea un bejuco muy flexible que pendía de un árbol muy alto. Allí estaba jugando maroma. Subía o bajaba a voluntad pendiente del bejuco al cual ordenaba que se alargase o encogiese.
«Bejuco del demonio, le decía conjurándolo, estírate, encógete». Y a esta orden del conejo, en quien entonces residía el espíritu malo, el bejuco se estiraba hasta dar en lo más alto del árbol, o se encogía hasta dar en el suelo. El animal vió a la ku’uk, pero se hizo del desentendido, continuando el juego.
-Hoy si no vas a engañarme, mal conejo, le dijo la ku’uk llena de enojo; hoy si voy a castigarte y voy a emplear este mismo bejuco para azotarte.
-No, no soy el que crees, le decía el otro tratando de engañarla de nuevo. Hace tiempo que vivo en este árbol, y me balanceo para pasar el rato.
Pero la ku’uk estaba segura de que era el mismo y en el momento en que el extremo del bejuco llegaba hasta el suelo lo asió para desprenderlo y azotar con él al incorregible; pero Juan T’u’ul se aprovechó de esto para arrojarse a tierra conjurando al mismo tiempo al bejuco para que volviera a levantarse, Y en efecto volvió a subir arrastrando consigo a la pobre ku’uk, y como ésta no sabía las palabras del conjuro, allí en la altura quedó chasqueada, mientras Juan T’u’ul haciéndole muecas de burla, huyó hacia los campos vecinos.
Pudo al fin descender la ku’uk, pero ya el conejo había desaparecido, y entonces se dio a buscarlo con ahínco, resuelta a no dejarlo ya escapar sin un duro castigo.
Pero Juan T’u’ul se había ocultado no lejos y observaba los movimientos de la ku’uk. Cuando vió que ya estaba en tierra, adelantó el conejo un buen trecho hasta ponerse fuera de su alcance. Entonces el taimado se dejó ver exprofesamente. Corrió la ku’uk para alcanzarlo, pero Juan T’u’ul, corrió más, y así siguió mostrándosele y corriendo cuando la otra estaba a punto de alcanzarlo. Mucho estuvieron corriendo ambos, y cuando el uno consideró que ya la otra estaría rendida se ocultó y preparando el bebistrajo llamado báalche’ con que se embriagan los indios, llenó un calabazo con aquel líquido y nuevamente salió al camino, después de haberse untado la cara con las hojas del mismo árbol para no ser reconocido.
Dejóse entonces alcanzar por la ku’uk la cual no reconociéndolo en aquella traza, le dijo:
-Oye, amigo, ¿no has visto a Juan T’u’ul, por aquí?
-No sé de quién me hablas, respondió el conejo. No conozco enteramente a ese conejo. Es primera vez que oigo su nombre.
La ku’uk estaba rendida y fatigada de las carreras que había dado, y como se moría de sed, al ver el calabazo que es el depósito en que los indios acostumbran llevar agua, le dijo suplicante:
-Dame un poco de agua para apagar mi sed.
Esto era lo que quería y esperaba Juan T’u’ul y al instante le repuso:
-Sólo me queda un poco de agua, pero me das pena y voy a dártela, y le alargó el calabazo.
La ku’uk lo empinó al punto creyendo que contenía agua. Dióse enseguida cuenta de que no era tal, pero ya no había remedio, ya había tragado el báalche’ y pronto la borrachera comenzó a surtir en la ku’uk sus efectos. Y borracha quedó en efecto, pero pudo ver que el conejo limpiándose la cara, volvía a ser quien era, mientras burlándose como siempre le decía:
-Anda, vieja chocha, castígame si puedes.
Imposible, la ku’uk no podía tenerse en pie y optó por tenderse a dormir la borrachera.
Cuando despertó ya repuesta, Juan T’u’ul había desaparecido. No se dió, sin embargo, por vencida y se puso nuevamente en camino en persecución del conejo.
Entretanto Juan T’u’ul, había llegado a una aguada de linfas muy frescas, a orillas de la cual, metido en el agua se alzaba un poste. Supuso que la ku’uk lo estaría buscando y resolvió jugarle la última partida. Para el efecto trepó al poste y esperó.
Y no esperó mucho. Llegó a poco la ku’uk, pero no vió a Juan T’u’ul que estaba en lo alto, ya como tenía mucha sed se acercó a la aguada con objeto de beber de sus aguas. Entonces vió la imagen del conejo reflejada en las linfas, y la tomó por el mismo animal, cosa que la satisfizo pues pensó que en el agua más fácilmente lo atraparía.
-Hoy si no te me escapas conejo del diablo, le dijo. Ya me has hecho muchas y menudo será el castigo que vas a recibir.
Y se metió en el agua con idea de echarle el guante. Pero como no llegaba a asirlo a pesar de su afán, pensó que estaría en el fondo y haciéndose el cálculo que si el conejo no se había ahogado a pesar de haberse hundido tanto, tampoco ella se ahogaría, se sumergió hasta lo más hondo. Y ocurrió lo que era de esperarse. La pobre ku’uk pereció ahogada, entretanto Juan T’u’ul trepado al poste reía maléficamente de su víctima, es decir, reía el espíritu malo encerrado en el cuerpo del conejo.
Luis Rosado Vega
Continuará la próxima semana…