Mayab
XX
EL VENADO Y LA TIERRA DEL MAYAB
Ágil es el venado que corre por los montes de esta tierra maya. Parece que vuela como una flecha disparada por un joven indio.
Ágil es el venado como si todo su cuerpo fuera hecho de nervios.
Parece cuando salta como si un arco se curvase tenso en el espacio.
Ágil y fino, sus remos son como agujas que apenas tocan la tierra.
Parece cuando corre como si corriera en alas de los vientos.
Ágil es el venado, tan ágil que es difícil el atraparlo vivo.
Parece por lo esbelto un animal al servicio de los dioses.
Tiene los ojos hermosos y muy tiernos y dulces, y húmedos como si hubiese llorado siempre.
Tiene la piel bellamente manchada. Su piel que es suave como si fuese de terciopelo, está salpicada de pequeñas motas blancas.
Tiene las orejas erguidas y vibrantes, como si fueran dos aguzadas hojas de lanza.
Tiene las pezuñas delgadas y finas y en donde las asienta marca con ellas las formas de las mismas manchas de su cuerpo.
Ningún animal como el venado es más bello en esta tierra que del Mayab se llama.
Pero no fue así en todos los tiempos. Allá en los más lejanos, cuando esta tierra fue la sede de los grandes reyes y de los grandes acontecimientos, el venado no era tan ligero en el correr a través de las selvas, ni era su piel manchada ni obscura, sino más bien clara de modo que no pudiendo confundirse ni con la tierra que hoy se le parece en el color, ni con los matorrales del campo, ofrecía mejor blanco a los cazadores, quienes lo perseguían incesantemente con sus flechas.
Se le sigue cazando con insistencia, pero en aquellos tiempos lo era más. Sigue siendo el animal preferido del indio maya, pero en aquellos tiempos lo era más. Porque su carne es fina y apetitosa como no hay otra. En aquel tiempo era manjar que se ofrecía hasta a los dioses. Así en las grandes fiestas no faltaba esa carne que aderezada en píib, que es como decir cocida bajo tierra, trasciende a gloria. No se sabe de banquete de reyes, ni de príncipes, ni de sacerdotes en que no luciese como el plato más rico. Ni en las grandes ceremonias, ni en las mesas de las gentes de más fortuna. Fue muchas veces carne de ofrenda.
Además, su piel era tenida en la mayor estima, por flexible, por resistente, por hermosa y bella. Ninguna otra mejor para ser cruzada al pecho y para hacer escudos protectores que en los recios combates guardaban a los guerreros contra flechas enemigas. De piel de venados escogidos eran los escudos y las cotas, y lucían muchos adornos con plumajes los más ricos y raros, y con huesos finamente labrados.
Por todo esto era el venado el animal preferido en la caza y en la guerra, y a punto estaba de extinguirse su especie, pero el dios de los animales no quiso que así fuese y he aquí como procuró mejorar su condición y su seguridad.
Sucedió que un día un pobre cervatillo corría despavorido. Trémulo estaba su cuerpo y llenos de espanto sus grandes ojos. Unos cazadores le iban a la zaga con cruel tenacidad, disparándole sus flechas hasta llegar a acorralarlo. Corría, corría velozmente, cuando de pronto cayó al fondo de una cueva, lastimándose al caer.
Regada está de cavernas esta tierra del Mayab, unas con agua que son los cenotes, otras sin ella que son las cuevas secas. Pero entonces los venados no las conocían, además de que los matorrales cubrían la boca de aquella en que el animalito cayera.
Comenzó el cervatillo a quejarse lastimeramente por el dolor de sus heridas, y tan intensos fueron sus quejidos que llegaron a oídos de los genios buenos de la cueva, los cuales acudieron al punto donde yacía y curaron sus heridas. El venado es dócil, es humilde y es cariñoso, y aquel lamía afanosamente con su lengua suave y tibia las manos de sus salvadores en señal de agradecimiento.
-Cervatillo tímido -le dijeron compadecidos los buenos Genios de la gruta-, ¿qué deseas de nosotros para el bien tuyo?
-Deseo -contestó al punto-, estar más protegido contra los hombres que persiguen a los venados para alimentarse de nuestras carnes.
Entonces los genios le dijeron:
-Bien está. Haremos de modo que puedan los venados confundirse con la tierra y con los matorrales del campo. Así podrán fácilmente despistar a los cazadores. Además, los venados no conocen las cuevas de que están llenas los montes. Tú ya has conocido esto. Instruirás a tus compañeros, los demás venados, de la existencia de estas grutas que son asilo seguro en caso de mayor peligro.
Y así fue hecho. Tomaron los genios en sus brazos al tímido cervatillo. Sacáronlo al exterior de la caverna. Expusiéronlo al sol conjurándolo al mismo tiempo, porque dicen los indios sabios que es el sol el que pinta las cosas y los seres vivientes. Y así poco a poco fue cambiando de color la piel del cervatillo, hasta que quedó del mismo tono de la tierra káankab que es peculiar a este suelo de los mayas. Entonces los genios dijeron al venadillo:
-De káankab es esta tierra que es nuestra tierra. Aquello que sea del mismo color y se pegue a ella, con ella será confundido. Así serás tú -le dijeron-, y todos los demás venados, los que ya existan y los que hubiesen de existir. Llenos de breñas están los montes de la tierra maya, de breñas y matojos cuyo color es igual al de la tierra káankab. Aquello que sea del mismo color y se pegue a ellos, con ellos será confundido. Así serás tú -agregaron-, y todos los demás venados, los que ya existan y los que hubiesen de existir.
Por último. le dijeron:
-Pondremos en el instinto de los venados de esta tierra el conocimiento perfecto de la existencia de las cavernas para que encuentren en ellas un asilo seguro, y de hoy más serán los venados la representación más perfecta de la tierra del indio. Color de tierra tendrá su piel y los puntos que la manchan serán como las bocas de las cuevas de que está regada.
-Y ahora vete, cervatillo maya -le dijeron-. Recorre los campos, encuentra a tus hermanos. Los hallarás con su nueva piel, color de tierra káankab. Háblales de las cavernas que tú ya conoces, diles que son un asilo seguro, que el venado perseguido las alcance y se introduzca hasta las profundidades en donde no puede llegar el hombre.
Saltando de alegría el cervatillo se lanzó campo traviesa en busca de sus compañeros, y fue llevando a todos la buena nueva.
Y se dice que desde eso el venado es como es, por lo cual a veces el cazador, si no es muy experto, lo confunde con la misma tierra y con los matorrales entre los cuales se guarece cuando se siente perseguido, y se refugia frecuentemente en las cavernas, allá en lo más profundo, allá en donde aún no llega el pie del hombre.
Luis Rosado Vega
Continuará la próxima semana…