Mayab
XVI
CUANDO GRAZNA LA LECHUZA
Tunkuluchuj se llama en lengua de indios mayas la lechuza. Es pájaro de mucho simbolismo en la vida de estas gentes, y tanto que hasta cantos populares, y por cierto de muy extraña belleza, se le han compuesto.
Es ave muy agorera y sus trazas lo muestran claramente. Reflexiva y seria parece sumida en continua y profunda meditación. Gusta de la soledad, jamás se la ve en compañía, y prefiere los lugares en ruinas, o los viejos campanarios de los templos abandonados. En estos sitios vive habitualmente, y desde ellos recatada en su soledad parece que observa la vida desde lejos.
Cuenta la leyenda que es una vieja bruja maya que al morir hubo de convertirse en esa ave, y que por eso hace vida de bruja, aunque alejada de todos. Quién sabe; lo que sí es cierto es que solamente deja de noche sus lugares, ignorándose a qué ni a dónde va. Se la ve cruzar como una mancha obscura bajo el cielo y pronto se la pierde de vista. Algunos creen que la traga la noche, otros dicen que va a ocultarse en las nubes negras, hay quienes aseguran que va de aquelarre a los cementerios abandonados, y hasta hay quienes afirman que haciendo veces de sacerdote va en busca de moribundos para ayudarlos en el trance final de su vida. Esto es lo que dicen los indios, y hasta algunos que no lo son pero que han penetrado en la vida de estas gentes.
Sus ojos son muy grandes y redondos, y muy expresivos y muy ardientes, tanto que en la oscuridad parece que llamean y por eso acaso huye del sol, porque la lumbre solar la lleva plenamente metida en sus pupilas que fulguran, y ven con insistencia tanta que se diría que horadan lo que miran, especialmente cuando ve al hombre. Parece que mira entonces dentro de su mismo cerebro. Es un ave muy bella; su color es pardo con algunas manchas a veces muy hermosas. Es de gran tamaño y fuerza, y sus alas muy recias. Cuando se alza al espacio, lo hace majestuosamente, y el batir de sus alas produce un ruido especial. Si no se la ve en esos momentos, sí se la siente, y parece entonces que es el mismo viento el que habla con voz gruesa y sin palabras.
El tunkuluchuj yucateco es un buen pájaro. Se cuentan de él muchas cosas que infunden miedo, sin embargo es una ave muy domesticable y muy cariñosa con el amo como puede serlo un perro. Muchos ignoran esto y más se atienen a las brujerías que le achacan. No obstante se familiariza tanto con la casa en que vive cuando se la cautiva que ya no la abandona aunque se la deje libre. Acude a la voz del amo y no es raro que se le pose cariñosamente en los hombros, en tanto le clava las miradas insistentemente como si quisiera estudiarlo.
Sin embargo, es pájaro agorero. Menos mal cuando solamente se la mira volar y no se oye su graznido, porque oír su graznido es señal evidente de muerte. Tal lo asegura el indio. Por eso cuando la oye siente frío en el corazón, pues si no sabe conjurar el peligro seguramente muere.
Es peligro el oírla graznar cuando pasa volando pero, con serlo mucho, lo es más todavía cuando se posa sobre la choza del indio o sobre un árbol próximo y hace oír su graznido que va a perderse fúnebre en los pliegues de la noche.
Se dice que puede hacer el augurio de la muerte porque desde que fue bruja tenía un olfato tan fino que le permitía sentir a distancia y por anticipado el olor a cadáver en el cuerpo humano no muerto todavía pero próximo a morir; y que ha conservado hasta hoy en su nuevo ser ese olfato tan sensible. Por eso lo más malo es oírla graznar sobre la misma choza o sobre un árbol cercano. Por eso el indio cuando la oye en esas circunstancias, especialmente al mediar de la noche, alza a la mujer si está durmiendo y la advierte que pronto la muerte entrará en la casa. Si tiene a mano el talismán, alejará el peligro en lo posible y si no, se resignarán todos ante lo inevitable.
¿Pero por qué gusta la lechuza de anunciar al indio su muerte? Esto es lo que descubre la tradición que enseguida va a narrarse.
En los tiempos en que ocurrió el caso el graznido de esa ave no anunciaba nada malo. Se la tenía como ave sabia y prudente y algo bruja por su vida misteriosa. Fue por aquellas virtudes de reflexión y prudencia porque hubo de nombrársela Gran Consejero de Gobierno en el Reino de las Aves. Era respetada y temida por su conducta ejemplar, y allí en la soledad en que vivía estudiaba los más delicados problemas y hasta allí iban a consultarla las demás aves, desde el rey hasta los súbditos más humildes.
Pero un día de grandes ceremonias en el reino se preparó una gran fiesta y por consiguiente una gran comilona y una gran juerga. La lechuza fue invitada, y aunque al principio declinó cortésmente la invitación, por parecerle que iba contra su dignidad, al fin hubo de ceder ante la consideración, al tratarse de una fiesta real y en atención a su elevado cargo de consejero del reino.
Y así ocurrió que por primera vez salió de sus casillas, pensando, sin embargo, que nada de extraordinario le ocurriría, pues contaba con su misma fuerza de ánimo y con su sobriedad para conservar su carácter. Fue un gran acontecimiento la presencia del ave en la fiesta, y con todo miramiento y agasajo fue colocada en la mesa en el lugar de distinción que le correspondía, y sucedió lo que tenía que suceder y fue que se armó la gresca.
El báalche’, que así se llama al licor maya por excelencia, comenzó a correr en demasía y poco a poco las aves fueron perdiendo el juicio lo que no es extraño, pues poco requieren para tal caso. Así llegó un momento en que nadie se entendía, armándose un barullo de cantos y pitidos destemplados, y murmuraciones sin ton ni son y viéndose cosas muy curiosas.
Dice el indio riendo de buena gana que el zopilote con todo y ser tan feo quería adornarse con las flores del campo poniéndose a bailar bailes muy risibles; que la chachalaca que es un ave escandalosa, cansada de gritar quedó al fin muda, lo que fue un caso insólito; que el pájaro k’a’aw que es muy revoltoso hizo maromas asombrosas en las ramas de los árboles; que el pavo real estuvo dando gritos tan agudos que hasta las fieras se espantaron, siendo lo cómico del caso que creía que estaba cantando maravillosamente. Y así otras mil zarandajas que se produjeron en aquella orgía.
Pero lo peor del caso fue que hasta la lechuza, quién lo diría, se propasó y perdió los estribos, pues acabó al fin por embriagarse y hacer tonterías increíbles. ¡Ella tan sabia y tan seria!
Y es que no acostumbrada al licor, no tuvo que apurar mucho báalche’ para embriagarse. Se dice que llegó a hacer cabriolas muy risibles y que también se dio a imitar el canto de las aves más canoras.
En lo más fuerte de la algarada acertó a pasar un indio el cual al punto fue invitado a la zambra. Aceptó el otro poniéndose pronto a tono, y metiéndose con todas llegó al fin con la lechuza, pero advirtiendo el estado en que estaba no pudo contener la risa y se burló acerbamente de ella, hasta pretender hacerla bailar pinchándole los pies con un bejuco aguzado.
La lechuza tenía los ojos entrecerrados de borracha que estaba, pero es inteligente, y así y todo bien pudo darse cuenta de que era víctima de aquellas burlas y de quién se las hacía.
Acabóse el jolgorio y cada ave volvió a su nido, y el indio se fue riendo todavía del pobre pájaro; pero éste volvió en sí y teniendo muy presente la burla y sintiéndose profundamente herido en su amor propio, dióse a pensar cuando volvió a su guarida en cómo castigar la afrenta. Y así fue cómo, recordando el don que tenía de sentir de lejos y por anticipado el olor a cadáver en el cuerpo no muerto todavía, se propuso desde eso anunciar a los indios la proximidad de su muerte.
Esto dice, y así lo cree el indio, y el caso es que en efecto muere si no sabe conjurar al ave.
Vasta es la creencia popular en aves que anuncian la muerte y especialmente en la lechuza, conectándose dicha creencia con muchos pueblos. En tierra de mexicas toma expresión en la frase de «cuando el tecolote canta el indio muere.» Pero en ninguna se explica el origen como en la tradición yucateca.
Continuará la próxima semana…