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El Alma Misteriosa del Mayab – XV

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Mayab

XV

EL ORIGEN DE LA MUJER XTÁABAY

La virtud, dice el indio con el don de sabiduría que lleva en su mente clara, está en el corazón y no en las acciones de los hombres. Llena de virtud tu corazón y cuando mueras irás al lugar en que se es feliz para siempre, bajo las ceibas altas y frondosas que en el cielo esperan a los hombres que fueron buenos.

Sabio decir es este que hay que tener en cuenta para las cosas de la vida y las cosas de la muerte. Escucha y verás cómo es así:

Mucho se ha dicho de la mujer «Xtáabay», mucho, pero todo con referencia a que es una hermosa mujer india que embruja con sus males artes a los hombres que se le acercan cuando la encuentran de noche en los caminos, y que los seduce porque es muy bella, pero que también los mata porque es muy cruel de corazón. Esto es lo que se cuenta, pero no se cuenta su origen, no se dice quién fue la mujer Xtáabay antes de dedicarse a tan perversos oficios, es decir, quién fue en su vida humana. Este es lo que viene a aclarar la tradición. De pronto ha de saberse que la Xtáabay no surge de las ceibas como es costumbre el afirmar. Árbol sagrado y bueno es la ceiba para que de su seno pueda nacer ningún ser maligno.

No. La mujer Xtáabay nace de una mala planta punzadora, y si se la encuentra junto a las ceibas es porque puede ocultarse tras el tronco, que es ancho, para sorprender a sus víctimas y también porque sabe que las ceibas son los árboles que más ama el indio, y que con predilección se acoge a ellos. Pero de ningún modo es hija de la ceiba.

Escuchad hoy y aprended.

Me acompañaba un indio en la jornada.

Caminábamos de noche a través de un camino blanco. De pronto vimos en la claridad lunar cruzar una sombra de mujer. ¿Quién podría ser? Era al mediar de la noche y un profundo silencio reinaba en todo, como si hubiera bajado del cielo para proteger los montes y la tierra. El indio se detuvo un instante y vi temblar sus labios en tanto que me dijo balbuciente:

–Señor, apresuremos el paso, y no vuelvas la vista hacia esa «cosa mala», mejor no intentes verla, y si la ves y te hace señal alguna llamándote hacia ella, no hagas caso. Es la mujer mala, es la Xtáabay que mata a los hombres. Señor, apresuremos el paso.

Sentí el escalofrío que se siente ante un peligro envuelto en el misterio. Recordé las historias que sabía de la mujer Xtáabay. Una fuerza mayor que mi voluntad, me impulsaba a ver y vi. Vi sobre el camino aquella forma al parecer humana y tan atractiva que era menester una decisión heroica para no ir tras ella. El indio iba con los ojos bajos, pero visiblemente excitado. Al fin la mujer fantasma se perdió en un recodo.

–Ya se ha ido, le dije al indio.

–No lo creas, me contestó. Ha de estar oculta en algún lugar en la orilla del camino. Caminemos por en medio de la senda, y apresuremos el paso, señor.

Rendimos la jornada y a instancias mías el indio me narró la historia.

Vivían en un pueblo dos mujeres. A una la apodaban los vecinos la Xke’ban que es como decir en idioma de españoles, la pecadora. A la otra le decían la Uts ko’olel que es como decir la mujer buena. En verdad la Xke’ban era muy bella, pero se daba continuamente al pecado de amor que se llama ilícito. Por esto era muy despreciada por las gentes honradas del lugar que excusaban su trato y huían de ella como de cosa hedionda. En más de una ocasión se había pretendido lanzarla del pueblo, aunque en fin de cuentas hubieron de preferir tenerla a mano para despreciarla.

La Uts ko’olel era virtuosísima, recta y austera; como ninguna era la virtud de aquella mujer. Era bella también, y como jamás había cometido ningún desliz de amor gozaba de la consideración de todo el sencillo vecindario.

Pero la pecadora a pesar de ser como era, hacía el bien a manos llenas en cuanto le era posible. Era muy compasiva y socorría a los mendigos que llegaban a ella en demanda de algún auxilio. Curaba a los pobres enfermos abandonados. Amparaba a los animales inútiles. Jamás se la había oído murmurar de nadie, y por último, era humilde de corazón y sufría resignada las injurias de la gente.

La Uts Ko’olel por el contrario, aunque muy virtuosa de cuerpo, era rígida y dura de carácter, y de tan egoístas sentimientos que trataba con desprecio a los pordioseros que se le acercaban sin darles nunca ni un mendrugo de pan porque decía que eso era fomentar la vagancia. Desdeñaba a los humildes por considerarlos inferiores a ella, no curaba a los enfermos por repugnancia, pero no pecaba nunca en pecados de amor. Recta era su virtud como un palo enhiesto, pero frío su corazón como la piel de las serpientes.

Y llegó un día en que los vecinos no vieron salir a la Xke’ban de su casa, y pasó otro día y tampoco. Supusieron que estaría entregada a sus placeres. Pero de pronto comenzó a sentirse un perfume intenso, ignorándose su causa. Buscaron los vecinos, y rastreando las huellas en el viento fueron con gran asombro a dar a la casa de la Xke’ban. Y se encontraron con que la mujer había muerto. Había muerto abandonada de las gentes, pero sus animales domésticos cuidaban su cadáver, lamiéndole las manos y ahuyentando a las moscas. Pero lo que más pasmó a la gente fue que el perfume que se sentía en todo el pueblo emanaba del cuerpo muerto.

Los vecinos quedaron confundidos sin explicarse aquella anomalía. Cuando la noticia llegó a oídos de la Uts Ko’olel, ésta rió despectivamente sin dar crédito a la noticia.

–Es imposible, exclamó, que del cadáver de una tan gran pecadora pueda desprenderse perfume alguno. Más bien ha de heder a carne podrida, agregó con dura palabra.

Pero era curiosa y quiso convencerse por sí misma. Fue al lugar y sintió en efecto, el perfume que se desprendía del cadáver, y no ocultando ni su extrañeza ni su despecho, dijo con sorna

–Cosa del demonio ha de ser esta para embaucar a los hombres. Por lo demás si el cadáver de esta mujer tan mala huele tan aromáticamente, cuando yo muera, como soy tan virtuosa, mi cadáver ha de oler mejor.

Naturalmente al entierro de la Xke’ban sólo fueron los pobrecitos, a quienes había socorrido o curado en sus enfermedades, pues las demás gentes decían, como la mujer virtuosa, que aquello era obra del demonio. Pero por donde pasó el cortejo se fue dilatando el perfume, y al siguiente día amaneció la tumba cubierta de flores silvestres que nadie supo quién las había puesto.

Poco tiempo después murió la Uts Ko’olel la cual fue muy llorada por las gentes que se asombraban de su gran virtud. Había muerto virgen y seguramente el cielo se abriría inmediatamente para su alma. Pero, ¡oh estupor!, contra lo que esperaban todos y ella misma había esperado, su cadáver desprendía un hedor insoportable, como de carne podrida. Esto no obstante lo mejor del vecindario fue a su entierro llevando grandes ramos de flores para adornar su tumba, pero fue caso que al amanecer ya no había ninguna sobre la sepultura, todo lo cual fue achacado naturalmente a obra de los demonios.

Ahora bien, según el sentir de la tradición todo esto tenía su explicación en que la Xke’ban si gustaba darse al amor, lo cual hacía sin hacer daño a nadie, había sido en realidad la mujer virtuosa, y la Uts Ko’olel aunque intocada de cuerpo había sido en realidad la mujer mala, por que como dice el indio, la virtud está en el corazón y no en las acciones de los hombres precisamente.

Sigue diciendo la tradición que muerta la Xke’ban se convirtió en la florecilla llamada xtabentun, que es dulce, sencilla y olorosa, y tan humilde que se la ve en las cercas solamente, como buscando apoyo por sentirse indefensa, tal como se sentía en vida la Xke’ban. El jugo de esa florecilla embriaga, sin embargo agradablemente, tal como el amor, tal como embriagaba dulcemente el amor de la Xke’ban.

En cambio la Uts Ko’olel se convirtió después de muerta en la flor del tsakam, que es un cactus indio erizado de espinas que se alza rígido como dicen que ha de ser la virtud, y como fue la Uts Ko’olel en efecto, rígida en austeridad de cuerpo, pero que punzaba siempre por la dureza de su alma. En la punta del tsakam sale la flor que es hermosa, pero sin perfume alguno, antes bien huele desagradablemente, y al tocarla fácil es punzarse. He ahí por qué Dios convirtió a la Uts Ko’olel en dicha flor.

Convertida la mujer en la flor del tsakam, se dio entonces a reflexionar en el extraño caso de la Xke’ban, llegando a la conclusión de que seguramente porque sus pecados habían sido de amor, le había ocurrido todo lo bueno que le ocurrió después de muerta. Y entonces pensó en imitarla dándose también al amor, sin caer en la cuenta de que si las cosas habían ocurrido como ocurrieron, había sido por la bondad de corazón de la Xke’ban, y porque si se había dado al amor había sido por un impulso natural, en tanto que la otra trató de darse al amor en sus formas más perversas, siguiendo así sus inclinaciones malas.

Entonces la Uts Ko’olel llamando en su ayuda a los malos espíritus consiguió el don de volver al mundo cada vez que quisiese convertida nuevamente en mujer, para enamorar a los hombres, pero con amor nefasto, porque la dureza de su corazón no le permitía otro.

Pues bien, sepan los que quieran saberlo que esa es la mujer Xtáabay, la que surge del tsakam, la flor del cactus punzador y rígido, que cuando ve pasar un hombre vuelve a la vida, y lo sigue por los caminos, o lo atisba bajo las ceibas, peinando su larga cabellera con un trozo de tsakam erizado de púas a manera de peine, hasta que consigue atraerlos a sí y los seduce y mata al fin en el frenesí de un amor infernal.

Continuará la próxima semana…

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