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El Alma Misteriosa del Mayab – XIX

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Mayab

XIX

LOS ÁRBOLES QUE LLORAN

–Ven, me dijo el indio, verás por ti mismo que es cierto que los árboles lloran.

Era un bello día estival, claro de sol, y en un humilde predio del lugar estaba el árbol. Era el árbol ts’uts’uk, que así se llama en lengua de esta tierra, y parecía, en efecto, llorar sin que aparentemente pudiera fijarse el punto o los puntos de donde fluyese el líquido. El árbol vertía el agua a gotas, empapando sus ramajes, y hasta encharcando el tronco.

Quienes decían que lloraba; quienes afirmaban que era sudor el que vertía; quienes que era agua de lluvia.

Empero la tradición asegura que el árbol ts’uts’uk llora al igual que algunos otros.

Y es de tan venerable antigüedad que se la remite a los tiempos más prehistóricos, y aun es fácil sorprender en ella ciertas reminiscencias del gran diluvio. De todas maneras, viene del mito y su sabor es pagano enteramente.

Cuando me la narraba mi acompañante indígena, el árbol ts’uts’uk que teníamos cerca estaba en lo más álgido de su llanto, pues hasta nosotros llegaba como un rocío que difundía el viento.

En el radiante amanecer en que Noj k’uj que el nombre en el idioma maya del dios mayor, pues que noj significa grande o principal, y k’uj, significa dios, formó la tierra del Mayab, ordenó a uno de sus lugartenientes de más jerarquía, a Yuum Cháak que se encargara del agua, así del cielo como de la tierra, para repartirla equitativamente, teniendo cuidado con especialidad del riego de las sementeras. Yuum Cháak, es el señor de las aguas, pues que yuum se traduce en lengua de gachupines por señor, y Cháak, por agua, aludiendo a la que cae de las nubes.

Yum Cháak tenía entonces dos hijos, Noj sayab que viene a traducirse en español por gran corriente de agua, y Xbulel que significa inundación, y la cual Xbulel era una guapa moza.

El príncipe Yaax K’iin, mancebo el más hermoso del cielo, cuyo nombre literalmente significa, el sol verde, que ha de entenderse por el sol nuevo, o sea el hijo del gran sol, andaba tan enamorado de la bella Xbulel que el noviazgo concluyó en matrimonio, y el matrimonio en una hijita llamada XJóom Ja’, que es como si se dijera agua interior.

Así las cosas, ocurrió que Noj K’uj ordenará a Yuum Cháak que se trasladara a la tierra para la mejor atención en su encargo de distribuidor de las aguas. Y aunque casados y amándose mucho, Ya’ax K’iin y Xbulel no podían estar juntos mucho tiempo, pues la muchacha bajó con su padre a la tierra para ayudarlo en las tareas, en compañía de su hermano Noj sayab. Por su parte el príncipe Yáax Kiin tenía también que ayudar a su padre el gran sol, de modo que los amantes esposos sólo se veían de vez en cuando, cuando el mancebo lograba darse una breve escapada a la tierra. No podía en consecuencia vigilar de cerca a su esposa ni atender eficientemente a la pequeña XJóom Ja’ que como es natural estaba con la madre.

Muy jóvenes eran los hermanos Noj sayab y Xbulel, y de carácter inquieto y alocado y además desobedientes, de modo que dedicaban la mayor parte de su tiempo más a divertirse y a jugar que a ayudar a su padre en los trabajos de atender los campos y vigilar que no se secaran las aguas de los cenotes y sartenejas, no obstante los refunfuños del padre que los imprecaba con la voz de los truenos.

Un día amanecieron los cielos muy negros, nubarrones inmensos como jamás se habían visto lo obscurecían todo, un viento húmedo se había desencadenado soplando furiosamente y sacudiendo con frenesí los árboles como queriendo derribarlos. Rayaban los relámpagos siniestramente el espacio, y los truenos se sucedían cada vez más retumbantes. Todo anunciaba una tempestad que seguramente sería la más violenta y hasta Yuum Cháak no las tenía todas consigo a pesar de ser el señor de las aguas, recomendando a sus hijos mucho cuidado y vigilancia.

Pero los mozos atendían más a sus inclinaciones que a otra cosa, y al parecer poco les importaba que el cielo se derrumbase sobre la tierra, dándose como siempre al juego. Y así ocurrió que al fin las nubes se abrieron y una violenta lluvia como jamás se había visto comenzó a caer sobre la tierra. Tan engolfados estaban Noj sayab y Xbulel en sus pasatiempos que no se dieron cuenta de las cosas sino cuando éstas ya no tenían remedio. Habían descuidado el encauzamiento de las aguas, y éstas bajando a enormes raudales de las nubes, habían inundado la tierra, causando la muerte a innumerables gentes y arrasándolo todo.

Xbulel al darse cuenta de la desgracia se llenó de terror. Recordó entonces que por dedicarse libremente al juego había dejado a su hijita XJóom Ja’ durmiendo junto al tronco de un árbol. Pero la descuidada madre ni siquiera se había fijado en cuál árbol. Llena de dolor suponiendo el trágico fin de la niña corrió al lugar en que poco más o menos creyó que la había dejado, con la vaga esperanza de llegar a tiempo para salvarla. Pero fue en vano pues no encontró ni a la niña, ni acertó con el árbol. Seguramente la impetuosa corriente de las aguas había arrastrado a la infeliz chiquilla.

Cuando Yuum Cháak supo las cosas se irritó sobremanera atribuyendo al descuido de sus hijos el siniestro y la desaparición de su nietecilla. El príncipe Ya’ax K’iin también se enojó hasta la ira por la pérdida de su hija en tales condiciones, y hasta el abuelo de la pequeña XJóom ja’, el gran sol, a pesar de su prudencia insinuó que los muchachos debian ser fuertemente castigados, y dejó el castigo al arbitrio de Yuum Cháak, ya que él como regulador de las aguas, era quien debía entenderse con aquel asunto.

Y Yuum Cháak castigó a sus hijos, y por cierto que los castigó duramente como se merecía su culpa. Amainada que fue la tempestad y cuando la tierra pudo mostrar la desolación en que había quedado, regada de cadáveres, Yuum Cháak llamó a su presencia a sus hijos y les impuso la sentencia, condenado a Noj sayab a vivir de entonces y para siempre bajo la corteza terrestre, y esa es la gran corriente interior de agua que hay bajo el suelo de esta tierra, y la cual se arrastra gimiendo desde hace miles y miles de años, y ello explica el hecho de que en cualquier punto en que la tierra sea perforada indefectiblemente se da con un manto de agua, siendo el origen de los pozos. La pobre Xbulel fue condenada a sufrir eternamente sobre la tierra convirtiéndose en lo que son las inundaciones para que no se le olvide la catástrofe que provocó su descuido, y condenada quedó también a buscar el árbol bajo el cual abandonó a su hija.

Hay ciertos árboles que suscitan en la Xbulel la idea de haber sido bajo uno de ellos donde dejó a la pequeña XJóom Ja’, y es el caso que desde entonces va la afligida madre a llorar silenciosamente bajo aquel que cree ser el árbol que busca. Convencida de que no lo es va a otro, y luego a otro y así estará hasta la consumación de los siglos.

He ahí explicado por qué hay árboles que a veces lloran. Cuando eso ocurre es que la Xbulel, aunque invisible para los seres humanos, está en el árbol y es su llanto el que fluye de las ramas. El árbol ts’uts’uk es uno de ellos, pero hay otros como el chukum y el káatsim que también son visitados por la infeliz madre y llora en ellos.

Luis Rosado Vega

Continuará la próxima semana…

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