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El Alma Misteriosa del Mayab – XIII

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XIII

EL MISTERIO DEL TEMPLO MAYOR DE UXMAL

Es sombrío como todo templo de misterio.

Es alto, muy alto, como si quisiera horadar los espacios.

Es suntuoso como templo de dioses.

Domina sobre todos los caminos, como si los vigilase.

Muchas gradas talladas en la dura piedra llevan hasta su cúspide.

Fastuosas ornamentaciones lo decoran.

Arriba se abren los recintos sagrados, llenos de silencio de siglos.

Allí, en un día que se ha perdido en el seno de los tiempos, reinó el enano rey, aquel que matara a su enemigo abriéndole el cráneo con la fruta del cocoyol, en tanto él resistía igual prueba.

De noche impone pavor al caminante.

Se dice que lo habitan los genios de la raza.

Y hasta las aves parecen respetarlo.

¿Cuál es el sumo misterio de este templo que parece encerrar los misterios todos? Desde luego, se dice que también es la gran casa de los vientos. Escuchad los que querráis,

De la milpa regresaban unas mujeres que habían llevado a sus maridos el alimento.

Y ocurrió que al pasar frente al templo, una de ellas se sintió vencida por la curiosidad. ¿Qué habría dentro de aquellas cámaras sombrías cerradas por los siglos? Amiga, no subas, le dijeron las compañeras, sigamos mejor el camino de nuestras casas

Pero otra ardió en la llama maligna de la curiosidad y trepó resueltamente. Encontró las puertas entreabiertas y se introdujo como si otra fuerza incontrastable la impulsara.

Inútilmente esperaron las compañeras, hasta una, hasta dos, hasta tres horas, y optaron por continuar su ruta, y cuando el esposo de la mujer curiosa regresó de la milpa contáronle lo ocurrido.

Fue necesaria la consulta con los hombres sabios, con los jmeenes que han encanecido estudiando los enigmas, arrancando al alma de las cosas sus secretos más hondos.

Llamaron los adivinos a los espíritus, hicieron las prácticas, sacrificaron las gallinas negras, hicieron hablar al sáastun que es la piedra maravillosa, y después vinieron a resolver: que para rescatar a la mujer imprudente era necesario que al cumplirse los nueve días de su desaparición, y en la misma hora en que ésta había ocurrido, regresaran las que habían sido sus compañeras hasta el templo, y en las puertas hicieran los conjuros sobre los cuales fueron instruidas por los hombres adivinos.

Y así fue hecho.

Siete veces rociaron con miel sagrada el templo.

Siete veces arrojaron siete puñados de maíz hacia los cuatro puntos cardinales, para que los vientos se alimentasen y fuesen propicios.

Siete veces gritaron las palabras cabalísticas.

Y de pronto, al gritar la última palabra, la mujer apareció. Parecía una muerta por lo pálida que estaba, y en sus manos temblorosas y frías, llevaba una jícara de atole, del que se llama nuevo por hacerse con maíz tierno, lo que asombró a las otras mujeres, pues no era el tiempo de los elotes.

–Este es el presente que me dio la buena señora del templo, dijo a sus compañeras enseñándoles la jícara, y he de beber su contenido pues de lo contrario no podré bajar del cerro. Y bebiendo el atole se sintió ligera e invitó a las otras a descender con ella. Y así regresaron a sus casas, pero negándose a relatar su aventura en tanto no estuvieran presentes los adivinos.

Juntáronse estos nuevamente, y entonces hubo de saberse lo ocurrido. Escuchad los que querráis.

Pasó que una vez que la mujer hubo traspuesto el dintel del templo, las puertas se cerraron herméticamente a sus espaldas. Vio entonces en el interior a una señora india de muy noble porte y belleza extraordinaria, que vestía un hipil blanquísimo, y que estaba rodeada de esclavas que tejían muy blancas telas. No pareció sorprendida la señora al ver a la intrusa, pero le reprochó duramente su audacia.

¿Quién es la mujer que se atreve a penetrar a este recinto?

–¿Qué quieres, mujer xk’áankabi ok?, que fue como decirla, mujer de los pies sucios. Has profanado con tus plantas llenas del barro de la tierra el templo al cual sólo pueden penetrar quienes se han purificado el cuerpo, esto es, cuando ya han muerto.

Desconsolada comenzó la pobre mujer a dar excusas que llegaron a ablandar a la Señora, que era de corazón bueno y sentimientos maternales. Y esto ocurría cuando oyéronse como fuertes bramidos que viniendo del exterior parecía que se aproximaban. La mujer tembló de espanto, y la Señora le dijo:

–Bien haces en temer; son mis hijos los vientos que ya vuelven y vienen a lo que parece enfurecidos. No habrán encontrado alimento y vendrán hambrientos. Pero no temas, yo habré de ocultarte para que no te devoren. Y así lo hizo en efecto ocultando a la mujer dentro de un apaste vacío.

Dijérase que los muros del templo iban a caer abatidos, que los árboles de la selva se desgajaban, que el cielo se rompía, que el mundo se estrellaba. Con tal furia presentáronse los vientos.

Madre, dijeron al entrar, sentimos olor a carne humana. Traemos mucha hambre, y es fuerza que nos digas dónde se oculta la criatura que seguramente has escondido.

La Señora negó tener escondida a persona alguna. Pero los vientos cada vez más enardecidos iban y venían registrando el interior, dando vueltas especialmente en derredor del apaste. Y estaban a punto de descubrir a la infeliz, cuando la Señora resuelta a defenderla, se alzó y blandiendo el gran látigo de bejucos con que maneja a sus hijos los vientos cuando es preciso, los hizo salir increpándolos duramente. ¡Qué alaridos los de los vientos enojados al abandonar el templo!

La intrusa pudo entonces abandonar su escondite. Pero el peligro aún se cernía sobre ella.

Siete serpientes verdes como el jade colgaban de los siete travesaños que sostenían la techumbre del templo. La séptima era de gran tamaño y con siete horribles cabezas. Y todas comenzaron a desperezarse, clavando sus miradas azules de encendidas iridiscencias en la pobre mujer a quien el espanto ahogaba. Y silbó una de las serpientes, y silbó la otra, y silbaron las siete sacando fuera sus lengüecillas.

–También tienen hambre, dijo la Señora, pero no temas, he de salvarte.

Y pasando sus manos suaves por el cuerpo de la mujer curiosa, a la séptima vez de tocarla la convirtió en un pequeño insecto que ocultó en uno de los pliegues de su traje.

Esto ocurrió en los momentos en que las mujeres que habían ido a recobrar a la cautiva, llegaban a las puertas del templo y hacían los conjuros. Fue por eso que la serpiente de las siete cabezas volvió a quedar adormilada, y aplacadas quedaron igualmente las otras seis. La madre de los vientos se dió cuenta también de los conjuros y tomando al insecto le restituyó su ser humano, diciéndole:

–Vienen por ti. Te he salvado por que he comprendido que la curiosidad pudo en ti más que la prudencia. Puedes marcharte ya, pero no intentes penetrar nunca a donde no se debe. Nadie con los pies sucios del barro de la tierra puede impunemente penetrar a este templo. Regresarás cuando te purifiques, cuando tus pies mujer xk’áankabi ok, nunca más vuelvan a tocar la tierra. Pero antes de que la mujer abandonara el recinto, mandó la Señora a sus esclavas que le dieran una jícara de atole nuevo, tomado de un apaste que contenía atole nuevo hecho tres años antes. Otros varios había llenos de atole que correspondían a distintos años.

–Tómalo al salir, le dijo la Señora, y no inquieras por qué es de tres años el atole que te brindo. Tómalo al salir, pues de no apurarlo no podrás bajar el cerro porque tus pies se fijarán a las puertas del templo y allí permanecerás hasta la hora de tu muerte.

En aquel instante una luz extraña iluminó el templo. Las serpientes verdes colgadas de los travesaños convirtiéronse en collares de jade, los vientos que habían quedado fuera comenzaron a cantar dulces canciones en vieja lengua de indio y la señora se alzó para despedir a la mujer no sin antes ordenar a sus esclavas la vistieran con uno de los blanquísimos hipiles que tejían, y la adornasen con uno de los collares.

Y así la hallaron al abandonar el templo las compañeras que habían ido por ella.

Agrega la tradición que a los tres años justos del suceso murió la curiosa. Eran los tres años de vida que le faltaban, y que por eso le fue dado a beber el atole de tres años.

Continuará la próxima semana…

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