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El Alma Misteriosa del Mayab – V

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V

ENTRE LA PIEDRA Y LA FLOR

Continuación…

Los ríos subterráneos

El vigor tumultuoso de esta profundidad y su poder creador de conjuro son un atributo de las obras en que se revelan el pensamiento y las expresiones textuales, discursivas y literarias americanas, que han sorprendido a las pupilas más atentas de dentro y de fuera.

Así, el crítico Jean Cassou (1981: xi) al acercarse a Hombres de mate -sin duda la novela de Miguel Ángel Asturias que expresa con más diafanidad ese poderío telúrico- publicada por primera vez en 1949, anota:

La novedad de las literaturas hispanoamericanas, dejémoslo bien señalado, no reside sólo en sus relatos, en las descripciones de lugares y costumbres lejanos. Cualquier viajero, cualquier novelista pueden deslumbrarnos con revelaciones parecidas, y muchos lo han hecho ya genialmente. Pero hay que mirar más adelante: no es solamente por el arte con que los autores americanos nos han colocado ante realidades desconocidas por lo que nos sentimos aquí subyugados, sino por el espíritu que encubre y que caracteriza estas insólitas realidades, Este espíritu se manifiesta en las oscuras y misteriosas fuerzas que animan la naturaleza de estos parajes en los cuales Keyserling creyó reconocer el tercer día de la creación.

En el caso de las leyendas de la Península de Yucatán, podría pensarse a simple vista que proceden de una matriz de origen doble, fraguada en el encuentro a un tiempo agónico y fecundante de la Conquista y la colonización ibérica en la región. Como ocurre en otras regiones de México, hemos estado usualmente impuestos a la idea de que la literatura en Yucatán surge y se sostiene en español, lengua que nos llegó con la presencia del conquistador.

España fue en efecto un crisol milenario de leyendas. Concurrieron y se mezclaron en su territorio tradiciones muy disímiles: célticas, ibéricas, romanas, visigodas, judías, árabes (y con éstas, las tradiciones hindúes) en diversas lenguas.

Muchas leyendas aparecen en el romancero popular y, a través de él, en el teatro clásico español. Un vivero profuso de leyendas en el Siglo de Oro es la obra de Cristóbal Lozano (1609-1667) y la novela cortesana del Barroco. Numerosos escritores eclesiásticos reunieron leyendas y tradiciones piadosas en distintas colecciones, la más conocida de las cuales es el Flos sanctorum, tradición de leyendas hagiográficas que procede del siglo XI y que se mantiene en reproducciones diversas hasta el siglo XIX y será durante este siglo cuando los románticos empezaron a experimentar un profundo interés por las leyendas, especialmente las ligadas a los orígenes de la nación, y a estudiarlas o incluso imitarlas.

Pero al escudriñar el origen de las leyendas en Yucatán, se nos desvela un hecho medular: afloraron de la fuente primigenia de la piedra, es decir de la tierra de esta zona, como voces del imaginario de esos hombres del maíz y se enriquecerán más tarde al contacto de ultramar, especialmente de la cultura hispánica, cuya tradición literaria contaba -según hemos visto- con un venero caudaloso de leyendas.

En rigor, la creación literaria en esta región surge, en su forma original, en la expresión mito-poética de la antigua civilización maya, con las sagas o relatos, las alocuciones rituales, los cantos, danzas y representaciones teatrales mediante los que se manifestaba su cosmovisión, plasmándose tanto a través de la oralidad como mediante formas de representación sígnica: pictóricas, iconográficas y aun con la escritura jeroglífica. Pero desde la Conquista y con posterioridad a ella, la literatura en la zona adquiere y conserva incesantemente un carácter bilingüe (maya y español). En la vertiente de creación en maya esto es observable no sólo en la persistencia mediante la oralidad de los mitos de una florida imaginería popular, sino en la presencia de una escritura alternativa que -como anota Martin Lienhard (1990: 11)- va más allá de ser los cantos de cisne de una literatura prehispánica. En el afluente español es patente en los registros textuales que documentan una producción literaria y que han dejado atrás la vieja tesis que primó en la crítica de que la arena literaria del Yucatán colonial había sido –al decir de José Esquivel Pren (1975: 21)- la «noche oscura de la poesía, o en otras palabras, una piedra seca y estéril».

Aunque es una expresión bilingüe, la crítica sitúa el origen de la literatura yucateca durante el siglo XIX únicamente en su rama en español. Paradójicamente será esta vertiente, escrita por autores blancos (mestizos e hijos de criollos), la que durante dicha centuria sacaría a la luz en forma relevante el tema y paisaje del universo maya.

De tal manera, en esa «voz de la tierra» el mundo del hombre maya sería recuperado y erigido como tema a la altura del arte; pero recreado desde la mirada y sensibilidad epidérmicas de los escritores yucatecos blancos, a menudo envueltos en un aire sublimal y nostálgico acerca de la grandeza de una cultura pretérita y del indio maya muerto.

Si bien con antecedentes decimonónicos, el movimiento artístico y literario neomayista florecerá en toda su potencia al calor de la Revolución Mexicana y del proyecto popular del Partido Socialista del Sureste en la Península de Yucatán. En el corazón del movimiento neomayista, la «voz de la tierra» fue entonces producto de la convergencia esencial de una fuerza popular y de los intelectuales de Yucatán, al irrumpir éstos en la escena de la política y la cultura del país.

De este modo, el afloramiento literario neomayista en la región -al que contribuyó Rosado Vega con su narrativa, influido por los sacudimientos de la Revolución Mexicana y sus repercusiones en la creación artística del país- estuvo especialmente enmarcado en el brote de la «literatura indígena moderna», tal como la llamara José Luis Martínez (1990:328) para distinguirla de los antiguos textos indígenas de la época colonial, pero que fue en realidad una literatura indigenista. Sólo en tiempos recientes, esta literatura indigenista vendría a ser acompañada por una literatura indígena, creación genuina de los escritores mayas en su lengua, quienes en un repunte contemporáneo han emergido con bríos para exigir su sitio natural en la literatura yucateca.

De tal suerte, en la Península de Yucatán -como en otras regiones de Mesoamérica- la tradición hispánica de leyendas vendría, desde el imaginario de los conquistadores y colonos que acompañaron y sucedieron a Francisco de Montejo, a sumarse a la vertiente de leyendas oriundas de la tierra, la cual brotaba de la fuente mitológica de la antigua cultura maya.

Si bien vigorizadas y sobre todo visibilizadas desde el siglo XIX por las plumas de escritores blancos y posteriormente en ese repunte que Martin Lienhard llamaría «ciclo narrativo yucateco», con el auge del indigenismo neomayista que él considera como escrituras «etnoficcionales indígenas mayanses» (1990: 310), esas leyendas se hallaban hondamente impregnadas de la cosmovisión y procedían del complejo mito-poético del imaginario simbólico del pueblo maya que seguía recorriendo la piedra en las voces del maíz mediante la oralidad.

Como textualizaciones literarias, estos relatos poseían un doble sentido de expresión espontánea y de recreación artística y literaria. En una apreciación justa, que distingue ambos planos, Antonio Mediz Bolio observaría:

Yucatán fue siempre tierra de leyendas. Las tradiciones populares forman hasta hoy un vasto campo de literatura regional. Como tal vez ningún otro género literario, este fue siempre preferido por los escritores vernáculos, que se sintieron atraídos poderosamente por la fascinación y el encanto de contar las cosas pasadas y recoger los antiguos relatos, dejando en libertad a la propia fantasía para crear con los materiales auténticos nuevas y personales obras de arte. (Mediz Bolio, 1951: vii).

Tanto a través de la escritura como de la tradición oral, desde sus antecedentes ancestrales, en estas leyendas se han fundido en forma natural los propósitos intrínsecos de preservar la memoria colectiva y de suscitar un placer estético. Reconociendo estas mezclas sutiles entre preservación cultural y recreación literaria, el propio Mediz Bolio advertiría:

Como antecedente de nuestras leyendas y tradiciones escritas hay que buscar las que, en los tiempos de la cultura prehispánica, se consignaban en los libros sagrados y que eran cantos religiosos y épicos que decían de las luchas de los dioses del bien contra los dioses del mal, de los orígenes del mundo y del hombre; y de los anales del pueblo maya, tal y como han llegado a nosotros en el Popol Vuh y en los libros de Chilam Balam. Pero con más precisión y más cerca de nuestro tiempo, y aun actualmente, como supervivencia de antiguos usos encontramos que los conservadores de las tradiciones populares, a veces los creadores de las leyendas y los verdaderos artistas en este género, han sido los llamados «contadores de cuentos», generalmente indios viejos que en las comunidades indias eran depositarios y transmisores de las relaciones orales en que de padres a hijos iba bajando, más o menos transformada y regularmente influida por las sucesivas modificaciones del ambiente, la tradición de los viejos ritos y la simbología de las antiguas narraciones… Estos «contadores de cuentos son la fuente de nuestra más bella y más expresiva literatura regional (Mediz Bolio, 1951: viii).

A su vez, la nómina de autores incluidos en la recopilación de Leyendas y tradiciones yucatecas, tomo II. publicada por Gabriel Antonio Menéndez en 1951 da cuenta del ejercicio del relato de tradiciones, leyendas y consejas populares, como una práctica de escritura, preferentemente narrativa, visible y frecuente en ese cruce de horizontes culturales que fue la mitad finisecular del XIX y la primera del siglo XX. En esa lista es posible destacar nombres como Justo Sierra O’Reilly, Crescencio Carrillo y Ancona, Eligio Ancona, José Peón y Contreras, Delio Moreno Cantón, Miguel Rivero Trava y el propio Antonio Mediz Bolio, En los textos de estos autores laten los propósitos de rescate y de recreación artística de la memoria e identidad popular; pero entre todos ellos, por su propuesta y visión sistémicas y por el numeroso volumen de sus productos, se presenta la obra de Rosado Vega sin duda como un repunte singular en esta corriente arterial de la literatura de Yucatán.

Rubén Reyes Ramírez

Continuará la próxima semana…

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