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El alma misteriosa del Mayab, de Luis Rosado Vega

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Letras

Luis Rosado Vega

Ricardo Mimenza Castillo

(Especial para el Diario del Sureste)

Me detengo en el último pliego de este libro que bien pudiéramos llamar la voz de la conseja, el musitar de la tradición vernácula, del folklore o demosofía de los mayas precolombinos.

Son cosas que dicen las viejas tras el fuego, como diría el divino marqués de Santillana.

Narraciones de espanto y de grimorio, recogidas en las aldeas a cuyas plazas soleadas dan sombra el zapote o la ceiba secular que es el Imox, ancestro de los quichés, gemelos de los itzáes.

En la indagación de los orígenes del Mayab tiene mucha cuenta el relato sagrado del Popol-Vuh ­–obra del converso Diego de Reynoso, el famoso indio y fraile mercedario a quien enseñó el español y protegió con dilección el primer obispo de Guatemala don Francisco Marroquín y que era natural de Utatlán, según las crónicas–.

Rosado Vega –jerarca del verso e introductor decisivo del modernismo en Yucatán– y quien logró gloriosos laureles en sus libros primigenios Sensaciones y Alma y sangre ­–el hito más alto de su lírica–, que ha continuado con su Libro de ensueño y de dolor y con su Vaso espiritual su tradición de poeta muy “siglo XIX”; que ha intentado la novela sentimental en Clemencia y hoy enclaustrado entre los monolitos y enigmas del Museo Arqueológico, en este su haz de leyendas mayas, tiende a la sencillez esbelta, a la estilización y vulgarización de casos y sucedidos de sortilegio y hechicería entre los hombres rojos del antiguo Onohualco.

Y allá se advierten en su libro los prestigios del venado ágil, del faisán policromo y de la serpiente hierática, los tres seres totémicos o nahualistas de la raza.

Corren por él hálitos de encantamiento, soplos helados de tumba, augurios de abismo… la vida paradisíaca del Adán-Kadmón de la raza antes de que hiciera correr la sangre del primer animal y cuando eran los animales inocentes sus custodios y huéspedes… el misterio secular de los templos guardados aun por los yumes o genios de la estirpe… las andanzas de la Xtabay, encarnación de Kakazbal o demonio indio –Belcebú de la selva y de la soledad– …los árboles llorosos… la primera crónica de acridio… el paso de Jesús perseguido entre las tribus de Ekbalam que encantaría a los arqueólogos hebraizantes Las Casas y Manassch Ben Israel, a Durán y Arius Montanues, a Montesinos y a Lord Kingsborough… las burlas de Juan Thul y las bodas de Xdzunuum o colibrí tropical –leve tamo de plumas sobre las flores en éxtasis–.

Y cerráis el libro y os quedan en el magín todas las fantasmagorías, los ardides de las bestias –comentadas por un Esopo de la selva–, los arrestos de los Sayamuincoob –los enanos alarifes– mágicos de Uxmal y, en fin, el alma encantada y soterrada en siglos del Mayab rutilador cuya voz es el silencio y el pavor de sus ruinas y de sus desiertos…

Bien hace el poeta en prometernos seguir por esa senda de Armida a donde lo han conducido el carro de la luz de la historia y los corceles de Diomedes de la fábula –carro y corceles atalajados para maravillosas empresas de Arte y Ciencia y de ensueño y de poesía–. Tal su libro.

 

Diario del Sureste. Mérida, 14 de octubre de 1934, p. 3.

[Compilación de José Juan Cervera Fernández]

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