Perspectiva
Con esas palabras el Comandante de la misión espacial Apolo 11, Neil Armstrong, hizo saber al mundo que el Módulo Lunar, bautizado como “Águila”, había aterrizado sobre la superficie del satélite de la Tierra. El Hombre había arribado a la Luna el 20 de julio de 1969, cumpliendo así el designio que en mayo de 1961 había promulgado el presidente de Estados Unidos John F. Kennedy, quien no llegó a ver el resultado de su visión, pues había sido asesinado apenas dos años después de comunicar sus planes espaciales a toda la nación.
La parte final de la misión, el viaje a la Luna, inició con el despegue, el 16 de julio, desde Cabo Kennedy, siendo el Saturno V el cohete que se encargó de que la cápsula abandonara la órbita terrestre. Posteriormente, el Módulo de Comando y el Módulo Lunar se separaron del Saturno V, y ellos mismos se separaron una vez más, para que el Módulo de Comando continuara orbitando el satélite, mientras el Módulo Lunar emprendía el intento de alunizaje. Al término de las tareas lunares, el Águila debía despegar de la Luna, ajustar su trayectoria, y acoplarse nuevamente con el Módulo de Comando, para entonces emprender el retorno a la Tierra.
Armstrong, acompañado del Piloto del Módulo Lunar, Edwin “Buzz” Aldrin, pasó apenas 21 horas sobre la Luna, desplegando equipos y tomando muestras durante su estancia, para entonces despegar y acoplarse con el Módulo de Comando, pilotado por Michael Collins y que estuvo orbitando a solas el satélite hasta que se reencontró con sus compañeros, para finalmente emprender los tres el vuelo de regreso, acuatizando el 24 de julio.
Esta semana se cumplen, pues, 50 años desde que la primera huella humana –ese pequeño paso para el Hombre, pero un inmenso salto para la Humanidad, en palabras de Armstrong– se dejó en la superficie lunar. Todavía hubo dos misiones Apolo adicionales, pero no tienen la misma resonancia histórica que la del Apolo11, para después la NASA cancelar todo intento de viajar nuevamente a nuestro satélite.
Esta hazaña, en plena Guerra Fría y en medio del conflicto de Vietnam, también dio inicio a toda clase de teorías relacionadas con Selene: desde que nunca se viajó allá y que Stanley Kubrick fue quien filmó lo que conocemos de la misión sobre la superficie lunar, hasta los misterios (bases lunares alienígenas, restos de una civilización que habitó allí) que seguramente atestiguó Collins al volar encima de la parte oscura de la Luna, sin olvidar la presencia de los Ovnis que escoltaron a los astronautas durante toda la misión, que aparecen en varios videos y fotografías oficiales de la NASA. El vuelo del Apolo 11 ha alimentado nuestras fantasías desde hace muchos años, y lo continuará haciendo durante muchos más.
En esos 50 años la faz de la Tierra ha cambiado enormemente, y los problemas que antaño enfrentaba la Humanidad han sido reemplazados por otros más apremiantes, siendo el cambio climático tal vez el mayor de todos. Luego entonces, ¿será tiempo de que emigremos a otro Planeta, antes de que el Destino nos alcance, o aún estaremos a tiempo de revertir el daño que le hemos causado a nuestra Tierra?
Cuando Kennedy definió los parámetros de lo que posteriormente cristalizó en la misión del Apolo 11, lo hizo como una jugada magistral para unir a su país y darles un propósito común: no sería un cosmonauta de la Unión Soviética quien plantara su pie en la superficie lunar, sería un estadunidense; la carrera espacial sería ganada por los Estados Unidos simple y sencillamente porque contaba con las mejores cartas para lograrlo, o al menos eso fue lo que logró venderle a su nación.
Penosamente, no recuerdo a ningún otro líder mundial –y ciertamente nuestro actual “iluminado” presidente mexicano, así como sus antecesores, dista mucho de poseer las habilidades políticas de Kennedy– que haya enunciado un objetivo que una a todo su país hacia algo positivo, algo bueno y que pudiera beneficiar a toda la Humanidad, algo ambicioso y a la vez trascendental, algo que nos uniera a todos en el Bien Común. Más bien, parecería que desde hace 50 años vivimos iteraciones de lo mismo: la búsqueda del poder y del beneficio propio sobre el de los demás. No estoy diciendo que John F. Kennedy fue un grandioso líder, pero sin duda se dio licencia para comunicarnos uno de sus sueños, que logró convertir en uno que compartimos muchos, uniéndonos hasta su culminación en aquel domingo 20 de julio.
A nivel internacional, en estos días de 2019, aquellos que se disputaban erigirse como la principal potencia hace 50 años no llenan el perfil: el presidente estadunidense Trump es un elefante (con perdón de los paquidermos) en cristalería, rudo, falto de tacto, acosador, y dista mucho de ser un líder con visión holística; Putin, el presidente ruso, es taimado y veleidoso, presto a llenar los espacios que Trump deje vacíos por sus aberrantes maneras de actuar y pensar. Al dirigir la vista hacia nosotros, en nuestro país tenemos a un líder empeñado en dividirnos, en vez de unirnos; que no ha logrado despojarse de sus propios prejuicios (porque eso son: pre juicios) y se esgrime como paladín de la verdad y de la justicia, cuando sus obras en siete meses lo desnudan y pintan como lo que es: tan solo uno más que buscaba el poder para sus fines y los de los que lo rodean; sin una idea concreta que nos una, e insistente en sus palabras e intenciones divisivas, difícilmente logrará atraer a su proyecto a muchos de nosotros.
¿Cuándo aparecerá un líder con una idea que trascienda fronteras y nos logre unir en una cruzada mundial a favor de nuestra propia supervivencia como Humanidad?
La Luna sigue allí, cincuenta años después, como silenciosa prueba y constante recordatorio de lo que somos capaces de alcanzar cuando nos ponemos todos de acuerdo. Causas mundiales hay muchas; líderes mundiales que nos arrastren por sus ideas de bienestar para todos y nos convenzan de unirnos a sus cruzadas, de esos, no hay ninguno a la vista.
S. Alvarado D.