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El ADN de un Taller Literario

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“Se instalan sonetos, se ajustan cuentos,

se vulcanizan tramas, se hojalatean epigramas…”

Juan José Arreola

Jorge Pacheco Zavala

Muchos de los que asisten a un taller literario por primera vez se hacen una pregunta nada fácil de responder: ¿Cómo debe ser un taller literario?

Constantemente recibo en mis talleres a personas con una impresión no muy grata luego de la experiencia en algún grupo. Y es que el código interno de cada taller está determinado por su coordinador, de tal suerte que quien enseña en cada proceso va imponiendo, voluntaria o involuntariamente, su estilo y forma de trabajo.

Luego de impartir talleres por más de veinte años, he notado ciertas cualidades en la dinámica y contenido temático para hacer que un proceso creativo se vuelva exitoso, que llega a serlo cuando los participantes evolucionan en uno o varios de los aspectos literarios.

La primera referencia histórica que tenemos del surgimiento de los talleres literarios es de Francia, a mediados del siglo XX. Sin embargo, las tertulias ya eran parte de aquel París saturado de arte y literatura. El taller OULIPO, acrónimo de Taller de Literatura Potencial (Ouvroir de Litterature Potentielle), dirigido por Raymond Q. y en el que se sabe participaron activamente Cortázar y Calvino, perdura hasta hoy con miembros por todo el mundo. Esa fue la semilla sembrada en campo fértil.

Veamos si podemos aportar aquí algunas pautas que puedan resultar de utilidad. Voy a exponer tres aspectos importantes que debe contener el ADN de un taller literario.

En primer lugar, un taller debe ser considerado un invernadero en donde el hábitat o la atmósfera se torne relevante para los fines creativos e inspiracionales del grupo. Un invernadero contiene el ecosistema propicio para que cada planta produzca de acuerdo a su especie, es decir, en un mismo invernadero cohabitan cuentistas, poetas, novelistas, cronistas, ensayistas, etc.  Quien asiste a un taller deberá convertirse en sabueso de atmósferas, de otra forma, lejos de conseguir un desarrollo creativo, se secará como se seca una planta sin sol.

A finales de los años ochenta pude participar en algunos talleres en donde comprobé lo anterior. Recuerdo haber tomado solo un par de clases con un escritor conocido: lejos de generar un clima propicio para crecer y crear, era como un día torrencial con lamentos incluidos. Al salir, lo que uno deseaba era morir o dejar de escribir.

Un buen taller es un buen invernadero.

En segundo lugar está la didáctica. Por supuesto, se trata nada más y nada menos que de la estrategia al momento de enseñar, algo que he mencionado en mis talleres, aunque sin nombre.  Tuve la oportunidad de tomar un taller, en mis inicios, con un escritor en verdad famoso. Recuerdo que aquello era mágico: “Estar ahí con él compartiendo un espacio”. La magia terminó cuando comenzó a “enseñar”.  La didáctica era lo de menos. Él solo quería salir del apuro en el que alguien lo metió. Entre conceptos incomprensibles, anécdotas fuera de lugar y comentarios misóginos, se fueron las seis sesiones prometidas. Ahí descubrí algo que seguramente muchos ya sabrán: no hay relación entre éxito literario y didáctica o pasión por la enseñanza. Era indudable que aquel escritor sabía mucho, pero carecía de formación para enseñar lo que sabía. La didáctica es más importante que el nombre, a pesar de que obviamente esperamos que quien nos enseñe sepa escribir.

Por último, en tercer lugar se encuentra la provocación, el ejercicio de la escritura. Sin duda, “un escritor escribe”.  No se le puede llamar “taller” a un espacio donde se va a leer y a aplaudir. No se le puede dar ese nombre si no es posible hablar con la verdad luego de ver el resultado de un ejercicio.

El escritor no crece si no se le confronta con la verdad de su texto. Esto es contrario a los grupos literarios de vida social, en donde todos se adulan a pesar de producir textos dignos del cesto de basura. El futbolista que se prepara para ser profesional no recibe aplausos, recibe corrección y nuevos desafíos. El actor que busca ser mejor no recibe aplausos mientras mejora en secreto su técnica. Sin embargo, alguien escribe unas cuantas palabras mal rimadas y recibe efusivas muestras de admiración. Vale la pena no olvidar esto: en un auténtico taller siempre te dirán la verdad; se trata de tu texto, no de ti.

En una próxima entrega comentaremos tres características más…

Ahora, mientras escribo este artículo, estamos por comenzar el módulo II de Escritura Creativa en Casa Gemela.

Si te gusta escribir y quieres crecer, puedes ser parte de alguno de los grupos de Voz de tinta, tanto en modo virtual como presencial. Contáctame.

1 COMENTARIO

  1. Jorge, estoy de acuerdo contigo en lo que has expuesto. De nada sirve participar en un taller si no vamos a aceptar los errores. La realidad es que se aprende mas del error, que de los aciertos. Gracias por todo lo que he me has corregido y lo que he aprendido.

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