Opinión
Un autor de nuestro aprecio desde hace años es Edgar Rodríguez Cimé.
Compañero de sueños, además de viajero amigo en el camino de las letras, nos ha distinguido con su cercanía editorial en nuestra senectud.
Sus raíces originarias se han aferrado a nuestra península ancestral, y nuestras acumuladas aguas del subsuelo maya han alimentado los veneros de su espíritu, creador y auténtico como pocos.
Nos ha sido grato conocer y degustar sus creaciones literarias, firmes como nuestros suelos, alegres como la alegría matinal de las aves peninsulares, frescas como el tesoro acuático preservado en la profundidad de los suelos de esta tierra, el Mayab –Ma-ya-ob–, no para muchos, aunque sí para los sembradores de ideas, de letras, de sueños.
Hombre auténtico en sus expresiones, Edgar es un escritor honesto, sin dobleces, a quien la vida ha galardonado por la autenticidad de su criterio cultural, dimanado de la fortaleza histórica de sus raíces.
Por su pensamiento viajan nuestros ancestros capaces, desde sus lejanos tiempos, de interrogar al mundo externo y al sistema planetario, tanto como cuestionar al hombre maya y su concepto del cero: un puño cerrado, cuya última falange sería un punto, y el número cinco un puño plano con los cinco dedos en línea horizontal. Su mensaje es claro: el ser humano, el hombre maya, es la base del conocimiento matemático.
Edgar y sus raíces son tan firmes como los edificios y su cultura que legaron a la posteridad nuestros inolvidables ancestros en sus grandes ciudades.
Luis Alvarado Alonzo