XXXI
Trofeos que dejó la tempestad
7. Sortilegio de oro antiguo por la humanidad
Por esta avenida de voces
que ayer aventaron mis pasos
a clausurados cielos,
a un reino de tinieblas,
hoy brotan en impulsos,
en estelas de lumbre
otros abismos:
Amasaste lágrimas procelosas
para pulir esa Estatua del Hombre
a la que añaden ritmos los deseos.
Y recorremos, entre bueyes sagrados,
la calzada de los reyes y los héroes.
Y los dioses murmuran:
Todo imperio sucumbe por secreta ley.
Te lo cuento al oído:
Vino hoy nuestro hermano.
Y alzó el brazo: deshizo
con injurias mi cara
y con venenos
con ominosa alquimia
trasvasaba en mi alma
su amargor de gárgolas impávidas.
Después arrojó al fuego mi figura:
a un voraz cementerio
de astros y rostros.
Mas tu presencia, hermano, cura las heridas.
Y así como se enlazan las espigas
a las luces del día,
así mi alma marcha muy cerca de la tuya..
Esta tarde, caminando a tu lado,
te digo: La poesía es un puente:
una palabra que hace recordar:
Todos venimos de la luz.
Recordarás los soles de esta tierra
y sus horas y frutos: su lindura,
y mañana, cuando el viento
despliegue tu pasión en nuevos mundos.
Quizá, entonces,
de la noche nutricia,
de un intrincado vientre de presagios,
ha de insurgir el hombre señalado:
el Semejante, el Pródigo,
y ha de seguir labrando
aquel barro sonoro
-arcilla lenta esta-
tan mal cohesionado todavía.
Lleve el pueblo las armas de la luz.
Y el viento,
el viento,
el viento, el aire,
ha de incendiar el Cielo,
y habrá de llevarnos
a nacer nuevamente
en el agua lustral de los mundos posibles.
Nuestras vidas son ríos.
Nuestras obras son peces en el aire.
El mar nos llama.
Sube la tierra con la voz.
Todo retorna al Caos y al Origen…
El Amor y el Deseo
están ya por decirnos
sus leyes: sus destinos ocultos.
Nuestros ojos declaran…
Oigo tu voz que me habla
y me dice:
Volverás a la Tierra
para cantar esos días
que prepara la Vida,
tejedora de soles y de aves.
Que nuestros sueños sean
cada noche más claros…
Raúl Cáceres Carenzo
Continuará la próxima semana…