XXIII
Juan García Ponce
Alrededor de las Anémonas
Comedia en tres actos
ACTO III
Continuación…
JOSEFINA: ¡Al fin! ¡Esta Rosa es peor que un ciclón!
MARÍA: (A EMILIO.) Perdónale las groserías. Estaba furiosa porque Marcelita te escogió en lugar de hacerle caso a ese tontísimo de Alberto.
MARCELA: ¿Qué te hizo?
MARÍA: Grosería y media… Sólo porque -gracias a Dios- Emilio es un muchacho bien educado, no le contestó una barbaridad. Pero yo le hubiera dado la razón. Cuando Rosa se pone grosera, no hay quien la aguante.
MARCELA: Pero ¿qué pasó?
JOSEFINA: Nada. Que Rosa vino a reclamarnos que tú no le hiciste caso al pesado de Alberto. ¡Cómo si fuera imposible que alguien despreciara al tonto de su nieto!
MARÍA: Ah… pero nosotras la pusimos en su lugar. ¡Gracias al cielo que tuviste el buen gusto de mandarlo a freír espárragos!
JOSEFINA: Eso es lo que se merecía.
(A MARÍA)
¿Te fijaste que le dice sobrino y no nieto? ¡Como si con eso pudiera ocultar su edad, la muy presumida! ¡Si está más arrugada que una pasa!
MARCELA las observa, feliz, EMILIO está simplemente asombrado.
MARCELA: Pero yo siempre pensé que ustedes querían mucho a Alberto…
JOSEFINA: ¿A esa lagartija? ¡Qué va…
MARÍA: Si parece ratón. No sabe ni hablar. Nosotras lo tratamos bien, por educación: nada más que por eso. A mí siempre me cayó muy mal.
MARCELA: Yo pensaba lo contrario.
JOSEFINA: No sé por qué.
MARCELA: Serían ideas mías, tía. Tú ya me conoces.
(A EMILIO)
¿Por qué viniste tan temprano?
EMILIO: Quiero hablar contigo.
(Pausa. En voz baja.)
A solas.
MARCELA: Ven…
(A MARÍA y a JOSEFINA.)
Voy a enseñarle las anémonas…
MARÍA: Sí, vayan. ¡Están preciosas!
EMILIO: Con permiso.
EMILIO Y MARCELA van a la parte posterior de la terraza.
MARÍA: (Apenas ve que EMILIO y MARCELA están a prudente distancia. A JOSEFINA.) Entra un momento.
(La lleva del brazo, a la sala. Una vez que MARCELA comprende que ya no pueden verlos, le da un beso a EMILIO. Siguen besándose mientras MARÍA Y JOSEFINA platican, con breves interrupciones para decirse cosas como: «Te quiero… te adoro… amor mío… etc.»)
MARÍA: (Ya en la sala.) ¡Ay, Josefina! ¿Oíste lo que dijo Rosa?
JOSEFINA: ¿De Alberto?
MARÍA: ¡No, por Dios! ¿En qué estás pensando? ¡Del divorcio de Álvaro y Mercedes!
JOSEFINA: Claro que lo oí.
MARÍA: ¡Y te quedas tan tranquila! ¡Eres una inconsciente, Josefina! ¿Se trata de un divorcio! ¡Un divorcio! ¡Ay, Dios mío! ¿Será verdad? ¡Rosa es siempre la primera en enterarse de todas las cosas! Yo no aguanto más. Voy a hablar por teléfono a casa de Álvaro. Él no tiene derecho a este silencio.
JOSEFINA: ¡No te pongas nerviosa, María! Por favor. ¡Háblale, pero sin escándalos! Tú sabes que Alvarito no aguanta a las gentes excitadas: Rosa debe haber dicho eso para vengarse de lo de Alberto. No puede saber nada.
MARÍA: ¡Ay, no sé! Yo ya no sé nada. Pero creo que esta vez de veras me voy a enfermar del corazón. Cuida que esos niños no hagan alguna barbaridad. Voy a hablar por teléfono.
JOSEFINA: Antes, prométeme que no harás ninguna imprudencia. Si no, no te dejo ir a hablar.
MARÍA: Si, te lo prometo. No tengas cuidado. Ve a vigilar a ésos y déjame a mí sola. Voy a tomarme un buen trago de pasiflorina, antes de hablar.
MARÍA sale por la derecha. JOSEFINA, casi de puntillas, sale al portal y se asoma a la terraza. MARCELA y EMILIO siguen besándose.
JOSEFINA: ¡Niños! ¡Los van a ver!
EMILIO se separa bruscamente.
JOSEFINA: Mucho cuidadito con lo que hacen. Voy a estar aquí, en el portal. Pórtense bien.
MARCELA: Si, tía.
(A EMILIO)
No le hagas caso.
JOSEFINA se sienta en el portal. Saca un rosario y comienza a rezar. MARCELA vuelve a abrazar a EMILIO; pero éste se separa.
EMILIO: Espera.
MARCELA: Mi tía ya se fue. No te preocupes.
EMILIO: No es eso. Quiero que sepas qué es lo que vine a decirte.
MARCELA: ¿Tan grave es?
EMILIO: No. Pero quiero decírtelo.
(Pausa.)
Regreso a México, el miércoles.
MARCELA: ¡Emilio! No es cierto ¿verdad? Dime que no es cierto.
EMILIO: Sí; Marcela. Es cierto. Vine a decírtelo porque mi mamá seguramente va a mencionarlo ahora y yo no quiero que tú lo sepas por otra persona…
MARCELA: Pero ¿por qué tan pronto? Tú me dijiste que disponías de un mes, todavía. Yo ya me había resignado a eso. Pero no… No puede ser… ¿Por qué me dijiste, entonces, que no te irías?
EMILIO: Porque pensaba que podría quedarme; pero ayer hablé con mi papá y me dijo que, si quería volver a estudiar, tendría que regresar inmediatamente. No quiere que pierda ningún día de clases.
MARCELA: No estudies, entonces. No tienes ninguna necesidad. Yo no quiero que te vayas.
EMILIO: ¿Qué otra cosa podría hacer?
MARCELA: Trabajar con tu papá. En realidad, él no quiere que te vayas. Te daría trabajo, con mucho gusto.
EMILIO: Esa no sería una solución, Marcela. Ayer, cuando hablamos de mi viaje, no pensabas así.
MARCELA: Pero ayer, él creía que te quedarías un mes más. En cambio, ahora… Yo no quiero que vayas, Emilio. No quiero.
EMILIO: Marcela, por favor. Tú sabes que tengo que irme. Yo no podría trabajar aquí. Los asuntos de mi papá no me interesan. Ya hemos hablado de eso. Si no me voy ahora, tendré que quedarme para siempre. Y no es eso, lo que yo quiero. Tú tampoco. Los dos sabemos que es necesario que me vaya.
(Pausa. Mira a MARCELA en espera de una respuesta. MARCELA calla.)
Me quedaré, si me lo pides, porque te quiero y porque quiero que seas feliz. Pero no es eso lo que debemos hacer. Ayúdame, Marcela. Si no me voy ahora, no me iré nunca. Más adelante, nos arrepentiremos los dos. Después de todo, son sólo dos años y, además yo vendría para las vacaciones. Piénsalo bien. Quedarme aquí para depender siempre de mi papá, no es una solución…
MARCELA: Tienes razón. Yo quiero que te recibas. Vete.
EMILIO: ¿Pero no estás enojada?
MARCELA: No. ¿Por qué iba a estarlo? Tú tienes razón…
EMILIO: Y ¿vas a esperarme?
MARCELA: Si… siempre. ¿Qué otra cosa podría hacer?… Te quiero.
EMILIO: Yo también. Sólo a ti.
MARCELA: (La abraza.) Pero no me olvides, Emilio. Por favor, no me olvides…
EMILIO: No. Nunca…
(Se besan. MARÍA entra a la sala y va al portal.)
JOSEFINA: ¿Qué pasó? ¿Ya hablaste por teléfono?
MARÍA: Sí, pero no estaban… Contestó la criada. Ellos salieron con José. JOSEFINA: Menos mal. Si todavía salen juntos, no andará tan mal la cosa.
MARÍA: Eso espero.
(Pausa.)
¿Y esos…?
JOSEFINA: Allí están: besuqueándose, como siempre.
MARÍA: ¡Y lo dices tan tranquila! ¿No te das cuenta de que es domingo y que la gente pasa por aquí constantemente?
JOSEFINA: No te preocupes. He estado pendiente y no ha pasado nadie.
MARÍA: Voy a verlos.
(Se asoma para espiarles. Al ver que MARCELA y EMILIO han dejado de besarse, regresa al portal y se sienta tranquilamente)
MARÍA: Están muy juntos; pero no están haciendo nada.
Por toda contestación, JOSEFINA levanta el rosario que tiene en la mano, para indicarle que está rezando. MARÍA comprende y calla.
MARCELA: (Sonriendo.) Después de todo, somos unos exagerados. Te vas a México, no a China. Yo podría ir a verte de vez en cuando. Mi papá está allí… EMILIO: Y, además, todavía faltan tres días para que me vaya. Te propongo no hablar más de eso. Vamos a hacer de cuenta que no sabemos nada, y a pasarlo lo mejor que podamos. ¿De acuerdo?
MARCELA: Sí.
EMILIO: (Consulta su reloj) Entonces, voy a recoger a mi mamá, a la salida de misa, y regreso por ti en un cuarto de hora….
MARCELA: Dile que no hable del viaje, si va a venir a visitar a mis tías…
EMILIO: (Sonríe. La besa ligeramente.) Sí.
(Camina hacia el portal.)
EMILIO: Bueno, doña María….
MARÍA: ¿Te vas?
EMILIO: Tengo que pasar por mi mamá. Regreso en un momento. Con permiso.
MARÍA: Sí, pasa.
JOSEFINA: Adiós.
MARCELA: No tardes….
EMILIO: No.
(Baja los escalones y camina hacia la derecha. MARCELA lo sigue con la mirada. De pronto, entra corriendo a la sala y segundos después se asoma por la ventana de la derecha)
MARCELA: ¡Emilio!
EMILIO regresa. Se acerca a la ventana.
MARCELA: No puedo hacer de cuenta que no sé nada…
EMILIO: Tonta… (La besa.)
EMILIO: No tardo…
MARCELA: Sí, te espero…
Sale EMILIO. MARCELA se queda unos momentos en la ventana. Después, se aparta. Regresa a la sala y camina hacia el portal.
MARÍA: (Al ver su cara de tristeza.) ¿Qué te pasa?
MARCELA: (Casi llorando.) Emilio se va…
JOSEFINA: ¿A dónde?
MARCELA: A estudiar, a México…
MARÍA: ¿Ya lo ves, kelita? Imagínate todas las cosas que Rosa irá a contar, ahora…
MARCELA: ¡No me digas así!
MARÍA: Marcela, entonces; pero es lo mismo. En cualquier forma, se va…. MARCELA: (Enojada.) Y eso ¿qué tiene que ver?
MARÍA: Que nosotras te lo dijimos; ese muchacho no te conviene. Ya sabía yo que te iba engañar.
MARCELA: ¡No me engañó! ¡Nunca me ha engañado! Yo misma fui la que le aconsejo se fuera. Tenía que hacerlo.
JOSEFINA: Entonces ¿por qué te quejas? Si ya lo sabías, no veo…
MARCELA: (Interrumpiéndola.) Porque yo no pensé que tuviera que irse tan pronto y por que… y porque…
(Llora)
¡Porque yo no quiero que se vaya! ¡No quiero, abuelita!
(Se sienta a los pies de MARÍA y llora, escondiendo la cabeza en su falda.)
Tiene que irse ¡pero yo no quiero!… En México hay muchas muchachas. Me lo van a quitar… Yo no quiero… Lo quiero mucho. No me importa que no se reciba; pero que no se vaya… Lo quiero mucho.
MARÍA: (Llorando, también.) Cálmate, niña. Por Dios: cálmate.
(Mira a JOSEFINA.)
¡Josefina! ¿Qué hacemos?
JOSEFINA: ¿Voy por la pasiflorina?
MARÍA: Si. Corre, corre. Está muy excitada. Cálmate, Marcelita. Linda, por Dios: cálmate… Nadie te lo va a quitar. Él es muy bueno y además te quiere… Cálmate…
MARCELA llora más fuerte.
MARÍA: (A JOSEFINA.) ¿Qué haces aquí, parada? ¡Corre por la pasiflorina!
JOSEFINA: ¡Ay, Dios mío! ¡Virgen Santísima! ¡Ayúdanos!
(Rompe a llorar y sale corriendo. MARCELA sigue llorando en el regazo de MARÍA.)
MARÍA: Ya, Marcelita… ya. Él es muy bueno y te va a escribir mucho y a pensar mucho en ti y no va a pasar nada… Él te quiere, por eso se va. Quiere estudiar, para poder casarse… Te quiere mucho y sólo va a pensar en ti; ya lo verás. Hazme caso a mí, que soy más vieja y lo sé… Te quiere mucho…
MARCELA: (Inmóvil.) ¡Pero va todo el año! Yo no puedo estar tanto tiempo sin verlo. ¿Qué voy a hacer?
(Termina en un sollozo a todo volumen.)
MARÍA: No te preocupes. Un año, se pasa volando… ya lo verás…
MARCELA: No. Yo no puedo aguantar tanto tiempo. No puedo. No puedo. No puedo…
(Solloza con más fuerza, todavía.)
MARÍA: Ay, Marcelita. Por Dios… Ya… Mira. Ya me hiciste llorar a mí también… ¡Josefina! ¿Qué pasó!
Voz DE JOSEFINA: ¡No la encuentro!
MARÍA: ¡Ay, Dios mío!
(Intenta levantarse, pero la cabeza de MARCELA se lo impide)
¡Marcelita! ¡Ay!… ¡Ya no llores más, por favor!… Mira… si dejas de llorar, te prometo mandarte a México, con tu papá… ¿Ves? ¡Así lo verás todos los días! ¡Te prometo mandarte! Ya no llores más. Ya está resuelto el problema.
MARCELA: (Entre sollozo y sollozo) Pero, mi papá no va a querer… (La interrumpe otro sollozo.)
MARÍA: Si querrá. No te preocupes. Yo le escribiré, explicándoselo todo. Le daría mucho gusto verte y, además, ya es tiempo de que se ocupe de ti. No te preocupes. Yo te prometo que te irás. Te lo juro. Mira ¿ves? Estoy besando la cruz.
MARCELA levanta lentamente la cabeza y mira a MARÍA, que ha hecho el signo de la cruz con los dedos.
MARCELA: (Llorando mucho menos.) ¿De veras lo harás?
MARÍA: Ya lo juré. ¿No lo viste?
MARCELA: (Se levanta y echa los brazos al cuello, besándola) ¡Gracias! ¡Gracias, abuelita! ¡Te adoro!
(La cubre de besos.)
MARÍA: Ya. ¡Ya, niña! ¡Por Dios! ¡Vas a tirarme!
Entra JOSEFINA, apresuradamente. Lleva en las manos una botella y una cuchara.
JOSEFINA: (Las mira) ¡Qué pasó! ¿Ya no estás llorando?
MARCELA: ¡No tía! ¡Ya no! Y guarda esa botella. Ya no la necesito. ¡Estoy feliz! ¡Feliz!
(Besa a JOSEFINA.)
JOSEFINA: Pero ¿qué pasó? ¿Ya no se va Emilio?
MARCELA: ¡Sí se va! Pero yo también me voy. ¡Me voy con él!
JOSEFINA: No entiendo nada.
(A MARÍA.)
¿Quieres explicarme qué es lo que está diciendo esta niña?
MARÍA: Que también ella se va a México…
JOSEFINA: Y ¿con permiso de quién?
MARÍA: Mío.
JOSEFINA: (Asustada.) ¿Qué?
MARCELA: (Limpiándose las lágrimas) Voy a decírselo a Emilio.
(Baja corriendo.)
MARÍA: ¡Niña, por Dios! ¡Espera! Él va venir acá.
MARCELA: (Deteniéndose un momento.) No importa. No puedo esperar. Voy a decírselo.
(Sale)
MARÍA: ¡Tienes la cara hinchada! ¡Espérate!
Voz DE MARCELA: No me importa…
JOSEFINA: (Sentándose. Desconsolada) ¡Pero, María…! ¿Qué hiciste? ¿Estás loca
MARÍA: ¡Ay! No lo sé. ¡No me hables, ahorita! ¡No sé ni cómo lo hice! Pero se lo prometí lo juré, así que tenemos que cumplirlo.
JOSEFINA: ¡María, María! ¡Dios mío! ¿Te das cuenta de las libertades que esta niña va a tener con su papá? ¡Ni siquiera se va a ocupar de ella!
MARÍA: No necesito que me lo digas. Lo sé. Pero ¿qué querías que hiciera? Nunca la había visto así. Yo no sabía a qué hacer. Tú, te fuiste; pero ella siguió llorando y diciendo que lo quería… y yo no pude aguantar más. Le dije lo primero que se me ocurrió. ¡Estaba llorando, Josefina! Estoy segura de que tú, en mi lugar, hubieras hecho lo mismo. Estoy segura.
JOSEFINA: ¡Ay, Dios mío! Entre Alvarito y Marcela, van a volvernos locas.
MARÍA: Y no te olvides de Rosa. Fue la gota que hizo que el vaso se derrame. Yo, ya casi podía imaginármela: contando a todo mundo cómo abandonó Emilio a «esa loquita de Marcela, la nieta de María».
JOSEFINA: ¡Hubiera sido espantoso! Pero, ahora, nosotras ¿qué vamos a hacer?
MARÍA: ¿Nosotras?
JOSEFINA: Estaremos solas, otra vez… Acuérdate de qué tristes eran los días en que ella no estaba, y de cómo su llegada lo cambió todo. Ella traía, amigas, amigos… Había ruido, alegría…
MARÍA: Y también problemas….
JOSEFINA: También. Pero se oían voces y risas y los problemas nunca fueron lo suficientemente graves para empañarlas. En cambio, ahora ¿qué va a quedarnos? Las comedias…. y las anémonas… Y a esperar las visitas de José…
MARÍA: Perdóname. Yo tuve la culpa…
JOSEFINA: No digas tonterías. Yo, en tu lugar, hubiera hecho lo mismo. Y más… ¡Creo que hasta la habría dejado que se acostara con él!
MARÍA: ¡Virgen Santísima! ¡Tú siempre estás pensando en cochinadas! ¡Estás podrida, Josefina!
JOSEFINA: Tal vez… ¡Pero la hubiera dejado! Yo creo que, después de todo, no va a estar tan mal con su papá…
Por la derecha entra JOSÉ. Viene sin su bicicleta y está vestido con saco y corbata, lo que le hace sentirse manifiestamente incómodo.
JOSÉ: Hola.
(Sube los escalones)
JOSEFINA: ¡Qué elegante!
MARÍA: ¿Qué tal, lindo? ¿Cómo estás?
JOSÉ: ¡Espantosamente!
MARÍA Y JOSEFINA: (Simultáneamente. Pensando lo peor) ¡Dios mío! ¿Por qué? JOSÉ: ¡Este traje! ¡Y la corbata!
(Pone el dedo entre el cuello y la camisa, tratando de separarlas.)
No lo soporto. Me estoy asando.
MARÍA: (Respirando.) ¡Ah!, era eso!
(JOSEFINA toma un trago de la pasiflorina que traía para MARCELA)
JOSEFINA: ¡Qué sustos nos das, José!
JOSÉ: ¿Pues qué esperaban? ¿Qué se hubiera muerto mi papá?
JOSEFINA: No. Dios nos libre. Pero estos días han pasado tantas cosas, que nos asustaste…
JOSÉ: ¿Qué ha pasado?
JOSEFINA: Primero, lo del noviazgo de tu prima… y ahora, que…
MARÍA: ¿No puedes callarte la boca?
(A JOSÉ.)
Y ahora, nada, hijito. Ahora, nada. Tonterías de tu tía.
(JOSÉ las mira extrañado sin comprender)
MARÍA: (A JOSEFINA.) ¡Qué imprudente eres!
(A JOSE, con mucho tacto.)
Y ¿cómo están en tu casa? ¿Qué nos cuentas de nuevo?
JOSÉ: Nada. No ha pasado nada.
MARÍA: ¿Seguro?
JOSÉ: Bueno… nada, no…
MARÍA: Si… dime… no tengas miedo…
JOSÉ: Pues… el viernes me castigaron. Pero no fue mi culpa….
MARÍA respira, aliviada.
JOSEFINA: (Tranquila.) Anda… dínoslo… No vamos a hacerte nada. ¿Qué fue lo que hiciste?
JOSÉ: Maté una gallina, de una pedrada. Pero no fue culpa mía, tía. ¡Palabra…! Yo no le tiré a dar.
JOSEFINA: Ay, José… Tú vas a terminar matando gente. Si no aprendes a dominarte desde ahora, acabarás mal, pero muy mal…
JOSÉ: No, tía. Yo no lo hice adrede. Ya te lo dije. Lo que pasó fue que el viernes, no sé por qué, mi papá llegó muy enojado y me sacó de la casa. Y como yo no tenía qué hacer, pues me puse a tirar pedradas. Fue por mala suerte que una le pegara a esa gallina… ¡Yo no tengo la culpa!
MARÍA: ¿Qué fue lo que dijiste de tu papá?
JOSÉ: (Asustado) No… Nada.
MARÍA: Si. Dijiste que llegó muy enojado. ¿Es cierto?
JOSÉ: Si, abuelín. Pero yo no tengo la culpa. Todavía no había hecho nada. Él llegó… y empezó a decirle no sé qué cuántas cosas a mi mamá. Y luego me sacó de la casa.
MARÍA: (A JOSEFINA) ¿Ya lo ves? ¡Ay, Dios mío! Yo tuve la culpa.
JOSEFINA: ¡María! Primero tenemos que saber qué fue lo que pasó.
(A JOSÉ, que las mira perplejo.)
¿Están peleados, tus papás?
JOSÉ: No, tía.
MARÍA: Dinos la verdad, hijito. No vamos a hacerte nada.
JOSÉ: Es la verdad. Yo no he visto que están peleados. Hoy fuimos juntos, a misa.
MARÍA: ¿Y no sabes si van a venir acá?
JOSÉ: Creo que sí. Me dijeron que me adelantara y les dijera que ellos vendrían después.
MARÍA: ¡Gracias a Dios!
JOSEFINA: ¿Ya lo ves? Lo del divorcio debe haber un chisme de Rosa.
JOSÉ: ¿Qué cosa?
MARÍA: Nada. Nada. No nos hagas caso. Tonterías de viejas. ¿No quieres una Coca?
JOSÉ: ¡Claro! ¿Puedo tomarla?
MARÍA: Sí. Tómala. Y para pagárnosla, ayuda a la cocinera a bajar las naranjas.
JOSÉ: Sí, abuelín. Gracias.
(Sale hacia la cocina.)
MARÍA: ¿Tú crees que se haya dado cuenta?
JOSEFINA: ¡Qué va! Ése sólo piensa en comer y hacer diabluras.
MARÍA: ¡Ay, Dios mío! ¡Estoy tan preocupada! Ojalá que vengan Mercedes y Alvarito. No estaré tranquila hasta que los vea juntos. Y voy a preguntarles qué fue lo que pasó, aunque me lo hayan prohibido.
JOSEFINA: De ninguna manera. Tienes que limitarte a observarlos. Como dicen en las comedias: sus caras te lo dirán todo.
Por la derecha entran ÁLVARO Y MERCEDES.
JOSEFINA: Allí están. No vayas a meter la pata, María. Por favor.
ÁLVARO: ¿Qué pasó?
MERCEDES: Buenos días.
MARÍA: ¡Lindos! ¡Qué alegría!
(Baja los escalones y sale a recibirlos. Besa a ÁLVARO, que le pasa el brazo por los hombros. Los tres suben al portal.)
JOSEFINA: ¡Qué bueno que vinieron!
MERCEDES: ¿No ha venido José?
MARÍA: Sí. Está por allá adentro, tomándose una Coca-Cola.
ÁLVARO: Ya te he dicho que no le des cosas, cuando venga. Ese niño te explota…
JOSEFINA: Déjalo. Pobrecito. Tenía mucha sed.
MERCEDES: Siempre la tiene. Si de él dependiera, se estaría todo el día comiendo y tomando Coca-Colas.
MARÍA: Mejor que sea así. Tener hambre, es señal de salud. Y, además, él nos va a pagar lo que se coma: bajando naranjas.
(Pausa)
Y ustedes ¿cómo están?
MERCEDES: (Tomando de la mano a Álvaro) Muy bien, doña María.
ÁLVARO tose.
MARÍA: ¿De veras? Entonces, no sé… ¡Hijitos! ¡Qué alegría!
(Se levanta y besa a ÁLVARO)
Gracias, hijito. Me has devuelto la vida.
ÁLVARO: Vamos, mamá… Yo te dije que no te preocuparas…
MARÍA: Y yo te creí, lindo. Siempre te he creído. En todo. No en balde dediqué toda mi vida a educarte como se debe. Estaba segura de que no me fallarías. Ni siquiera estaba preocupada. ¿Verdad Josefina?
JOSEFINA: (En papel.) Verdad.
(A MERCEDES)
Llegó hasta enojarse conmigo, porque dudé de Álvaro.
(A ÁLVARO)
Perdóname por eso, Alvarito…
ÁLVARO: No te preocupes. Lo comprendo. Tú no me conoces tanto como ella. MARÍA: Yo soy tu madre. Pero ella también tenía fe. No creas. Dudaba; pero inmediatamente se daba cuenta de que era importante que tú fallaras. ¡Con tus principios!
JOSEFINA: (A MERCEDES) Lo que pasa es que, como aquí la gente es tan mala, una no sabe a quién creerle.
MERCEDES: Es verdad. Lo enredan a uno con sus mentiras.
ÁLVARO: Por eso hay que pensar, antes de creer en lo que se oye…
MARÍA: Eso es. Aquí es imposible creerle a nadie…
ÁLVARO: Pero, cuando se conoce a las personas, no se debe dudar de ellas. Es ofensivo. Yo estaba realmente disgustado. Con todos.
MARÍA, JOSEFINA Y MERCEDES: (Simultáneamente.) Pero, Alvarito… Lindo, nosotras… Debes comprender que…
ÁLVARO: Nada. Nada. Será mejor que no se hable más de eso. Tan sólo recordarlo… me disgusta. Sobre todo de ti, mamá. Nunca pensé que desconfiaras de mí hasta ese grado…
MARÍA: Me ofusqué, Alvarito. ¡Todo fue tan repentino!
ÁLVARO: Lo sé. Lo sé. Pero, afortunadamente, yo sé perdonar.
(Pausa.)
¿Vino a verte el doctor?
MARÍA: Si, Alvarito.
ÁLVARO: Y ¿qué te dijo?
MARÍA: (Tímida.) Que estoy bien. Pero yo no le creo. Yo me siento muy mal. ÁLVARO: ¡Tonterías! Estás perfectamente bien. No tienes por qué preocuparte. Todavía vivirás muchos años.
MARÍA: Sí, Alvarito. Como tú digas…
ÁLVARO: Quería saber eso, porque quiero pedirte un favor.
MARÍA: Lo que quieras, lindo,
ÁLVARO: (A JOSEFINA) ¿Quieres ver que José siga fuera un momento? No quiero que se entere de lo que voy a decir. Se pondría insoportable.
JOSEFINA: Como tú digas. (Se levanta y sale.)
MARÍA: (Agitada.) ¿Qué cosa es, Alvarito? ¿Por qué no puede oírlo José?
ÁLVARO: No te pongas nerviosa. No es nada grave. Solamente que quiero que te encargues de él por un tiempo.
MARÍA: ¿Por qué? ¿Y ustedes? ¡Ay! ¿Qué van a hacer, que no pueden llevarse a José ¡Mercedes! ¡Qué pasa!
MERCEDES: ¡Que nos vamos a Europa, doña María! ¡Nos vamos a Europa! ¡Al fin!
MARÍA: ¿De veras? ¿Es eso?
MERCEDES: ¡Si, doña Mari! ¡Es eso! ¡Álvaro me hizo ese regalo! ¿No es maravilloso?
MARÍA: TARIA: ¡Hijitos! ¡Qué bueno!
(Se lleva la mano al corazón.)
¡Ay, Dios mío! ¡Qué alegría! ¡Qué tranquilidad! ¡Después de tantos sustos! ¡Qué bueno eres, hijito!
(Lo besa)
Y tú también, Mercedes,
(La besa)
MERCEDES: Todo se lo debo a usted, doña María.
MARÍA: No. No. A mí, no. A él, que es tan bueno.
ÁLVARO: Bueno, bueno. Ya está bien. ¿Crees que podrás ocuparte de José, en todo ese tiempo? Estaremos fuera casi todo el año.
MARÍA: José es muy bueno y nos quiere mucho. Estoy segura de que no habrá ningún problema.
ÁLVARO: ¿Y tu corazón?
MARÍA: No importa ya. Me siento muy bien.
ÁLVARO: Bueno. Entonces nos vamos. Nada más venimos a decirte eso.
MARÍA: Quédense un ratito más. No sean así. Quiero saber cómo va a ser el viaje. ¿Irán a España y todo?
ÁLVARO: Si. Desde luego.
MERCEDES: Regresaremos por la tarde, para contárselo todo, doña María. Estamos invitados a casa de mi mamá y no queremos llegar tarde. Hay que acabar con ciertos rumores. ¿Usted comprende verdad?
MARÍA: Sí. Desde luego. Si por eso se van, no les entretengo más. Pero que conste que vendrán hoy mismo.
MERCEDES: Se lo prometemos.
(A ÁLVARO)
Ve por José ¿quieres?
MARÍA: Espera. Yo voy.
ALVARO: (Levantándose) De ninguna manera. Bastante guerra te dará después… (Sale hacia la cocina)
MARÍA: (Apenas sale ÁLVARO) ¿Cómo fue todo? ¡Cuéntamelo!
MERCEDES: ¡Ay, doña María! ¡Fue algo maravilloso! Y todo, gracias a usted. El jueves, después del pleito, me dejó en la casa y no regresó a dormir. El viernes, comenzamos a pelearnos otra vez. Pero yo le dije que iba a venir a contárselo a usted y con eso se calmó. Y ayer vino muy mansito y me propuso esto del viaje… Y se lo perdoné todo. ¿No cree usted que hice bien? Divorciarse hubiera sido una tontería. Y, además, como él me dijo: no le convenía para sus negocios. Como usted sabe, está a punto de formar una nueva sociedad con mi hermano y no le conviene pelearse con mi familia. Realmente, no era cosa de que yo lo perjudicara por una futileza así. ¿No cree usted? ¡Ahora soy yo la que se va a reír de la gente! ¡Un viaje a Europa! Es maravilloso ¿verdad?
Voz DE ÁLVARO: José… José… Ven. Ya nos vamos.
MARÍA: ¡Todo es maravilloso! El viaje… Que José se quede con nosotras… ¡Todo! MERCEDES: Por cierto, que Alvarito quiere que ustedes le digan a José que va a quedarse acá. Cree que será mejor que parezca que ustedes nos lo pidieron: ¿Puede hacerlo, doña María?
MARÍA: Como ustedes quieran, linda.
(Pausa)
Además, hay mucho de cierto en eso. Para nosotras, es una salvación que se quede aquí, ahora que Marcela se va a México, ¡Íbamos a estar tan solas!
MERCEDES: ¿Marcela se va a México? ¿Por qué?
MARÍA: Porque se va su novio. Se puso tan triste, que tuvimos que darle permiso. Te lo contaré todo hoy en la tarde. ¡Fue tan emocionante!
Entran ÁLVARO, JOSEFINA y JOSE.
ÁLVARO: Bueno, mamá. Nos vemos.
MARÍA: Sí, lindo. Pero acuérdense de que tienen que regresar ¿eh?
(Lo besa)
MERCEDES: Adiós, doña María.
(La besa)
Y gracias.
MARÍA: Adiós.
ÁLVARO: (A JOSEFINA.) Adiós, viejita.
JOSEFINA: Adiós.
MERCEDES: Hasta la tarde. (La besa.)
JOSEFINA: Los esperamos…
ALVARO: (A JOSÉ) Despídete. No seas grosero.
JOSÉ: (Besa a MARÍA) Adiós, abuelín. Y gracias por la Coca…
MARÍA: (Sonriendo) Adiós.
JOSEFINA: Adiós… ¡diablo!
JOSÉ: Adiós, tía.
MARÍA Y JOSEFINA los siguen con la mirada, tirándoles besos con la mano, hasta que salen
JOSEFINA: ¿Qué pasó? ¿Por qué se fueron tan pronto? ¡Yo nunca me entero de nada!
MARÍA: ¡Un milagro, Josefina! ¡Un milagro! ¡Van a dejarnos a José! ¡Se van de viaje y nos dejan a José!
JOSEFINA: ¡De viaje! ¡Y José!
(Comienza a llorar.)
Ya no vamos a quedarnos solas…
MARÍA: No. Al menos, por un tiempo.
Repican las campanas de la iglesia.
JOSEFINA: ¡Jesús! ¡Las doce! ¡Mi comedia! ¡Cómo se pasa el tiempo! ¡Un poco más y se me pasa la hora…!
(Camina apresuradamente hacia la sala.)
MARÍA: Camina despacio. Un día de éstos te vas a caer.
JOSEFINA, sin hacerle caso, se sienta, prende el radio y busca la estación. Una pausa. Se escucha la voz del anunciador, pregonando las cualidades del dentífrico que patrocina el programa.
MARÍA (Desde el portal.) No sé cómo te puede gustar esa comedia. No puede compararse con la de las cinco.
JOSEFINA: ¡Qué va! Esta es la más bonita de todas.
MARÍA se encoge de hombros, toma la regadera de junto a la pared y comienza a regar las flores.
Telón
Fernando Muñoz Castillo
Continuará la próxima semana…