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Dos siglos de dramaturgia regional en Yucatán – XXII

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XXII

 

Juan García Ponce

 

Alrededor de las Anémonas

Comedia en tres actos

 

ACTO III

 

Tres días después, domingo. Son aproximadamente las diez de la mañana. Al levantarse el telón, MARÍA está regando las macetas que cubren la orilla del portal.

MARCELA, en la ventana de la derecha, con los brazos en alto, asiéndose de los barrotes, mira, pensativa, hacia la calle. Por la izquierda entran dos señoras vestidas con ropas domingueras y mantillas puestas. Las campanas de la iglesia repican.

SEÑORA 1a: Adiós…

SEÑORA 2a: Adiosito….

MARÍA: Adiós. ¿Van a misa?

SEÑORA 2a: Sí…

Siguen caminando. Al llegar a la ventana de MARCELA, se detienen.

SEÑORA 1a: Adiós, Marcelita… ¡Qué guapa! ¿Por qué tan pensativa?

SEÑORA 2a: Adiós, Marcelita… Ya sabemos que tienes novio… ¿Qué tal? ¿Eh? Tan seriecita…

MARCELA: (Sonriendo forzadamente) Adiós…

Las dos señoras salen por la derecha. MARÍA termina de regar las macetas del portal. Baja, y con la regadera en la mano, se dirige a la ventana.

MARÍA: ¿Qué haces aquí?

MARCELA: Nada.

MARÍA: Mejor vete al portal. La gente que pasa va a pensar que estás esperando a alguien sin mi consentimiento.

MARCELA: Y ¿por qué iba a hacerlo?

MARÍA: No lo sé. Pero así es la gente. Además, voy a regar las plantas de aquí y puedo mojarte. Es mejor que vayas al portal. Allí está más fresco…

MARCELA: Está bien…

(Deja la ventana y momentos después sale a la sala. Camina hasta el portal y se sienta en una de las mecedoras. MARÍA riega las plantas de la ventana y concluida esta operación, va también al portal y se sienta)

MARCELA: Te pasas la vida preocupada por lo que dice la gente… y mira cómo estás vestida. ¿Tú crees que esa misma gente no comenta que andas con toda la ropa vieja y rota?

MARÍA: Estaba regando. Además, yo ya estoy vieja. Lo que dicen de mí, no importa. En cambio, tú tienes que cuidarte. Y mucho. Sobre todo ahora, que has hecho la tontería de hacerte novia de ese muchacho.

MARCELA ¡Ay, abuelita! ¿Vas a empezar otra vez?

MARÍA: No. No te preocupes. Te prometí no decir nada si tu papá daba la autorización… y voy a cumplirlo. Yo siempre he cumplido mis promesas. Y puedes preguntárselo a Josefina, si lo dudas. Que tu papi -del que nunca pensé que bastara que le hablaras por teléfono para convencerlo- cargue con la culpa, ante Dios, si pasa algo. Pero todavía es mi obligación |vigilarte, y no pienso descuidarla. El que tengas novio no quiere decir que ya eres libre. Para eso, tendrás que esperar hasta estar casada como Dios manda.

MARCELA: Sí, abuelita. Pero acuérdate de que también me prometiste no hacerle más feos a Emilio, cuando viene a verme.

MARÍA: Y también voy a cumplirlo. De mí no vas a tener queja. Ya lo verás. MARCELA: Lo sé. (La besa.) ¡Por eso te quiero tanto!

MARÍA: (Acariciándola) Mi niña! ¡Eres igualita a tu pobre mamá!

(Pausa)

Pero sigo pensando que hiciste una tontería, Alberto era mucho mejor…

MARCELA: Pero, abuelita…

MARÍA: Ya lo verás. Ese Emilio sólo va a darte disgusto, Es como toda su familia: una veleta. Gira por donde va el viento. Y si no hay viento, se sopla él solo.

MARCELA: Yo voy a hacer que cambie…

MARÍA: Hmmm… Dios quiera que así sea. Pero lo dudo mucho…

MARCELA: Ya lo verás. Voy a traerlo cortito…

MARÍA: Ojalá pudiera creerte, hijita. Pero los informes que tengo de él, son malísimos. Y acuérdate del refrán: cuando el río tiene agua: suena.

MARCELA: Es que la gente le tiene envidia….

MARÍA ¿Y de qué? Si el pobrecito ni siquiera buena salud tiene…

MARCELA: ¡Esas son puras mentiras! ¡Él ya está bien!

MARÍA: Ojalá que no te esté engañando.

MARCELA: Pero si el doctor Méndez lo dijo ayer, delante de ti. Y él fue el que lo estaba atendiendo…

MARÍA: Pues yo, ni al doctor Méndez le creo. La tisis no se cura.

MARCELA: ¡No era la tisis! ¡Era anemia! El doctor ya te explicó que, si hubiera sido tisis, no lo habrían traído aquí para curarlo.

MARÍA: Tisis o anemia. Es lo mismo. El caso es que está muy flaco y eso no puede ser bueno….

MARCELA: Mira, abuelita. Si seguimos hablando de eso vamos a volver a pelearnos. Tengo ya el permiso de papá y sé muy bien lo que hago.

MARÍA: ¡Claro! A tu pobre papá, que siempre fue muy débil -muy bueno, pero débil- lo convenciste con dos palabras cariñosas…

MARCELA: Como sea. Pero lo convencí. No tenemos por qué seguir discutiendo. Vamos a hablar de otra cosa, ¿quieres? No quiero pelearme contigo. Además, ahora que me acuerdo, me prometiste contarme hoy qué es lo que pasa con tío Álvaro y tía Mercedes. Dímelo. Ya no aguanto más. Hoy no te dejo ir hasta que me lo cuentes.

MARÍA: ¡Ay, Marcela! Eso es lo que me tiene tan de mal humor. Perdóname. Por eso te molesto tanto con lo de Emilio,

MARCELA: ¿Y eso qué tiene que ver?

MARÍA: Que lo que pasa entre tus tíos me demuestra, más, lo difícil que es encontrar un hombre realmente bueno.

MARCELA: Pero ¿qué es…?

MARÍA: ¡Ay, hijita! Será mejor que no te lo diga. Tú no tienes por qué saber estas cosas, que son de las que nos llenan de amargura… Una señorita no tiene por qué enterarse de ellas.

MARCELA: ¿Y cómo las sabe tía Josefina? Ella también es señorita ¿o no?

MARÍA: ¡Marcela! ¡Por Dios! ¡Claro que sí! ¡Virgen Santísima! ¿Cómo puedes dudarlo siquiera? Tu tía ha cuidado siempre su reputación como lo más precioso que puede tener una mujer. Te permito decir muchas barbaridades, porque sé que en el fondo eres buena; pero… ¡dudar de la moralidad de tu tía…! ¡Eso sí que no! ¡No vuelvas a decir algo así! ¡Nunca! Ella es como esas garzas que viven cerca de los pantanos… vuelan sobre ellos sin manchar su plumaje. Más que las garzas todavía, porque ella ni siquiera se ha acercado a los pantanos. ¡Jamás!

MARCELA: Ya lo sé, abuelita. Yo sólo lo decía porque ella si sabe lo que pasa.

MARÍA: Pero ella es mayor, ya. En cambio, tú no eres más que una chiquilla y no te haría ningún bien saberlo.

MARCELA: Ni tan chiquilla. Acuérdate de que ya hasta tengo novio.

MARÍA: (Vengativa) Es verdad. Creo que debo contártelo. Te servirá para aprender a desconfiar de los hombres.

(Pausa. Después, muy dramática)

¡Tú tío Álvaro tiene una amante!

MARCELA: (Desilusionada) ¿Eso era todo? Ya lo sabía…

MARÍA: ¿Ah sí? ¿Y sabías también, que tu tía quiere divorciarse?

MARCELA: (Curiosa) ¿De veras?

MARÍA: (Satisfecha) ¡Claro! Por eso era el pleito…

MARCELA: ¡Qué bárbaro! Y ¿qué piensas hacer?

MARÍA: (Recordando súbitamente que se trata de algo muy importante. Angustiada). ¡Ay, no lo sé, no lo sé, Marcelita! Cuando Mercedes me lo contó, intenté arreglarlo hablando con tu tío. Pero se enojó muchísimo porque yo me asusté mucho y fue a reclamarle a tu tía por haber venido a contármelo. Lo demás, ya lo sabes: sucedió aquí. Y por eso es, Marcelita, que estamos desde hace tres días con el alma en un hilo, sin ninguna noticia y rezando para que todo se arregle. MARCELA: ¿Ya lo ves? Yo siempre te dije que tío Álvaro no era tan bueno como tú creías…

MARÍA: No. Él sí es bueno. Yo lo sé. ¡Quién sabe cómo habrá ido a caer en las manos de esa mujer, que debe de ser terrible…!

MARCELA: ¡Abuelita! ¿Vas a justificarlo ahora? ¿Después de todo lo que me has dicho de los hombres? Él tiene la culpa. Siempre ha sido así. Tú eres la única que no lo sabía. Además, tú misma acabas de decirlo: tía Mercedes va a divorciarse. MARÍA: ¡No! ¡Eso no! ¡Ni lo digas! Yo estoy segura de que él sabrá arreglarlo todo. No permitirá que Mercedes haga esa tontería.

MARCELA: Entonces ¿por qué estás tan preocupada?

MARÍA: Pues… pues porque como para convencerlo de que dejara a la mujer esa, yo le dije que yo estaba enferma del corazón… y después… fingí que me desmayaba cuando vino tu tía a decirme que te estabas besando…

MARCELA: ¡Qué fingiste! ¿No fue cierto, entonces?

MARÍA: ¡Claro que no! Yo nunca, en mi vida, me había desmayado; pero no creas, siempre quise saber qué se sentía. Lo que pasó es que yo no sabía qué hacer… Ay, Kelita…

MARCELA: (Interrumpiéndola.) Marcela…

MARÍA: (Sin hacer caso.) Pero hasta eso salió mal. Ya lo ves. Tu tío se asustó tanto, que mandó al doctor Méndez a examinarme y ahora, cuando le diga que no tengo nada, va a pensar que soy una mentirosa… ¡Si supiera que lo hice por su bien! Pero, ¡mira qué cosas! Ni siquiera se ocupan de venir a contarnos qué ha pasado. Y aunque nos muramos de aprensión, no podemos averiguar nada, porque Álvaro nos tiene prohibido que nos metamos en eso. ¡Es un ingrato!

Por la derecha entra ANA

ANA: Buenos días…

MARÍA: (A MARCELA) ¡No le vayas a decir nada!

MARCELA: No tengas cuidado.

(A ANA.)

¿Qué pasó?

MARÍA: Buenos días, Anita.

ANA: (Sube al portal, besa a MARÍA y se sienta.) ¿En dónde te has metido? No se te ve por ningún lado.

MARCELA: He estado paseando con Emilio…

ANA: ¿Sola?

MARÍA: ¡No! Con su tía Josefina…

MARCELA: Ahí tienes la respuesta.

MARÍA: Marcela se enoja; pero nosotras ya no la dejamos ir sola ni a la puerta. ¿No crees que tenemos razón?

ANA: Pues…

MARÍA: Pues nada. Ahora es cuando más hay que vigilarlas. Ustedes creen que porque son novios tienen el derecho de estar besándose y acariciándose todo el tiempo… y están muy equivocados. El noviazgo es para conocerse, para tratarse y nada más. En mis tiempos, los novios no estaban solos hasta el día de su boda. Y yo estoy segura de que en tu casa también hacen que te acompañe alguien, cuando sales con Jorge.

(ANA se turba visiblemente.)

MARCELA: ¿Con Jorge? ¿Cuál Jorge?

(ANA no sabe que contestar.)

MARÍA: Jorge Peón, el que enamora a Anita. ¿Quién otro podía ser?

MARCELA: ¿Y de dónde sacas tú que Jorge Peón enamora a Ana?

MARÍA: ¿No lo sabías? ¿Tú, que eres su íntima amiga? ¡Qué barbaridad! ¡Si constantemente le está rogando para que salga con él! ¿Verdad, Anita?

MARCELA: (Mirando muy extrañada a ANA, que está sumamente turbada.) ¿Tu le contaste eso?

ANA: (A punto de llorar.) Este… no.… si… Pero… es… que…

MARCELA: Pero si no es cierto. Él nunca te ha hecho caso y además es novio de…

(Al ver el apuro que está pasando ANA, se calla)

(A MARÍA)

No es lo mismo, Jorge todavía no es novio de Ana…

MARÍA: Pero cuando lo sea, estoy segura de que no se molestará porque la acompañe alguna persona de su familia, cuando salga con él…

MARCELA: Sí, cuando lo sea…

Por la derecha entra JOSEFINA, del brazo de una señora.

SEÑORA: (Desde la calle.) Buenos días, doña María.

(A MARCELA y a ANA)

Buenas…

MARÍA: Muy buenos días, Enriqueta. ¿Qué tal los niños?

MARCELA: Buenos días.

(ANA, incapaz de hablar, la saluda con un simple movimiento de la cabeza.)

SEÑORA: (A MARÍA) Muy bien, gracias.

(A JOSEFINA.)

Bueno, aquí la dejo. Ya está usted segura.

JOSEFINA: SI, gracias.

(Se besan)

Adiós.

SEÑORA: (A MARÍA, MARCELA Y ANA) Adiós.

MARÍA Y MARCELA: Adiós.

JOSEFINA sube al portal. La SEÑORA sale por la izquierda.

JOSEFINA: ¿Qué pasó, Anita? (La besa)

ANA: (Conteniéndose) Buenos días, doña Josefina.

JOSEFINA: (A MARÍA.) Te dije que vinieras a esta misa. ¡El sermón del padre Maldonado estuvo precioso!

MARÍA: No creo que haya sido mejor que el de la misa de ocho. ¿Verdad, Marcela?

(MARCELA asiente.)

A esa hora es cuando más inspirado está. Él mismo lo confiesa.

MARCELA: (A ANA) Ven. Quiero hablar contigo.

(Después, voz alta.)

¿Quieres ver mi vestido nuevo? Está precioso.

ANA: Sí. Vamos.

(A MARÍA y a JOSEFINA.)

Con permiso.

MARÍA: Pasa, Anita. Estás en tu casa.

ANA: Gracias.

MARCELA Y ANA pasan a la sala y salen por la derecha.

JOSEFINA: ¿Qué les pasa? Parece que están enojadas.

MARÍA: Lo de siempre. Estábamos discutiendo: si debía salir sola o no… JOSEFINA: Pero, María…

MARÍA: ¿Qué tiene? Si de ti dependiera, esa niña haría lo que le diera la gana. ¿Verdad? Pero, gracias a Dios, todavía soy yo la que la manejo.

JOSEFINA: Si, pero es a mí a la que obligas a estar con ella y le voy a caer mal. MARÍA: Sabes muy bien que yo lo haría si no tuviera encima la preocupación de lo de Alvarito. No tienes derecho a reprocharme nada.

JOSEFINA: No te lo reprocho. Lo que pasa es que yo sé que no sirvo para eso. Te confieso que me dan tanta pena, que hasta he permitido que se besen delante de mí.

MARÍA: ¡Josefina! ¿Y los ha visto la gente?

JOSEFINA: ¡Qué va! Se lo he permitido sólo cuando no hay nadie cerca.

MARÍA: Y ¿cómo se ven?

JOSEFINA: ¡Preciosos! ¡Hasta dan envidia…!

MARÍA: ¡Claro! ¡Marcela es tan guapa…!

JOSEFINA: Y él también… no te creas. En estos días me he estado fijando y es bastante guapo.

MARÍA: Peor, tienes que tener mucho cuidado. Los hombres, de los besos, siempre quieren pasar a otra cosa.

JOSEFINA: No te preocupes. Los tengo bien mediditos…

MARÍA: No estoy tan segura. Tú siempre has tenido la manga demasiado ancha para esas cosas. Voy a tener que empezar a ir con ellos…

JOSEFINA: No, María. ¡Pobrecitos! Contigo no tienen confianza…

MARÍA: Por eso mismo. Tú los consientes mucho. Es peligroso. Dentro de poco querrán pasar a lo que siempre sigue a los besos… y eso sería tremendo. Acuérdate de que nosotras tenemos que rendir cuentas a su papá.

JOSEFINA: ¡María! ¡Cómo crees que iba a dejarles hacer esas cosas, delante de mí!

MARÍA: No sé… tú eres tan curiosa, que serías capaz…

JOSEFINA: ¡Cómo eres, María…!

Por la izquierda entra doña Rosa. Tiene más de sesenta años. Pero a pesar de esto, se viste con colores claros y se maquilla considerablemente. Usa impertinentes, que cuando no están puestos, cuelgan sobre su pecho sostenidos por un grueso cordón negro. Camina apoyándose de un bastón muy lujoso, con casquete de oro y puño de marfil. Usa zapatos de tacón muy alto.

ROSA: (Casi gritando.) ¡Buenas tardes, viejas!

JOSEFINA: ¡Dios nos ampare! ¡Es Rosa!

MARÍA: ¡Cállate! Buenos días, Rosa. ¿Qué milagro?

ROSA: (Sube al portal y se deja caer en una de las mecedoras.) ¡Milagro! ¡Deveras que sí es un milagro! ¡Como que ya no puedo andar por la calle sin que los malditos comunistas intenten meterme presa…!

MARÍA: ¿Por lo del ojo de tu criada…?

ROSA: ¡Por eso, nada más! ¡Imagínate! ¿No es el colmo? ¡Una ya no es libre ni para hacer lo que le dé la gana en su casa!

MARÍA: Sin embargo, desde las persecuciones, las cosas han cambiado bastante…

ROSA: ¡Qué cambiado ni qué nada! ¡Primero les dejamos que nos robaran las haciendas y ahora, además quieren meternos a la cárcel con cualquier pretexto! ¡Es increíble! ¡Cada vez que pienso que hace más de veinte años que los soportamos, siento unas ganas irresistibles de ahorcar a estos hombres de ahora, que ya no sirven ni para hacer una revolución, defendiendo a sus madres!

JOSEFINA: ¿No has podido arreglar nada, entonces?

ROSA: Sí; claro que sí. Todo. Le di cien pesos a la maldita india ésa y ya le echó la culpa al mozo, Ayer fueron a detenerlo.

MARÍA: ¡Rosa! ¡Pobrecito…!

ROSA: No tan pobre. No creas; me vendía los aguacates y se quedaban con una parte del dinero. Estoy segura.

 

MARÍA Y JOSEFINA se miran sin saber qué decir.

ROSA: (Cambiando de tono.) ¿Y tu nieta? ¿No está?

MARÍA: Sí… Está en su cuarto.

ROSA: Ah. (Pausa.) Me contaron que estaba saliendo con el hijo de Emilio Rodríguez. ¿Es cierto?

MARÍA: Si.

Rosa: Y ¿cómo es eso? Si ella se estaba muriendo por mi Alberto….

JOSEFINA: Salía con él….

MARÍA: Pero parece que después le gustó más Emilio…

Rosa: ¡Imposible! ¡No puede ser tan tonta! Alberto es mejor que cualquiera.

MARÍA: Pues, si… Pero, ya lo ves: ella prefirió a Emilio.

Ross: ¿Y ustedes le permiten que haga esa tontería? Mi sobrino no puede ni compararse siquiera con ese muchacho.

JOSEFINA: Nosotras le aconsejamos que…

MARÍA: ¿Por qué no? Emilio también es un muchacho excelente.

JOSEFINA: (Comprendiendo) Claro. ¿Por qué no?

ROSA: Porque no. Porque no puede ser. Alberto es muy superior. Ya tiene una carrera y además, es mi sobrino.

MARÍA: Pero creo que a Marcela, eso no le importa mucho….

ROSA: Y entonces, ¿qué es lo que quiere? No hay otro muchacho tan serio y tan formal en todo Mérida. Alberto es el mejor partido de esta ciudad y de muchas otras, no creas….

MARÍA: Pues Marcela, por lo visto, no opina lo mismo. El viernes le dijo que no quería volver a verlo.

ROSA: ¿Y tú se lo permitiste?

MARÍA: ¿Por qué no? Ella tiene derecho a salir con quien quiera…

JOSEFINA: Además, ya es novia de Emilio. Alberto no tenía derecho a visitarla.

ROSA: ¡Qué barbaridad! No entiendo cómo tú, María, puedes permitir que prefiera a ese muchacho, que no es nadie.

MARÍA: Es un muchacho excelente

ROSA: ¡Pero no puede compararse con mi Alberto!

MARÍA: ¡Claro que puede! Y, además, es mucho más guapo que él. Perdóname, Rosa, pero a mí me parece que ser abuela de Albertito te ciega un poco. Cualquiera puede ver que Emilio es mucho más atractivo que tu Alberto.

JOSEFINA: Y mucho más inteligente, también. Nosotras siempre se lo dijimos a Marcela….

ROSA: Pero Alberto tiene una carrera…

MARÍA: Y eso ¿qué tiene? Emilio también la tendrá…

ROSA: Si lo toman así… allá ustedes. Yo venía a decirles, de parte de Alberto, que él deseaba visitar formalmente a Marcela. Pero si ustedes no se oponen al tal Emilio, olviden mi proposición. No he dicho nada.

MARÍA: Pues lo sentimos de veras, Rosa; pero parece que Emilio prefirió hablar directamente con Marcela, y que se le anticipó a tu nieto… Y nosotras, con toda franqueza estamos muy contentas. Nuestra nieta quiere a Emilio, y a nosotras nos gusta mucho para ella.

JOSEFINA: Además, el papá de Marcela ya les dió permiso, y nosotras no podemos hacer nada.

ROSA: Comprendo, comprendo. Olvídense de eso. Eran tonterías de mi sobrino.

(Pausa)

Yo sé que, en el fondo, no le gusta tu Marcelita… Y.… hablando de otra cosa, María… ¿Qué sabes de ese chisme, de que se divorcian Mercedes y tu Alvarito? MARÍA: (Descorazonada.) ¿Mercedes y Álvaro? No… Yo no sé nada… No creo que sea verdad.

ROSA: Pues a mí me dijeron que es seguro.

(Pausa. Observa la reacción de MARÍA y de JOSEFINA)

Yo no lo quise creer, porque tú sabes cómo es la gente, aquí… Y a mí no me gusta meterme en chismes; pero si tú No lo sabes… pues… Yo quise, primero que nada, venir a preguntártelo a ti, que seguramente estarías enterada de todo…

MARÍA: No te preocupes. No hay nada de eso. En esta ciudad, hay mucha gente que le tiene envidia a Álvaro. Pero, gracias a Dios, él es un marido ejemplar… como ya lo desearían muchas. Ya te digo: yo no he visto a Álvaro, en estos días; pero no creo que nada de eso sea verdad.

ROSA: Me tranquilizas. Yo tampoco podía creerlo. ¡Álvaro y Mercedes: divorciados! ¡Sería terrible! Pero fíjate cómo es la gente de aquí: llegaron a decirme que tú habías hablado con él, tratando de arreglarlo, y que no te había hecho caso. Y eso sí que, francamente, me alarmó…

JOSEFINA: ¡Dios mío!

MARÍA: No… No hagas caso… No hay nada de eso.

ROSA: (Observándola, escéptica.) Pues no sabes cuánto me alegro, porque de ser verdad, los que pagarían por todo, serían las inocentes palomitas de tus nietos. ¡Tan buenos que son todos!

Por la izquierda entra EMILIO. Al ver a ROSA, se detiene. Por fin se decide y entra.

EMILIO: Buenos días.

ROSA: Buenos días.

MARÍA: Hola, Emilio.

JOSEFINA: ¿Vienes por Marcela? ¿Tan temprano? Ella te esperaba más tarde. EMILIO: Sí. Pero necesito hablar con ella…

ROSA: (Poniéndose los impertinentes y observándolo.) Así que tú eres Emilio…

EMILIO: (Turbado) A sus órdenes…

MARÍA: Si. Este es Emilio. ¿No lo conocías?

ROSA: Me parece que sí. Lo conocí cuando todavía era un chiquillo. Pero entonces no era tan feo.

(A EMILIO.)

Cambiaste mucho.

EMILIO no sabe qué contestar.

MARÍA: (Tose) Josefina ve a llamar a Marcela. Emilio debe tener prisa.

(A EMILIO.) ¿Verdad?

EMILIO: Un poco. Mi mamá me está esperando en la iglesia.

JOSEFINA: Ahorita le aviso.

(Atraviesa la sala y sale por la derecha)

MARÍA: Siéntate, Emilio.

EMILIO: (Se sienta.) Gracias.

ROSA: ¿Y tú estudias?

EMILIO: Sí: Arquitectura.

ROSA: ¡Qué tontería! ¡Ya hay millones de arquitectos!

(Pausa larga)

Te faltarán algunos años para terminar, ¿verdad?

EMILIO: Sólo dos, señora.

ROSA: Pues son bastantes. En dos años pueden pasar muchas cosas. Porque tú tendrás que irte a México para estudiar, ¿verdad?

EMILIO: Sí.

MARÍA: (Desesperada.) ¿Cómo está tu mamá?

EMILIO: Muy bien. Le manda muchos saludos.

MARÍA: (Rápidamente, sin dejar tiempo para que Rosa intervenga) Agradécelos de mi parte. Y dile que a ver cuándo nos visita…

EMILIO: Pensaba venir hoy, por la tarde…

MARÍA: ¡Qué bueno! La esperaremos. Dile que no vaya a dejarnos mal… que tengo muchas ganas de platicar con ella.

Rosa se revuelve en su asiento. No puede encontrar qué decir. Entran MARCELA Y ANA seguidas de JOSEFINA. ANA ha estado llorando.

MARCELA: (A EMILIO) Hola.

(A doña ROSA)

Buenos días.

ANA: (Besa a Rosa) Buenos días, tía.

(A EMILIO)

¿Qué pasó?

ROSA: ¿Estabas aquí?

ANA: Yo creo.

ROSA: ¿Qué te pasa? Tienes los ojos rojos.

ANA: Nada. Es que me entró tierra.

ROSA: Pues se te ven como si hubieras llorado… Bueno, ahora me acompañarás a la casa ¿verdad? Así harás algo útil. Aquí sólo pierdes el tiempo. Adiós, María. Ya nos veremos por acá. Y recuerda lo que te dije: vas a arrepentirte.

MARÍA: No lo creo.

ROSA: (A JOSEFINA) Adiós. Cuídense mucho: las dos.

JOSEFINA: Adiós. Y tú también; cuídate.

ANA: Bueno, doña María, Hasta luego.

(La besa)

MARÍA: Adiós, linda.

(Con intención)

Y cuida mucho a tu «abuelita». Ya le cuesta mucho trabajo caminar.

ANA: Si, doña MARÍA.

(A JOSEFINA)

Adiós

(La besa. Después, a MARCELA)

Bueno…

JOSEFINA camina hacia ROSA y MARÍA, que se han adelantado ya.

MARCELA: ¿Te vas?

ANA: ¿Qué otra cosa me queda?

MARCELA: Bueno. Nos vemos más tarde.

(Aparte)

Y perdóname. Yo nunca me imaginé que lo hubieras inventado…

ANA: No te preocupes. Yo tuve la culpa. No debería haberle dicho esas mentiras a tu abuelita. Fui una tonta. Nada gana una con hacerse ilusiones….

MARCELA: Ana…

ANA: Olvídalo, por favor.

(Dándole la espalda.)

Adiós, Emilio.

EMILIO: Adiós, solterona….

MARCELA: (Lo pellizca) ¡Emilio! ¡No seas pesado!

ANA: No tiene importancia. Después de todo, es la verdad.

EMILIO: Era una broma, yo…

ANA: Olvídalo, olvídalo. (Va hacia ROSA.)

ROSA: (Que ya había bajado el portal) ¡Ah, se me olvidaba! Hasta luego, Emilito. Y cuídate, que estás muy esmirriado. Debes estar muy enfermo.

EMILIO: Adiós.

ROSA: Adiós, Marcelita. Voy a saludar a Alberto, de tu parte. ¿Vamos, Ana?

ANA: SÍ.

Salen por la izquierda.

Fernando Muñoz Castillo

Continuará la próxima semana…

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