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Dos siglos de dramaturgia regional en Yucatán – XX

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XX

Juan García Ponce

 

Alrededor de las Anémonas

Comedia en tres actos

 

ACTO II

 

Al día siguiente son, aproximadamente, las cinco de la tarde. Al levantarse el telón, JOSEFINA está en la sala, escuchando con gran atención una comedia por el radio. Por la izquierda entra José, montando en su bicicleta. Desmonta. Deja la bicicleta a un lado y entra hasta la sala.

El sol comienza a ocultarse, dándole un tinte rojizo a todas las cosas.

JOSÉ: ¿Qué pasó, tocaya?

JOSEFINA: Espera, espera. No me hables ahorita. Tengo que saber qué le pasa a Magdalena…

JOSÉ: Pero, tía, es que…

JOSEFINA: Shhht…

Con un ademán de resignación, se sienta en una de las mecedoras, balanceándose fuertemente, con los brazos cruzados y con un gesto de impaciencia y aburrimiento. Durante unos momentos, sólo se escuchan las acostumbradas tonterías de las comedias radiofónicas, acompañadas por impresionantes fondos musicales que acentúan la importancia de los acontecimientos. JOSEFINA escucha con toda atención. Por fin, la comedia termina. JOSEFINA se entrega a las preocupaciones que el desenlace le produce.

JOSÉ: ¡No entiendo cómo te pueden gustar esas porquerías, tía!

JOSEFINA: No sabes lo que dices. Son preciosísimas…

JOSÉ: ¡Bah! ¡Puras idioteces! Las cosas no suceden así…

JOSEFINA: Eso crees tú, porque no conoces la vida, ni tampoco el argumento de la comedia. Te los voy a contar, para que veas…

JOSÉ: ¡No, tía! ¡Por favor!

JOSEFINA: Si es lindísimo… Te voy a contar lo que está pasando ahora para que me digas si no es «apasionante como la vida misma»… Fíjate: Magdalena es una muchacha preciosa y muy buena, que siempre estuvo enamorada de su jefe, que es un señor viudo… ya grande; pero guapísimo, con su pelo blanco y toda la cosa…

JOSÉ: ¿Qué, toda la cosa?

JOSEFINA: Pues toda la cosa… Todas esas cosas que se necesitan para ser guapo. Pero no me interrumpas. Espérate y verás… Entonces, fíjate que cuando al fin, el jefe, que se llama don Víctor, se fija en ella y la quiere, la hija de don Víctor -porque tiene una hija- se enoja y le da envidia… y entonces, en combinación con una antigua amante -porque don Víctor también tenía una amante…

JOSÉ: ¿Y no tenía un coche?

JOSEFINA: ¡Qué pesado! ¿Por qué iba a tener un coche? Y si lo tenía, eso no le importaría a Magdalena, porque ella no era interesada. Lo quería con el corazón. Pero entonces, fíjate que entre las dos, intrigan e intrigan hasta que el tonto de don Víctor les cree y le reclama a Magdalena…

José: Y ella ¿qué hace?

JOSEFINA: No lo sé… En eso se quedó hoy… ¡Pero me da una pena, la pobre! Porque esto no es lo primero que le pasa… Ya antes, a su mamá la atropelló un tranvía, y su primer novio, que era músico, se volvió tísico y se murió. Y el siguiente, se lo quitó su mejor amiga… ¡Pobrecita!

JOSÉ: ¡Caray! ¡Pues, sí que le han pasado cosas a la Magdalena!

(Medita.)

Pero, a mí, francamente, me gustan más las películas. Allí, sí se creen las cosas. Y fíjate, tía, que ahora están dando una película en la que salen desnudas, las artistas…

JOSEFINA: (Siguiendo su primer impulso.) ¿Dónde?

JOSÉ: En el «Colonial»; pero es «sólo para adultos»… A mí, no me dejaron entrar.

JOSEFINA: Hicieron muy bien. No sólo no deberían dejarte entrar a ti, sino que ni siquiera permitir que se exhibieran esas cochinadas. ¿Ya leíste lo que dice «El mensajero» de este mes, sobre las películas inmorales?

JOSÉ: No. Yo nunca lo leo…

JOSEFINA: Yo tampoco… Me da mucha flojera. Pero María me dijo que decía que «si seguía este imparable tren de inmoralidad, pronto llovería sobre nuestra ciudad, como en Sodoma y Gomorra, el fuego divino que la ira de Dios produciría para castigar nuestros excesos». A mí me impresionó tanto, que hasta lo aprendí de memoria. Tal como te lo digo, así me lo dijo María. ¿Qué te parece?

JOSÉ: ¡Sería chévere que lloviera fuego! ¿Verdad? A mí me gustaría mucho… Se ha de ver re-bonito. Ahora, lo malo es que aquí no hay bomberos y no se podría apagar…

JOSEFINA: ¡José! ¡Por Dios santísimo! ¡No digas eso! Sería un castigo horrible; pero merecido. ¿Nunca te han contado lo que le pasó a Sodoma y Gomorra?

JOSÉ: Si, creo que sí… En la escuela. Pero ya no me acordaba bien. ¿Se quemarían las casas y todo?

JOSEFINA: Todito…

JOSÉ: ¡Caray! Entonces… mejor que quiten las películas… ¿verdad?

JOSEFINA: Claro. Si no, todos la pagaremos…

JOSÉ: Menos mal que yo ya me voy a los Estados Unidos. Así no me tocará…

JOSEFINA: No estés tan seguro. Allá son todavía peores que acá. Casi todos son protestantes! Cuando llegues allá, tendrás que tener mucho cuidado para no perder la fe, porque los bárbaros ni siquiera creen en la Virgen…

JOSÉ: Si, ¿verdad?

(Pausa) Oye, tía… ¿y los protestantes no pueden ir al cielo?

JOSEFINA: Algunos, sí; pero muy rara vez. Y solamente si son muy buenos y nunca han oído hablar de que la verdadera religión es la católica.

JOSÉ: ¡Caray! ¡Pobres protestantes! A mí, a veces me dan lástima… ¡Ese demonio de Lutero tiene la culpa de todo! ¡Pero bien que se ha de estar achicharrando en el infierno! Y no le han de dar ni una gotita de agua cuando la pida llorando…

JOSÉ: Eso mismo nos dijeron en el colegio; pero a mí, francamente, me da un poco de lastima. ¿Te lo imaginas? Con tanto tiempo de tener sed y no tomar una sola gota de agua… A veces yo me ando muriendo porque me estoy una hora sin tomar agua…

JOSEFINA: ¡Él se lo buscó! ¡Por orgulloso!

JOSÉ: Si… Eso, si… ¡Qué bueno que nosotros somos católicos! ¿Verdad?

JOSEFINA: Claro que sí; pero eso no basta… Además, tienes que cumplir con todas tus obligaciones. Si no, de nada sirve… ¿Cómo vas en la escuela?

JOSÉ: ¡Re-bien! Ahora sí que estoy estudiando.

JOSEFINA: Así debería ser, siempre. ¿Qué calificación sacaste esta semana?

JOSÉ: Esta semana no hubo clases, tía. Fue Carnaval…

JOSEFINA: ¿Y la anterior?

JOSÉ: Ocho, en aprovechamiento.

JOSEFINA: ¿Y en conducta?

José: ¿En conducta? Pues… tres…

Por la derecha entra MARIA. Trae puesta la mantilla, todavía y en las manos, un misal y un rosario.

JOSEFINA: Pero, José… ¿pues qué hiciste?

JOSÉ: Yo, nada, tía… Palabra… Es que toda la clase…

MARIA: (Entrando a la sala.) ¿Qué haces tú, aquí, a esta hora?

JOSÉ: ¿Qué pasó, abuelin?

(Se levanta y la besa.)

Venía a hacerles una visita. Acabo de salir del colegio.

JOSEFINA: ¿Sabes cuánto sacó en conducta, este niño, María?

José: ¡Tía! ¡No seas así!

MARÍA: ¿Cuánto?

JOSEFINA: ¡Tres!

José: Pero saqué ocho, en aprovechamiento, abuelín. Y tú sabes que eso es lo que importa.

MARIA: Ah… Muy bien muy bien. Dale un peso Josefina.

JOSÉ: ¡Pero, si sacó tres, en conducta!

MARIA: Eso no importa

JOSEFINA: Y además, es una calificación de hace dos semanas…

MARIA: No importa. En cualquier forma, no le habíamos dado el premio. Anda, dáselo.

JOSEFINA: ¡Luego nos quejamos de que no alcanza el dinero! ¡Eres una botarate! Este niño tiene un papá para que le dé dinero.

JOSÉ: Si. Tía, pero él no me dio nada por lo del tres y no tengo un centavo. JOSEFINA: (A MARIA) ¿Ya ves? ¿Vas a contradecir las órdenes de su padre?

MARIA (A JOSÉ) ¿Por qué no me habías dicho eso?

JOSÉ: (Desconsolado) No me lo habías preguntado.

MARIA: Pues si tu papá te castigó, nosotras no podemos llevarle la contraria. Seria maleducarte.

JOSÉ: Pero, abuelin… Es que él es muy estricto. Tú ya lo conoces. Además, esta semana voy a sacar buenas calificaciones. Te lo prometo.

MARÍA: Bueno… Confío en ti.

(A JOSEFINA)

Dale el peso…

JOSEFINA: María, no tenemos…

MARIA: ¡Josefina! ¡por Dios! ¡Dáselo ya!

JOSEFINA: Bueno… Como quieras. Pero luego no te quejes si…

MARÍA: No. No me quejo. Anda… Dáselo.

Murmurando palabras ininteligibles, JOSEFINA toma el bolso que está junto al radio saca un billete que le da a José. En ese momento, pasa un MUCHACHO con un cesto a la cabeza, pregonando.

 

MUCHACHO: ¡A veinte, los dulces! ¡A veinte!

JOSÉ: ¿Puedo comprar dulces?

MARÍA: Como quieras. Es tu peso. Pero no seas tonto. No vayas a gastarlo todo…

Sale el MUCHACHO

JOSÉ: Ahorita vengo… (Sale tras el MUCHACHO.)

JOSEFINA: ¡Eres una botarate! Y además, lo consientes demasiado…

MARÍA: Pero, Josefina… pobrecito… ¿Le negarías algo, con todas las cosas que están pasando en su casa? A mí, solo de acordarme, me dan ganas de llorar. JOSEFINA: Es verdad. Se me había olvidado. Y yo que casi empecé a regañarlo, por el tres en conducta. ¡Soy mala! ¡Muy mala!

MARÍA: No. No eres mala. Eres distraída.

JOSEFINA: No comprendo cómo pudo olvidárseme, una cosa así. ¡Hablaste con Álvaro?

MARIA: Si. Va a venir a verme, hoy mismo. Le dije que era una cosa urgente… JOSEFINA: Hiciste muy bien. Esas cosas, hay que hablarlas inmediatamente. MARÍA: ¡Dios quiera y todo salga bien! Yo he estado toda la tarde encomendándome a la virgen del Perpetuo Socorro…

JOSEFINA: ¡Qué bueno! Es de las más milagrosas…

(Pausa.)

¡Ay! Sólo de pensar que pueden suceder cosas así… y con nuestro nieto, me entran unas ganas de llorar y llorar…

(Comienza a lagrimear.)

MARÍA: Josefina… Tienes que dominarte. Va a entrar José y te va a ver.

JOSEFINA se limpia las lágrimas, apresuradamente, vuelve a entrar José, con los brazos cruzados y llenos de dulces.

José: (Entrando a la sala.) ¡Mira!

(Abre los brazos y suelta todos los dulces sobre la mesa.)

¡Y mira!

(Se mete la mano a la bolsa y saca el peso, tirándolo sobre los dulces)

JOSEFINA: (Asombrada.) ¡Pero, José! ¿Qué hiciste?

José: (Muy orgulloso.) Eché volados con el dulcero… ¡y le gané!

MARÍA: ¡Muy mal hecho! ¡Pobre muchacho! Necesitaría el dinero…

JOSÉ: Él fue el que quiso, Abuelin… Yo iba a comprarle… Ahora, que se amuele. JOSEFINA: ¿De qué son?

José: De pepita. Están buenísimos. ¿No quieren?

JOSEFINA: A ver…

(Toma uno.)

¡Están ricos! Pruébalos, María.

(A JOSÉ.)

¡Qué bueno que ganaste!

MARÍA: ¡Josefina!

(Toma uno y come también.)

De veras que están buenos…

JOSÉ: (Con la boca llena) ¿Verdad que sí?

MARÍA: Pero no vayas a comer muchos. Pueden hacerte daño.

JOSEFINA: Al contrario. Come todos los que quieras. Son muy buenos para esa solitaria que dices que tienes. A ver si de una vez la pasas cuando hagas caca.

JOSÉ: ¡Tía! ¡Qué asco!

JOSEFINA: Ni modo. La solitaria… tienes que pasarla así. No hay otra forma. Y mientras más pronto la saques, mejor. No puede ser bueno tener un bicho así en la barriga, comiéndose todo lo que tú comes.

MARÍA: Podrías emplear palabras más finas para decirlo…

JOSEFINA: No veo que tenga de malo que a la caca se le diga caca, cuando no es más que eso: caca.

MARÍA: Pero no lo repitas tanto. ¡Por Dios! Estamos comiendo.

JOSEFINA: Pues a mí no me da asco.

MARIA: Pero a nosotros dos sí. ¿Verdad, José?

JOSÉ: (Sin dejar de comer.) A mí, francamente, me da lo mismo, abuelin.

MARÍA: Está bien. Como quieras. Pero que no se hable más de eso, ahorita. Por favor.

JOSEFINA: Ya lo ves

(A JOSÉ.)

Ve por una bolsa a la cocina y guarda tus dulces para después de comer. Y vete ya, que mamá te debe estar esperando…

JOSÉ: Es muy temprano, todavía. Hoy salí antes de la hora de costumbre… MARÍA: No. Ya es tarde. Tu mamá debe estar nerviosa. Anda. Vete ya. No me gusta que la hagas enojar. Además, estoy esperando a una visita y no quiero que te vea aquí.

JOSÉ: ¿A quién?

MARÍA: Eso, no te interesa. Obedéceme.

JOSÉ: Bueno. Como tú quieras. Pero no necesito ir por nada a la cocina. Puedo llevármelos en las bolsas.

JOSEFINA: No te van a caber.

JOSÉ: Sí. Cómo no. En estas bolsas cabe todo. He metido hasta ranas…

JOSEFINA: ¡Fo! ¡Qué asco! Y ¿para qué querías una rana?

JOSÉ: Para soltarla en clase y echar relajo. Pero no te preocupes. Ahora están limpios. Hace cantidad de tiempo que no hago eso.

(Empieza a tomar dulces y a metérselos en las bolsas hasta que están repletas.)

Les dejo el resto.

(Toma el peso)

Pero me llevo el peso.

MARÍA: Está bien. Está bien. Pero vete ya. Anda.

JOSÉ: Bueno. Hasta mañana, abuelín. Vengo después de clases.

(La besa.)

Adiós, tía.

(Besa a JOSEFINA)

JOSEFINA: Adiós,

MARÍA: Adiós… Reza por nosotros.

José, que ya había empezado a salir, la mira extrañado. Se encoge de hombros. Monta en su bicicleta y sale.

JOSEFINA: ¡Pobrecito!

MARÍA: ¿Por qué? No seas pesimista. Con la ayuda de Dios, todo saldrá bien. Yo tenía miedo de que su papá llegara cuando él todavía estuviera aquí, y entonces no pudiéramos hablar, por lo demás, no me preocupa tanto. Me he pasado la tarde pidiéndole al santísimo y a la Virgen del Perpetuo Socorro que me iluminen. Y estoy segura de que todo va a salir bien. Además, le prometí a San Vicente de Paul, hacer su novena. Y nunca me ha fallado,

JOSEFINA: María: ¿Tú crees que de veras tenga una amante, Alvarito? Yo no puedo creerlo. Siempre ha sido muy serio y muy cumplido.

MARÍA: No lo sé. En este mundo, todo puede suceder. Tú no lo sabes, pero hay mujeres que son terribles. ¿Quién sabe qué cosas les hacen a los hombres? Pero hasta los más serios, se quedan como tontos.

JOSEFINA: Como lo que le hizo la amiga de Magdalena al novio de ésta, en la comedia. ¿Te acuerdas? ¡Tan bueno que era el pobrecito! ¡Y cómo sufrió después, cuando se dio cuenta de que a la que realmente quería, era a Magdalena!

MARÍA: Yo creo que es peor, todavía. Porque la de la comedia, nada más le coqueteo; pero estas otras hacen cosas terribles. Ahora, que, en cualquier forma, yo, lo primero que pienso hacer, es tratar de sacarle, a Álvaro, la verdad de todo; porque en esta ciudad la gente es tan mala, que sólo por envidia, inventa cosas odiosas. Acuérdate cuando empezaron a decir que la pobre Mariquita era amante de su jardinero. ¡Y todo porque el infeliz hombre entraba a regar las rosas de su cuarto!

JOSEFINA: Es verdad. Y también cuando dijeron que don Fernando -tan bueno, el pobre- era… así, rarito, sólo o porque recogió a un niño pobre y le pagaba la escuela y lo tenía en su casa. ¡Eso fue espantoso! Yo creo que el disgusto que tuvo cuando se enteró, fue lo que hizo que se muriera tan pronto, el pobrecito. ¡Tan bueno que era!

MARIA: Si. Así son siempre. Por eso no hay que creerse las cosas. Y por eso también hay que tener  mucho cuidado con todo. Es lo que me preocupa cuando veo que Marcelita pasea tanto, también. Un día de éstos, sólo porque engorde un poco, nos sacan que está embarazada.

JOSEFINA: Seria espantoso. Ni pienses en eso. ¡Sólo de imaginármelo, me siento enferma!

MARÍA: Pues hay que estar preparada para todo, porque con lo chiflada que está esta niña, puede pasarnos algo así. La hemos consentido tanto, que ahora es imposible meterla en cintura. ¿No ha regresado?

JOSEFINA: No. Todavía no.

MARIA: Ahí lo tienes. Y salió desde las dos de la tarde. ¡No le importó ni el sol que hacía! ¿Te dijo adónde iba?

JOSEFINA: Si, pero no le entendí bien. Me dio tanto coraje ver que se iba con el Emilio ése, ni caso quise hacerle. Esta niña es tonta: la enamora Albertito, que es uno de los mejores partidos, con carrera y todo… Y prefiere a ese muchacho, que además de que se tiene que ir a estudiar a México, está tísico, como tú dices…

MARIA: Hoy, en la iglesia, estuve hablando con su mamá. Y me dijo que ya estaba completamente bien. Pero yo no se lo creí, porque con esa clase de enfermedades, en cualquier momento viene la recaída. Tenemos que hacer algo para evitar que nuestra niña se enamore de él. Pero yo, ahora, con la preocupación de Alvarito, no puedo pensar en nada más.

JOSEFINA: Lo mismo me pasa a mí. Ya ves: no tuve fuerzas ni para prohibirle que saliera.

MARÍA: A propósito de eso: cuando llegue Álvaro, nos dejas solos. Es mejor que sea yo exclusivamente la que hable con él. ¡Como cuando era chico! ¡Me quería tanto…!

JOSEFINA: ¡Y era tan bueno! Por eso no puedo creer que sea verdad, todo esto. Él que solo piensa en sus hijos y en la forma de darles la mejor educación… No puede estar en líos con ninguna mujer. Es imposible.

MARÍA: Ni te ilusiones, Josefina. Más vale que pensemos en lo peor. Los hombres son así, cuando pierden cabeza por una mujer, lo mandan todo al demonio. Tú sabes muy bien que eso puede pasar en cualquier momento. No necesito ponerte ejemplos.

JOSEFINA: Es verdad, ¡Dios mío! Hoy no se sabe hasta donde se puede llegar. ¡Y Marcelita sola, con ese muchacho, desde hace más de dos horas!

MARÍA: Por favor: no me lo recuerdes. Apenas lleguen, voy a hablar muy seriamente con el tal Emilio. Si quiere seguir saliendo con Marcela, tendrán que ir acompañados de una persona mayor. Tú, yo, o cualquiera de verdadera confianza.

JOSEFINA: Marcela va a poner el grito en el cielo.

MARIA No importa. Que lo ponga donde quiera. Tú -y yo, sobre todo-… tenemos la obligación de cuidar de su honra. Y vamos a hacerlo, así ella se muera de un berrinche. Además, todas las muchachas de aquí, salen así. Y ella no tiene por qué ser diferente.

JOSEFINA: Es que su papá la ha consentido mucho…

MARÍA: Pero ahora no está con su papá y tendrá que obedecernos.

(Pausa)

Vamos a rezar tres Aves Marías para que la Virgen nos ilumine cuando llegue Álvaro. Ya no debe de tardar…

Las dos hermanas comienzan a rezar en silencio.

MARÍA: Y cuando llegue, pones cualquier pretexto y te vas enseguida. No se te olvide…

Siguen rezando.

Fernando Muñoz Castillo

Continuará la próxima semana…

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