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Dos siglos de dramaturgia regional en Yucatán – XVI

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XVI

 

 

José García Montero

 

La caridad cristiana

Drama en cuatro actos sin monólogos ni apartes

 

ACTO TERCERO

 Salón interior de una casa de Mérida y que conduce a otras habitaciones. Todo iluminado y adornado. Las parejas que van apareciendo entran en el cuarto de la izquierda.

 

ESCENA I

El Dr. con EL CURA de brazo.

 

DOCTOR: ¡Oh! Esto esta magnífico.

CURA: En efecto, ¡espléndido! ¡suntuoso!

DOCTOR: ¡Oiga usted! Empiezan otra vez a tocar cuando acaban de concluir.

CURA: Estos meridanos son incansables.

DOCTOR: El baile esta concurridísimo como no se esperaba, han celebrado la boda que ha sido un gusto.

CURA: Parece increíble que un pueblo agobiado bajo el peso de tantas calamidades, que ha sufrido tanto con esta desastrosa guerra, tenga humor para divertirse.

DOCTOR: Por lo mismo, Sr. Cura. Casi todas las familias que acaban de volver de los países a que habían emigrado, hastiadas de recorrer tantas ciudades desconocidas, se entregan ahora a una alegría extraordinaria con el placer de verse otra vez en su país natal, en medio de un regocijo público.

CURA: Es verdad, todo ha contribuido para hacer más concurrida la boda de Irene y Andrés: ¡de cuanta satisfacción me sirve esto Doctor! ¡Estos jóvenes ha tanto tiempo que los conozco!

DOCTOR: Cuanto sufrirían, oculta su pasión sin revelarla a nadie, ni aun a ellos mismos.

CURA: Ya; pero cualquiera lo hubiera sospechado.

DOCTOR: En efecto. El, dicen que la libró de los indios en su pueblo, huyó con ella a Ichmul, allí se refugió cada uno en una casa donde siempre se veían; luego la salvó del incendio de Ichmul y al fin y al cabo… el fuego junto a la estopa… CURA: Lo cierto es que se han casado y se aman tanto como Pablo y Virginia.

DOCTOR: Como Romeo y Julieta, como Werther a su Carlota, dicen que ama Andrés a su buena Irene.

CURA: Dios los haga tan felices como a Adolfo y Cristina… No hace mucho que también tuve el gusto de unirlos en esta misma casa. Y Adolfo dicen que ha tomado el mayor interés en casarlos lo más pronto posible y celebrar tan fasto acontecimiento para ellos. Los quiero a todos como si perteneciesen a mi familia, a esa Irene la conozco desde el instante de su nacimiento, pues la casualidad, esa misma que nos hace a los dos estar siempre unidos, me hizo presenciar una escena bastante tierna. Venga Ud., venga Ud. y allí dentro le contaré minuciosamente lo ocurrido. (Se van conversando) Era el año de 1829 cuando nació aquella niña hija de una joven vilmente seducida… yo que el mismo año acababa de recibir las órdenes mayores, fui destinado a… (Desaparecen.)

 

ESCENA II

EL CAPITÁN y un CONVIDADO.

 

VELÁSQUEZ: No puede ser mejor la ocasión.

CONVIDADO: ¿Lo has pensado bien?

VELÁSQUEZ: No sólo lo he pensado, sino que lo he hecho ya.

CONVIDADO: ¿Tú?

VELÁSQUEZ: Sí, por Dios, ¿qué tiene de extraño? juguetillo admitido.

CONVIDADO: ¡Hombre!

VELÁSQUEZ: Y la amo todavía. Desde la primera vez que la vi en su pueblo, juré hacerla mía a toda costa y no lo conseguí por este impertinente Adolfo. Me fugué con ella y en Tihosuco se me escapó con el amante. Cuando creí olvidarlo todo, la vi en Mérida y la amé aún más, el día en que supe que se habían casado. Ahora es necesario hacerme de su corazón.

CONVIDADO: ¿Y de qué manera?

VELÁSQUEZ: Vas a saberlo. Una feliz casualidad me hizo saber que ella había vendido un anillo de brillantes y aseguró al platero que era el anillo mismo de su boda, por lo que encargaba el mayor sigilo respecto de su esposo. Que lo vendía para salir de un apuro y que sólo la necesidad le hacía deshacerse de aquella prenda. Ya ves que todo esto indica que hay gato encerrado y que aun a la luna de miel pueden anteponerse algunos nubarrones que oscurezcan su luz, es decir que acibaren esos días tan felices del matrimonio. Pues bien, ese anillo está en mi poder y esa carta que dejé sobre una mesa del salón de baile rotulada a D. Adolfo, le indica la infidelidad de su esposa, dándole por prueba la de que posee ya el anillo un joven meridano. Con esto tendrá celos y riñas y ella tendrá que adherirse a otra rama que salve su situación, esa rama soy yo. Con que… ya ves que mi proyecto es seguro, y que dentro de poco seré el preferido de Cristina. Respecto a los otros proyectos te iré contando. (Se van y entran por la misma puerta que el DR. y el CURA.) Cuando entraron los indios el año próximo pasado esa Cristina fue… (Desaparecen.)

 

ESCENA III

ADOLFO Y ANDRÉS

 

ANDRÉS: Si, si no hay remedio, el cielo ha querido aumentar mi alegría con esa buena noticia.

ADOLFO: Es verdad: hoy todo ha sido felicidad y regocijo; pero empieza de nuevo la música, avisemos a los señores que se hallan en el otro salón.

ANDRÉS: Mira, mira. (sacando un papel) el boletín trae la tan infausta noticia de la toma de nuestro pueblo, de nuestro querido Ichmul. (Leyendo) «Comandante en Jefe de las fuerzas reunidas en Peto. El Sr. Coronel de la 4ª división de operaciones me dice desde el pueblo de Ichmul, lo que sigue: A las once del día de hoy ocupé el pueblo con las fuerzas de que hablé a V. S. en mi oficio de ayer. Los indios sublevados que se hallan parapetados en el camino principal, hicieron una leve resistencia a la guerrilla de vanguardia que avanzando sobre ellos los hizo huir hasta alejarlos de la población, sin sufrir por nuestra parte desgracia alguna. Una india que fue hecha prisionera……

ADOLFO: &, &, &.

ANDRÉS: Lo que tengo el honor de insertar a V.S. para su conocimiento y satisfacción, manifestándole que esta tarde marcho, con la segunda división a situarme en el pueblo de Sabán ó de……

ADOLFO: &, &, adelante.

ANDRÉS: Y perseguir a los que se dispersen de dicho Tihosuco, llamar la atención, etc.

 

ESCENA IV

CRISTINA, IRENE.

 

CRISTINA: Que Dios te haga tan feliz como yo lo deseo.

IRENE: Gracias, mil gracias, Cristina. A Uds. debo tanta felicidad, a Uds. que siempre han. hecho por nosotros todo cuanto han podido.

CRISTINA: Nada nos debes, Irene, sabes que todos tenemos obligación de auxiliarnos mutuamente. Los mismos meridanos nos han dado el ejemplo, admitiendo en sus casas a una, dos, y tres aun a más de nueve familias cada uno, prodigándoles todo lo necesario.

 

ESCENA V

Van apareciendo del brazo una pareja en pos de otra todos los del otro salón. IRENE y CRISTINA se hacen a un lado.

 

EL CURA: Es verdad todos han sufrido mucho.

DOCTOR: Hasta nuestra nacionalidad con la entrada de esos “Yankes” en la Capital de la República en el año próximo pasado. ¡Quién lo hubiera creído! ¡Tremolar el pabellón de las estrellas sobre el palacio de Moctezuma!

EL CURA: Y ya puede Ud. figurarse los desastres causados. (Desaparecen.)

 

ESCENA VI

El CAPITÁN y un CONVIDADO

 

CAPITÁN: Con esto queda perfectamente arreglado y mis deseos satisfechos… y mañana me marcho a batir a los indios.

CONVIDADO: Pero entonces…

CAPITÁN: Lo demás me importa poco.

CONVIDADO: Bueno me ha parecido.

CAPITÁN: Como que todos esos han sido excelentes.

 

ESCENA VII

CRISTINA, IRENE.

 

CRISTINA: Sí, querida Irene, la caridad es la mejor medianera entre Dios y los hombres, yo he hecho cuanto ha estado de mi parte para auxiliar a los pobres y desde que hice la promesa de ir constantemente a ver a los enfermos del hospital y auxiliarlos, he notado en mí misma más satisfacción y felicidad. Me he desprendido de mis mejores joyas para auxiliar a esos infelices, ocultando muchas cosas a mi Adolfo; pues, aunque es muy bueno y no me negara nada, temo que alguna vez se disguste y los pobres se queden sin verme un día.

IRENE: Has hecho mal Cristina, y si él supiese…….

CRISTINA: ¡Oh! ¡si supiese que hasta el anillo de brillantes, el de nuestra boda, he vendido para ese objeto!

IRENE: ¡Cristina!

CRISTINA: Dios me lo perdonará, pero no he podido resistir al ver a una infeliz que se moría de hambre y yacía postrada en el lecho del dolor. Ven, te contaré todo lo ocurrido y te enseñaré esta lista de algunos buenos cristianos que me ayudan a socorrer a los pobres. Mira (enseña un papel que saca después) pues bien esto te lo demostrará todo. (Vánse.)

 

ESCENA VIII

ADOLFO, ANDRÉS.

 

ADOLFO: He aquí la prueba. (Enseñando una carta.)

ANDRÉS: Eso es imposible, no lo creo.

ADOLFO Esta carta me avisa que Cristina ama a otro. No hay remedio.

ANDRÉS Alguna vil impostura a que no debe darse crédito.

ADOLFO ¿Pero y el anillo?

ANDRÉS: Veamos.

ADOLFO: ¡Cristina!

 

ESCENA IX

Dichas, CRISTINA.

 

CRISTINA: ¿Me hablas?

ADOLFO: ¡Yo! Vete, Andrés.

ANDRÉS: Pero………

ADOLFO: Vete…… te lo suplico.

 

ESCENA X

CRISTINA, ADOLFO.

 

ADOLFO: ¡Cristina, Cristina! ¿Qué has hecho?

CRISTINA: ¿Yo?

ADOLFO: Si. ¡Qué has hecho de mi honra!

CRISTINA: ¡Adolfo! ¿Qué dices?

ADOLFO: Digo: que no creí que tan vilmente me engañabas, digo: que no creí que en tan poco tiempo pudieses olvidar el acendrado amor que te tengo, mancillando mi honra.

CRISTINA: ¡Adolfo! ¿Te has vuelto loco?

ADOLFO: Loco, sí, ¡debiera de estar! ¿Dónde está el anillo de brillantes, el de nuestra boda?

CRISTINA: Es que…….

ADOLFO: ¿Dónde está? ¡Enséñamelo al instante!

CRISTINA: ¡El anillo!

ADOLFO: Sí, ese anillo.

CRISTINA: Es que lo había olvidado y lo…… Lo tiene una amiga que me lo pidió hace pocos días……

ADOLFO: ¡Mientes mil veces! ¡mientes! ¡ese anillo! ¡oh! hasta vergüenza me da decirlo… lo he visto ya en otra mano.

CRISTINA: ¡Ah! ¡Adolfo, esposo mío!

ADOLFO: Quita ¡no es mi esposa quien obra de esa manera!

CRISTINA: Adolfo, te engañas, perdón.

ADOLFO: No hay perdón para ti no… Maldita seas. (La estrella contra el suelo y se tiñe la frente de sangre.)

CRISTINA: (Da un grito.) ¡Ah!

 

ESCENA XI

ANDRÉS, IRENE, el CURA, el DOCTOR, y otros.

 

TODOS: ¿Qué es eso? ¿Qué ha sucedido?

ADOLFO: (Mudando de tono.) Nada, nada, Sres. Cristina que se ha desmayado. ¡Ese baile introducido nuevamente! Ese maldito Schottisch. ¡Pero ya está casi aliviada! (Empieza de nuevo música) Sres. Al salón, ¡al salón! hoy es día de divertirse. (Se van. ADOLFO hace que los sigue y regresa.)

 

ESCENA XII

CRISTINA, ADOLFO.

 

ADOLFO: ¡Esposa infame! ¡Esposa perjura!

CRISTINA: ¡No, no Adolfo!

ADOLFO: ¡Ah! un papel. (Reparando en el que se guardó CRISTINA en el pecho que se asoma por el vestido)

Dámelo. (Le saca el papel.)

(Sacando una pistola y preparándola a dispararla.)

¡Señora, ruegue Ud. a Dios por su alma!

CRISTINA: ¡Ah! (Cae de rodillas)

 

Telón rápido.

Fernando Muñoz Castillo

Continuará la próxima semana…

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