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Dos siglos de dramaturgia regional en Yucatán – XI

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XI

Raúl Cáceres Carenzo

Mestizaje: Cruz de relámpagos

(Crónica sobre Gonzalo Guerrero)

Pieza épica en dos jornadas y Proemio

 

Continuación…

 

PRIMERA JORNADA

CUADRO PRIMERO.

De las memorias de BERNAL

Frente al muro de un palacio maya (que se abre al centro en el arco típico de su arquitectura) arden solitarios cuatro pebeteros votivos como imagen de ritos ancestrales. Vemos un enorme libro antiguo colocado sobre un atril de madera (el atril está en primer término). El viento mueve algunas hojas del libro. La escena se oscurece. Un “seguidor” enmarca la figura de BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO, el cual entra por el arco maya, avanza hacia el atril, coloca una mano sobre el libro y, con ingenua vanidad, dice:

BERNAL: Soy Bernal Díaz del Castillo, el soldado cronista. Siempre fui lo primero, es decir, soldado; lo segundo se hizo necesario; y también me dispuse a los servicios de los nobles capitanes: Francisco Hernández de Córdoba, Juan de Grijalva… y don Hernando de Cortés, Marqués del Valle de Oaxaca y Conquistador de México. (Se coloca frente al atril.) Escribí ya muy viejo mi Verdadera Historia, que fue sacada de los archivos de mi memoria y escrita con la sangre derramada en los combates… y que cuando yo no estuve en el teatro del suceso, digo: “Fueron, esto hicieron, y tal les acaeció”. Y no digo: “Hicimos, ni hice, ni vine, ni en ello me hallé; mas todo lo que escribo acerca de ello pasó al pie de la letra: porque luego se sabe en el real de la manera que en las entradas acaece1, y así no se puede quitar ni alargar más de lo que pasó. No son cuentos viejos, ni historias de romanos de más de setecientos años, porque a manera de decir ayer pasó lo que verán en mi historia.

Hojea el libro. Se detiene en una página marcada con un listón y eleva la voz.

BERNAL: “Capítulo Veintisiete. Cómo supo Cortés, allá en Cozumel, de dos españoles que estaban en poder de indios en la Punta de Cotoche y lo que sobre ellos se hizo”. (Suenan tambores.)

Conforme BERNAL menciona a los capitanes y caciques, éstos irán apareciendo al conjuro de la crónica y se colocarán al fondo, accionando según la lectura.

BERNAL: “Como Cortés ponía en todo gran diligencia, me mandó llamar a mí, y a un vizcaíno que se llamaba Martín Ramos… Y nos preguntó que qué sentíamos de aquellas palabras que nos hubieron dicho los indios de Campeche, cuando venimos con Francisco Hernández de Córdoba, que decían Castilán, castilán… y nosotros se lo tornamos a contar, según y de manera que lo habíamos visto y oído; y dijo don Hernando…”2

CORTÉS: He pensado en ello muchas veces. ¿No estarán por ventura algunos españoles en aquellas tierras? Paréceme que será bien preguntar a estos caciques de Cozumel si saben alguna nueva de ellos. (Pausa. Imperativo:) ¡Llamad a Julianillo, el muchacho indio que capturamos en la punta de Cotoche, que entiende ya poca cosa de la lengua de Castilla y sabe muy bien la de Cozumel!

BERNAL: (Continuando su lectura.) “Y cuando hubieron llegado los más principales señores de la comarca, todos a una dijeron que habían conocido ciertos españoles, y daban señas de ellos, y que en la tierra adentro, andadura de dos soles, estaban, y los tenían por esclavos unos caciques, y que ahí en Cozumel, había indios mercaderes que los hablaron pocos días había, de lo cual todos nos alegramos con aquellas nuevas”.

JULIANILLO y los caciques han acudido al llamado de CORTÉS, quien se dirige a la comitiva.

CORTÉS: Enviadles con vuestros servidores sendas cartas, lo que en vuestra lengua llaman “anales” y, a su regreso, tendréis todos collares y camisas en grande abundancia.

JULIANILLO traduce en silencio, con el ademán y el gesto, las palabras de CORTÉS a los caciques. Estos manifiestan entusiasmo. Uno de ellos se adelanta y dice:

SEÑOR DE COZUMEL: Señor, debéis ofrecer rescate y enviar tributos al cacique de aquellas tierras.

JULIANILLO continúa su silenciosa labor de intérprete.

CORTÉS: Os entregaré todo género de abalorios para tal propósito, y muchas vituallas, y camisas, y pan de cazabe. (Grita al fondo.) ¡Bernal, Martín!… Mandad apercibir dos navíos con veinte ballesteros y escopeteros, y dadle el mando de ellos a Diego de Ordaz, y decidle que aguarde ocho días en la punta de Cotoche con el navío mayor. (Al intérprete.) Dadme papel y pluma, Julianillo. (Este sale. A la comitiva.) ¡Señores, el favor y la gracia del Serenísimo Emperador de España os acompañan desde ahora! (Fanfarria y tambores.)

EL SENOR DE COZUMEL y los caciques se inclinan ceremoniosos. CORTÉS sale. La comitiva indígena desaparece por el foro. BERNAL, llevando su “Verdadera Historia”, avanza hacia el centro de la escena mientras informa:

BERNAL: Luego se embarcaron algunos en los navíos con las cartas y el rescate y los dos indios mercaderes de Cozumel que las llevaban, y en tres horas alcanzaron la costa, y dieron en tierra los mensajeros con las cartas, y éstos se dirigieron en dos días al cacique Ach-May, quien tenía por esclavo a un tal Jerónimo de Aguilar, quien era hombre entendido en religiones y puesto al devoto servicio de Dios, Nuestro Señor. (Pausa.) Una vez obtenida la licencia de su amo, el cacique, caminó el de Aguilar al encuentro de un compañero suyo que se decía Gonzalo Guerrero, marino de gentil disposición, natural de Palos que había caído en la gracia y favor del señor Nachán-Caán, un jefe muy principal de aquellas tierras… Y ahora diré el efecto curioso de aquel encuentro.

BERNAL desaparece por el arco maya entre los inciensos y copales de su evocación. Las luces se concentran en un espacio luminoso vespertino (iluminación amarillo-rojiza con reflejos dorados) que enmarca una parte del muro y el arco central. Entran dos servidores indígenas y disponen el mobiliario de uno de los aposentos de la casa de NACHAN-CAAN. Música ceremonial.

Solio de piedra o trono (cartón-piedra) que representa un tigre, animal sagrado, símbolo de belleza y poder. Tapetes de henequén a modo de alfombras. Una piel de tigre. Un recipiente de incienso. Dos lampadarios votivos. Cuatro asientos bajos de madera dura.

Banquillos o tripiés.

Los servidores indígenas, cruzando los brazos sobre el pecho, se inclinan en ritual ante la hermosa ZAZIL y abandonan la escena. Dispuesto ya el aposento de la hermosa princesa ZAZIL, entra ésta: “El cuerpo erguido y airoso; los ojos y la cabellera negrísimos; el andar armonioso y suave; la piel color de miel silvestre y las dos trenzas cayendo sobre los senos pequeños y erectos” -según la describe la escritora guatemalteca Argentina Díaz Lozano. –“ZAZIL” quiere decir “luz” entre los mayas.

 

CUADRO SEGUNDO

El nacimiento de una raza

La bella ZAZIL. llega de cumplir una visita a su madre, esposa del poderoso cacique NACHAN-CAAN (el Señor de Chactemal). La acompaña una camarera o mujer de confianza (especie de nodriza y dama de compañía) que ostenta una otoñal belleza. Porta descomunal abanico de plumas con el que enmarca la belleza de ZAZIL. Fatigada, ZAZIL se recuesta en el solio acondicionado con plumas y pieles. Respetuosa, IX ‘‘CAN-LOL (“Flor amarilla”) se coloca a cierta distancia de su señora. ZAZIL quien acaba de contemplar a sus dos hijos durmiendo en el aposento adjunto, musita extasiada:

ZAZIL: ¡Cuán tiernos y hermosos son nuestros hijos, oh Itzamná! Que la gracia con que has bendecido nuestra casa nos sea siempre propicia: y no me juzgues irreverente si también suelo elevar al misterioso e inaccesible dios de mi amado. (Levanta la voz.) ¡IX ‘‘CAN-LOL!

IX ‘CAN-LOL: Mi señora…

Este diálogo, que se supone expresado en lengua maya, será subrayado con cadencia de sonajas efecto que deberá usarse a discreción y continuamente.

ZAZIL: ¿No es tu amo y señor, el apuesto extranjero que me ha desposado, el más valiente y el más guerrero de la comarca que señorea mi padre?

IX ‘CAN-LOL: (Con reserva) Así lo entiende el pueblo y la gente de palacio, señora.

ZAZIL: Excepto el Gran Nacón3, ¿verdad, IX ‘CAN-LOL? (Pausa.) Tu silencio es elocuente… prefiero no tratar tan desagradable asunto. Pero hablaré contigo de mi esposo amadísimo.

IX ‘CAN-LOL: (Siempre con reserva.) Hablemos, señora.

ZAZIL: ¿Sabías por ventura que en su extraño idioma su nombre significa “El guerrero”?

IX ‘CAN-LOL: Vuestros nombres tienen la virtud de expresar claramente la nobleza de vuestras gentiles condiciones, señora.

ZAZIL: Haz a un lado las frases adulonas y dime, ¿sentiste alguna vez estremecerse tu corazón, desgarrarse, desfallecer; en fin, caer en un abismo, como la paloma que es herida por certero dardo a la mitad de su vuelo?

IX ‘‘CAN-LOL: Prefiero no recordar.

ZAZIL: (Soñadora.) En cierta ocasión, un H’men4, hombre sabio, anciano y bondadoso, le hizo saber a mi padre una rara profecía. Y aunque entonces era muy pequeña, recuerdo exactamente sus palabras. La revelación decía: “La sangre de la Flor del Mayab se ofrendará a la sangre del Sol, y de estas bodas luminosas, nacerá la nueva raza, nacerá la nueva voz que se levanta y habla: y se oirán las palabras de nuestra grande isla, la que será un día la patria de los hombres”. Aquella parábola me hizo estremecer y desde entonces nunca la he olvidado.

IX ‘‘CAN-LOL: Tan “Kam-Nicté”5 glorioso ha sido el vuestro, señora.

ZAZIL: Sí, Ix ‘Can Lol, y Nicté y Sak-Kay (“flor” y “pescado blanco”), nuestros hijos, son las criaturas que confirman esa profecía.

IX ‘CAN-LOL: (Dejando el abanico.) Señora, ¿me permitís preguntaros algo que me preocupa?

ZAZIL: Haz tu pregunta, mujer.

IX ‘‘CAN-LOL: ¿Podéis adorar al dios del extranjero, que pide la renuncia a la felicidad de este mundo, para poder alcanzar la dicha eterna después de penetrar en la oscura casa de la muerte?

ZAZIL: A su dios no he logrado comprenderlo. Pero todo lo que su voz me señale como cierto, lo aceptaré como cuatro veces cierto, porque tal voz, tal porte gentil, tal alma y tales labios no pueden mentir a mi corazón. Pero, ¿por qué preguntas tal cosa?

IX ‘‘CAN-LOL: (Duda.) No sé si debo decirlo, noble señora.

ZAZIL: ¡Habla, por los dioses!

IX ‘CAN-LOL: Cuando salimos de la casa de vuestra madre, mi honorable prima y virtuosa esposa de mi señor Nachán-Caán, me llamó aparte y me confió su incertidumbre por una actitud vuestra, muy reciente.

ZAZIL: ¿De cuál actitud me estás hablando, mujer?

IX ‘CAN-LOL: (Con tenue reproche.) La de haber descuidado los preceptos del rito, establecidos por nuestro señor y dios, Kinich-Ahau-Itzamná6.

ZAZIL: (Con ardor.) ¡Él es el sol, Ix ‘‘Can-Lol! Ya no puedo adorar a los ídolos, porque descubro a Itzamná en su clara mirada, y encuentro al supremo en su caricia, y en el amor a mi esposo paréceme que amo toda cosa y toda criatura que se halla en la tierra.

IX ‘CAN-LOL: (Conmovida.) Señora, vuestra pasión despierta en mi corazón ecos dormidos; vuestras palabras abren antiguas heridas, pero a la vez, ¡por los dioses!, son como consuelo y como oloroso copal para mis dolientes recuerdos.

ZAZIL: (Compasiva.) Ix ‘‘Can-Lol, mujer unida a mi sangre, acércate a mí y calma tus aflicciones en mi afecto. (Ix ‘‘Can-Lol se reclina en el regazo de ZAZIL.) Ahora nos unen lazos más sutiles que los de la sangre.

IX ‘‘CAN-LOL: Señora (Solloza)… sois demasiado generosa para con una mujer desdichada que, como yo, vive en el recuerdo de un pasado feliz, que le fue arrebatado por Kaupacat, la deidad de la guerra, cuando iba a celebrarse mi Kam-Nicté añorado.

ZAZIL: El pasado está en los días presentes, mujer, y frente a nosotros se extiende el tiempo en horizontes inmersos, ahora que se anuncia la salida del Sol Nuevo. (Pausa.) Cuando mi corazón no había despertado, ocupaba mi tiempo en conversar con los casamenteros que, para sondear mi espíritu, enviaba la codicia de los nobles señores de la corte. (Pausa.) En cambio, ahora entiendo, ahora siento, Ix ‘Can-Lol, ¡cuán hermosos son los días en nuestra tierra!… Ahora siento brillar las cosas; siento que todo tiene sentido, que los pájaros canten, que las hojas murmuren, que las ancianas recen y sollocen. Todo lo entiendo. De pronto sé por qué son las cosas de uno y de varios modos…

GONZALO (Entrando) El amor hace entender cosas que ninguna lengua ha logrado plenamente expresar.

GONZALO GUERRERO llega de una ceremonia donde fue colmado de honores. Lleva tocado de plumas y pectoral y pulseras de piel de jaguar, con los símbolos de su jerarquía militar obtenida por sus virtudes de notable estratega al frente de los ejércitos del poderoso Cacique NACHAN CAÁN.

ZAZIL: (Se levanta) Señor! Permitidme que haga liviana vuestra fatiga. (A la mujer.) Sirve algunas bebidas y frutos; trae también resina de zapote hervida en miel con hierbas aromáticas.

GONZALO: No te molestes, mujer. (A su esposa) El solo hecho de contemplarte trae la dicha de mi espíritu. (Transición) ¿Y Sak-Kay y Nicté?

ZAZIL: Duermen ahora en el aposento contiguo, amado señor.

GONZALO: Bien, ordena a Ix ‘Can-Lol que vigile el sueño de ambos.

ZAZIL: (Alarmada) Señor, acaso teméis… (Transición brusca) Ya has oído el deseo de mi esposo, Ix ‘Can-Lol.

La mujer se retira, GONZALO, denotando fatiga, va hacia el solio y comienza a quitarse la capa cubierta de plumas. ZAZIL acude en su ayuda.

ZAZIL: Te noto preocupado, señor. ¿Has recibido alguna ofensa o es que se cierne algún peligro sobre nuestra casa?

GONZALO: (Mientras ZAZIL lo ayuda a despojarse de la capa y el penacho.) No por ahora, mi dulce ZAZIL.

ZAZIL: ¿Por ahora? ¿Qué quieres decirme? ¿Te ha infligido mi padre humillaciones, o amenazas, o agravios?

GONZALO: Muy por el contrario, esposa mía. Tu padre, intempestivamente, me ha ofrecido un soberbio almuerzo en la casa de los consejeros, donde me ascendió al rango de General de sus ejércitos. Luego se efectuó una breve ceremonia, en la que rendí protesta como el nuevo Consejero Supremo en los asuntos del Estado.

ZAZIL: Tales noticias hacen entrar el júbilo en nuestra casa, señor.

GONZALO: Pero también la incertidumbre del Gran Nacón, cuya influencia política y militar es capaz de lograr un levantamiento armado, con la ayuda del supersticioso y bárbaro Kinic, aquel cacique de las comarcas del norte.

ZAZIL: No te preocupes demasiado, señor, que la gracia de los dioses nos es propicia.

GONZALO: (Enternecido) ¡Oh ZAZIL! ¿Qué sería de mí sin tu tierno y amoroso consuelo? Soy el último de los adoradores de Pizlimtec7 y aún no fluyen en mi garganta las voces que puedan cantarle a las manos de Itzamná, el dios creador, que en tu vientre -luz morena y llameante- fundió las sangres muestras.

Entra un MAYORDOMO indígena.

MAYORDOMO: Mi señor, un extranjero de pálido semblante pide ser recibido por vos.

GONZALO: (Algo extrañado) Hazlo pasar, mi buen Chichán-Ché (“árbol pequeño”).

El MAYORDOMO indígena sale y GONZALO se sume en cavilaciones. Se coloca la capa y el tocado de plumas. Una música de órgano surge como fondo a un breve monólogo. Un haz de luz concentrada lo sigue en su caminata, mientras medita.

GONZALO: ¿Un extranjero de pálido semblante? ¿Será Jerónimo de Aguilar, el clérigo que embarcó conmigo en la trágica expedición de mi señor el Capitán Valdivia, quien fue sacrificado con otros españoles por los indios? ¿Jerónimo de Aguilar, el capellán de a bordo? ¿El otro sobreviviente de aquella tempestad en el Caribe, de nuestro naufragio frente a la sultana de Jamaica y de las costumbres de las sanguinarias tribus de la costa? ¿Jerónimo de Aguilar, el único hermano de mi raza en estas tierras, mi compañero, de prisión, y luego esclavo del astuto Ach-May?… De ser así, mi corazón se placerá con su visita. (Cesa la música del órgano y el efecto de luz.)

GONZALO: (Alzando la voz.) ZAZIL, déjame solo unos instantes, pues he de recibir la visita de un antiguo compañero de andanzas y empresas de aventura.

ZAZIL: Como dispongas, señor. (Sale)

Vuelve música de órgano: clima religioso. La música marca la entrada de JERONIMO DE AGUILAR, y cuando éste se establece al centro de la escena, bajo el arco maya, deja de oírse. JERONIMO viste una raída bata maya-quiché, regalo de su señor el cacique Ach-May, que se asemeja a un tosco sayal o rudimentario hábito de monje. (Puede ser tela de henequén decorada con motivos mayenses.) Por un momento los dos hombres se miran asombrados

Al fin habla GUERRERO, emocionado.

GONZALO: ¿Sois por ventura Jerónimo de Aguilar?

JERÓNIMO: ¿Y vos, Gonzalo Guerrero? ¡Por Cristo vivo, que, si no es por el lenguaje, no hubiera adivinado jamás quién eráis! A tal punto han cambiado vuestra disposición y porte.

GONZALO: Y qué diré yo, que en un principio parecíame que tenía a la vista a un embajador de los quichés. ¡Sed bienvenido a mi casa, virtuoso Jerónimo! (Se abrazan efusivamente.)

JERÓNIMO: Ocho años, hermano Gonzalo, ocho años en los que creo haber cumplido la penitencia que mis insanos deseos de aventuras me impusieron ante Dios Nuestro Señor. (Se separan. Vuelve el efecto de sonajas.)

GONZALO: Os noto fatigado, piadoso “Dzul” (extranjero, también “hombre principal”); permitidme llamar a Ix ‘Can-Lol para que os sirva algún alimento. (Inicia el mutis).

JERÓNIMO: (Estupefacto.) ¡En qué idioma me habláis, Gonzalo!

GONZALO: (Volviéndose lentamente.) En el que mi cerebro y mi corazón se han ejercitado con deleite, Jerónimo. (Cesa la sonaja.)

JERÓNIMO: Me ocasionan dolor vuestras palabras, hermano. Son como el pedernal de los sacrificadores, hediendo a sudor y sangre, que abren las carnes de infelices víctimas, en la salvaje ofrenda a sus crueles deidades.

GONZALO: (Impasible) Es la ley que no todos los hombres ni todos los dioses sean bondadosos y serenos como Itzamná.

JERONIMO: (Exaltado) ¡Cesad esta farsa, Gonzalo! (Transición.) Perdonadme… es que me asfixio… Cuatro días caminando bajo un sol como de infierno; y antes de venir a vos, años como siglos, noches pobladas de visiones y anhelos… gritos… si, mil gritos en el silencio de mi alma… Ansiedad por oír el repique de los campanarios de Sevilla, por recogerme en la austeridad bienhechora de los claustros de Ecija: deseos de oler y gustar aires, frutos y aromas de la bendecida España, de besar a mis ancianos padres, que tal vez no vuelva a tener la dicha de contemplar… Tal será mi castigo por haber cedido a la tentación de conocer tierras nuevas… (Se desploma en el solio.) ¡Este es un paraíso sangriento!

GONZALO ha escuchado con serenidad el exaltado discurso de JERÓNIMO. Cuando intenta hablar…

GONZALO: Señor… (Brusco énfasis de sonajas.)

JERÓNIMO: (Atormentado.) ¡No, no pronunciéis más este idioma bárbaro y perverso, sugestivo y pagano, propio para las tentaciones del maligno! (Calla la sonaja.)

GONZALO: (Después de una pausa.) Sea a vuestro gusto mi hablar. Jerónimo, pero poca cosa recuerdo ya de la lengua de Castilla.

JERÓNIMO: No, disculpad vos mi credulidad… Cuando, entrando yo en este recinto, me hablasteis en nuestro idioma, después de tantos años de no oír su recio timbre, creí estar escuchando -desdichado de mí- la voz de Dios sonando en los aires de estas tierras.

GONZALO: Tampoco yo he tenido compañía para hablar. ¿Con quién podría haber hablado nuestro idioma, buen Jerónimo?

JERÓNIMO: Es verdad… (Con tristeza, y con malévola intención.) Sin embargo, he podido enterarme de vuestros triunfos en las acciones de guerra, he sabido de vuestra popularidad… y valentía. A mis pobres oídos llegaron las noticias de vuestro matrimonio y supe (Con creciente exaltación), ¡por Cristo!, que habíais abjurado de nuestra religión, para convertiros al paganismo idolátrico y sanguinario de estos infelices, ¡con el mezquino fin de poder realizar nupcias tan ventajosas como las vuestras!

GONZALO: ¡Contened vuestra lengua, señor, y decidme a qué motivo obedece vuestra visita!

JERÓNIMO: (Tendiéndole un pergamino.) Os traigo una carta del capitán don Hernando de Cortés, que se halla en la “isla de golondrinas” (Cutzamil), con la piadosa intención de tornarnos a nuestra patria.

GONZALO: No tengo costumbre de lecturas, hermano Jerónimo, os suplico, pues, que la leáis vos mismo, para razonar este asunto.

JERONIMO: Escuchad entonces…

JERÓNIMO DE AGUILAR extiende el pergamino de espaldas al público. La luz se concentra al fondo y vemos aparecer a don HERNANDO dictando su propio texto.

CORTÉS: “Señores y hermanos, aquí en Cozumel, he sabido que estáis en poder de un cacique, detenidos, y os pido por merced que luego os vengáis aquí a Cozumel, que para ello envío un navío con soldados, si los hubiereis de menester, y rescate para dar a esos indios con quienes estáis, y lleva el navío un plazo de ocho días para os aguardar. Veníos con toda brevedad; de mí seréis bien mirados y aprovechados. Yo quedo aquí en esta isla con quinientos soldados y once navíos, y en ellos voy mediante Dios, la vía de un pueblo que se dice Tabasco o Potonchán, para ver si con la ayuda del cielo, logro tomar estas tierras, en nombre de Dios y del Rey, nuestro Señor. Hernando de Cortés». (Sale)

JERÓNIMO guarda la carta en su sayal y la luz queda fija. GONZALO, sentado nuevamente en el solio, dice con ironía:

GONZALO: Paréceme que no es precisamente a España a donde intenta enviarnos.

JERÓNIMO: ¿Por qué decís esto?

GONZALO: (Con firmeza.) Porque don Hernando ha de necesitar lenguas para sus empresas de conquista. ¡La guerra! Otra vez la guerra.

JERÓNIMO: (Con ira.) Ahora veo claramente que vos seríais capaz de combatir a vuestros propios hermanos. Como que ya lo habéis hecho, según se cuenta.

GONZALO: (Intenso.) Y vos de conspirar, de emplear traidores y de envenenar las mentes, con el mezquino propósito de despojar a estos señores de sus tierras, y de llenar vuestras naves de esclavos para venderlos al tal Diego Velásquez, gobernador de Cuba, o a los nobles de España. ¿No es acaso vuestra religión la que prepara el terreno y dispone el ánimo para aceptar tales hechos indignos?

JERÓNIMO: Gonzalo, ¡por vuestra vida!, contamos con escaso tiempo. ¡Esta es la hora de huir!

GONZALO: Nadie puede huir de sí mismo.

JERÓNIMO: Decidme claramente vuestra disposición.

GONZALO: Todo ha sido dispuesto.

JERÓNIMO: Me he enterado de que el Gran Nacón os prepara una celada. GONZALO: No le temo a las intrigas de la corte, que son iguales en todas partes.

JERÓNIMO: Dos hombres de confianza aguardan afuera; decidme… ¿Regresaréis a España en mi compañía?

GONZALO: ¿Regresar? (Pausa. Tierno.) ¡Si aquí encontré mi hogar! Y esta sangre nueva…

JERÓNIMO: (Interrumpe.) ¡Por salvación de vuestra alma! Respondedme… ¿moriréis ausente de la gracia de Dios, entre demonios idólatras?

GONZALO: Mi muerte se ha cambiado en una vida nueva que vencerá la muerte.

JERÓNIMO (Fanático) ¡Cielos; perdonadle, está embrujado!… Ha sido fascinado por la “serpiente” maldita… Ha sido atacado con las lianas del deseo… Los placeres de la carne lo han vencido… ¡Perdonadle! ¡Perdonadle!

GONZALO: ¡Basta! Vuestra actitud es digna de una mujer despreciable sorprendida en adulterio… Vuestra virtud es impura y mal intencionada: vuestro sacrificio, estéril… Y vuestros pensamientos son una cueva de inmundicias…

JERÓNIMO: (De rodillas) Gonzalo, decidme… ¿renunciáis a vuestro rey?

GONZALO: Mi rey y señor es el magnánimo y poderoso Nachán-Caán, el serenísimo “Halach-Uinic”8 de Chactemal.

JERÓNIMO: (En un aliento.) ¿Renunciáis a vuestra patria?

GONZALO: Mi patria no tiene fronteras.

JERÓNIMO: (Voz blanca); ¿Renunciáis a vuestro dios?

GONZALO: Mi dios es aquél que adora el hombre en el santuario de su alma.

JERÓNIMO: ¡Sois perdido!… Dadme, pues, una respuesta para don Hernando de Cortés.

VOZ DE ZAZIL: (Angustiada: fuera de escena.) “¡Baásch ‘Kiu-chu-tech, Gonzalo!” “¡Baásch ‘Kiu-chu-tech!” (¡Qué pasa, Gonzalo; qué ocurre!)

ZAZIL: (Entrando con sus hijos un niño y una niña.) Señor hay hombres de la comarca vecina frente a nuestra casa, y Nicté y Sak-Kay se han despertado con vuestras voces incomprensibles.

NICTÉ Y SAK-KAY corren a abrazar a GONZALO, Uno de ellos llora.

GONZALO: (Rotundo) ¡Esta es mi respuesta Jerónimo!

Se oye música ceremonial indígena. JERONIMO se levanta y se dirige al fondo; luego se vuelve y dice:

JERÓNIMO: ¡Que Dios Nuestro Señor os perdone… y bendiga vuestro hogar! (Comienza a retirarse)

GONZALO: ¡Jerónimo!

JERONIMO se vuelve.

GONZALO: ¿No traíais, por ventura, algún tributo para comprar mi libertad, así como fue comprada la vuestra?

JERÓNIMO: Con cuentas verdes ha sido comprada la mía, y en esta bolsa traía un puñado para comprar la vuestra.

GONZALO: ¡Por vuestra vida! “Dádselas a mis hijitos, y diré a Nachán-Caán que las envían mis hermanos de mi tierra. ¡Ya habéis visto cuán tiernos y boniticos son!” (Expresiones recogidas por Bernal Díaz del Castillo del informe posterior de Jerónimo de Aguilar.)

JERONIMO extrae de los pliegues de su bata una bolsita de cuentas que distribuye entre NICTÉ Y SAK-KAY. Luego saca emocionado un viejo devocionario, hace la señal de la cruz musitando una oración y sale. La música crece, ZAZIL se apoya en los brazos de GONZALO y ambos se sientan en el solio… Los niños corretean por el recinto, tirándose las cuentas. Sobrepuesta a la música escuchamos la voz de ZAZIL, revelando la simbólica profecía del H’men.

Voz DE ZAZIL: “La sangre de la Flor del Mayab se ofrendará a la sangre del Sol, y de estas bodas luminosas nacerá la nueva raza, nacerá la nueva voz que se levanta y habla; y se oirán las palabras de nuestra grande isla, la que será un día la patria de los hombres”.

Oscuro gradual

Fin de la Primera Jornada.

________________________________

1 “El real de la manera que en las entradas acaece”; o sea, por el título o leyenda de cada capítulo.

2 Adaptación de los hermosos textos de la “Verdadera Historia” de Bernal Díaz del Castillo a las necesidades de la acción dramática.

3 Gran Nacón. Sacerdote, verdugo y jefe militar consejero cuya influencia, en ocasiones, era más poderosa que la del Halach-Ui-Nic. O Cacique Supremo.

4 H’men. Hombre sabio en adivinación, magia y ciencias ocultas. Actualmente se les llama de este modo a los que curan con yerbas.

5 Kam-Nicté. “La entrega de la flor”, así llamaban al matrimonio los mayas.

6 Itzamná. Supremo sacerdote y profeta que enseñó los oficios y puso nombre a las cosas y poblados de Yucatán. Es un avatar deificado con jerarquía de creador en el panteón maya. Caudillo cultural, como Quetzalcóatl; escribió también los libros sagrados, infortunadamente perdido en el “auto de fe” de Maní ordenado por Fray Diego de Landa.

7 Dios de la poesía. Pizlimtec: “El de los huesos verdes”.

8 Halach-Uinic: Gran cacique, jefe principal o rey, de una vasta región o conjunto de señoríos y poblados.

Fernando Muñoz Castillo

Continuará la próxima semana…

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