Teatro Yucateco
LIV
José Peón Contreras
El Conde de Peñalva
Drama en tres actos y en verso
Estrenado en el Teatro Principal de Mérida,
noche del 15 de agosto de 1877.
Mérida de Yucatán.
Gamboa Guzmán y Hermano. Impresores-Editores.
A
Fernando Juanes G. Gutiérrez.
José Peón y Contreras.
Mérida, julio de 1883
Personajes: ANDREA, hija de
SAMUEL, ciego
D. GARCÍA VALDEZ OSORIO, Conde de Peñalva, Gobernador de Yucatán
GIL ALMINDES
COLLAZOS
UN CAPITAN
La acción pasa en Mérida (Yucatán), año de 1652.
ACTO PRIMERO
Aposento de estudio en casa de SAMUEL, en el campo. – GIL ALMINDES aparece de pie junto a una mesa llena de libros, tubos, retortas… etc. – Varios paquetes conteniendo sustancias medicinales están sobre la mesa. – GIL ALMINDES tiene una retorta en la mano y echa en ella algunos compuestos sólidos y líquidos.
El horno arde en un ángulo, del aposento. – SAMUEL sentado en una gran butaca de cuero junto a la mesa, expresa en su actitud y en su fisonomía, que es ciego. -Un armario a la derecha, a la izquierda un balcón y una puerta practicable en primer término. – Puerta al fondo. –Es de noche.
ESCENA 1
SAMUEL y GIL
GIL: Todo es inútil, señor
SAMUEL: Pronto a la duda te rindes:
Más constancia, Gil Almindes.
GIL: Pues más constancia y mayor
tenacidad nunca ví,
que la nuestra.
SAMUEL: Y aun es poco.
GIL: Vano empeño.
SAMUEL: ¡Tal vez loco…!
¿Concluiste?
GIL: Concluí:
Nada falta.
SAMUEL: Por quien soy,
que esta vez te asombraras.
¿Echaste azufre?
GIL: Algo mas
he puesto de azufre hoy.
Pensábais ayer que eso
fuese causa…
SAMUEL: ¿Y ser no pudo?
¿Lo dudas, Gil?
GIL: No lo dudo.
Puesto el azufre en exceso,
su imperio en la mezcla cobra,
y pudiera suceder
que lo que faltaba ayer,
hoy estuviese de sobra.
SAMUEL: Una suspicacia nimia
con negras sombras te cubre,
y ni una luz te descubre
los secretos de la alquimia.
Obedece y calla. ¿Quién
tanto vacilar soporta?
GIL: ¿Debo poner la retorta
en el fuego?
SAMUEL: Al punto.
GIL: Bien.
(GIL se dirige con la retorta al horno y la pone al fuego; después baja de nuevo al proscenio.)
Es tan difícil hallar
el oro…
SAMUEL: No te lo niego.
Mira que no falte fuego.
GIL: Fuego sobra… ya a tronar
la mezcla que allí se encierra
principia, y tal vez posible…
SAMUEL: Así truena el combustible.
¡En el centro de la tierra!
Oye, Gil, ya muchos hombres
lucharon con esto mismo;
y hoy están en el abismo
del olvido hasta sus nombres.
Buscaban el oro, el oro,
de mil maneras extrañas;
pero el mundo en sus entrañas
guarda avaro su tesoro.
Mas al fin, de una experiencia
tras otra, el dorado sueño,
de un empeño en otro empeño
fue enriqueciendo la ciencia.
Las varias vegetaciones
de la tierra y sus metales,
hallan nombre en los anales
de sus investigaciones.
Y allí tienes, allí están
en ese armario apilados:
los grandiosos resultados
del trabajo y del afán.
Pues buscando con ardor,
en cada planta sencilla
se encuentra una maravilla.
ya en las hojas, ya en la flor.
Oro es también, como el oro,
poder misterioso encierra:
Guarde entre tanto la tierra.
Gil Almindes, su tesoro.
Tengo el mío, y no te asombre,
no hay tesoro que le iguale;
porque, más que el oro, vale
el bien que el hombre hace al hombre.
Allí guardo filtros mil
que he conseguido inventar,
y en el arte de curar
serán poderosos, Gil.
Corta será mi existencia
para aplicarlos, ¿estás?
Más los que vengan detrás
y aprovechen mi experiencia,
teniendo el terreno llano,
sabrán, y es cosa sencilla,
cosechar de esta semilla
que va sembrando mi mano.
GIL: ¡Ah, señor!
SAMUEL: No te parece
que debas dudar de todo. (Con intención que cambie de idea.)
GIL: Mas, me lo decís de un modo…
SAMUEL: Es que en mi cerebro crece
aquella duda cruel
que en mal hora concebiste.
GIL: ¿Debí callar?
SAMUEL: No debiste,
por ella, Gil, y por él…
¡Ay de él si me engaña!….
GIL: En mí
también la duda ha crecido.
SAMUEL: ¿Le seguiste?
GIL: Le he seguido
anoche al salir de aquí.
SAMUEL: ¿Viene solo?
GIL: Le acompaña
un hombre.
SAMUEL: Por el pudieras…
GIL: Pasé dos horas enteras
seduciéndole con maña;
mas inquirir nada pudo
mi empeño, qué a mi reclamo,
cuando le hablaba del amo,
era ciego, sordo y mudo.
Con todo, señor…
SAMUEL: No obstante
que en ello pienso y cavilo…
GIL: Ah, señor, yo no vacilo.
SAMUEL: ¡Gil Almindes!
GIL: El semblante
de ese hombre, señor, es tal,
tan marcada su altivez,
que el que le ha visto una vez,
el que ha escuchado el metal
de aquel acento imperioso,
terrible, dominador,
le reconoce, señor,
por mucho que receloso,
de cubrir trate el destello
de su mirada imponente;
por más que oculte la frente
bajo del lacio cabello.
SAMUEL: ¿Flaquea, Gil, tu razón?
¿Loco estas?
GIL: Loco me llaman.
¡Locas visiones inflaman
la hiel de mi corazón!
Loco, sí, por vida mía,
pues es amarla locura;
y subir hasta su altura,
¡Es también demencia impía!
Mas, ¿qué culpa tengo yo
si nací desventurado?
¿Qué culpa de haberla amado?
-¿No verla más? -¡Eso no!
(Alto a SAM.) Señor, si un día…
SAMUEL: ¡Ay de mí!
¡No prosigas, basta ya!
(Llamando.) ¡Andrea!
Fernando Muñoz Castillo
Continuará la próxima semana…