Letras
Ermilo Abreu Gómez
Síntesis del discurso pronunciado por su autor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y poseedor de la Medalla Eligio Ancona del Gobierno de Yucatán, con motivo de los Segundos Juegos Florales convocados por la Sociedad Progreso y Recreo de Espita, la noche del 14 de septiembre de 1970.
Los hombres de ciencia descubren las leyes de la naturaleza. Los filósofos tratan de encontrar las causas y los propósitos vitales. Los poetas, los artistas, descubren la armonía de estas leyes y con ellas crean las obras de arte.
Las obras de arte, pues, tienen dos elementos eternos e indispensables para su realización: la materia o contenido y su forma. Este contenido y esta forma, como dicen los críticos modernos, no son cosas antitéticas o independientes. Croce hablaba ya de la forma del contenido, De ahí que estilo es un sistema de estilos en el cual concurren el estilo del contenido, el estilo del género, el estilo de la época, el estilo de la geografía y el propio e inalienable estilo del creador.
Si nos referimos así exclusivamente a la forma poética, nos encontramos que ésta empieza, en su periodo histórico, con el movimiento guerrero o caballeresco de la primitiva Edad Media. Los nobles señores de armas que recorrían Europa defendiendo la religión, el valor de sus señores y la belleza y dignidad de sus damas, pronto encontraron a los poetas que habían de divulgar sus episodios. Éste fue el núcleo de lo que en España se llamó el Mester de Juglaría. Lástima que estos caracteres épicos como solamente fueron dichos por los caminos y en los castillos, se hayan perdido. Por milagro de Dios en la época moderna se descubrió una copia arcaica del más importante: el Cantar del Cid. Los eruditos, como don Ramón Menéndez Pidal, han podido reconstruir gracias a las aparentes prosificaciones de los otros cantares diluidas en las crónicas, gran parte de los cantares perdidos. Así es como podemos leer, entre los más importantes, el Cantar de los infantes de Lara.
Los cantares españoles manifiestan, desde estos orígenes, un carácter realista y objetivo. El rastreo de sus versos nos descubre hasta circunstancias menores de los personajes, de sus caminos y de los sitios por donde anduvieron. Este carácter realista es parte de la fisonomía castellana y la hemos de encontrar en todo el proceso de su literatura hasta la época moderna.
En cambio, los cantares épicos de Inglaterra y de la antigua Alemania muestran un carácter bien distinto. Domina en ellos la fantasía o la estructura de la leyenda. A veces ni siquiera podemos disponer de la realidad de su punto de partida. El rey Arturo, de Inglaterra, sólo es un mito y fue creado casi como una figura para defender la isla de las invasiones. Lo propio podría decirse del conjunto de cantos sobre los Nibelungos donde se mezclan mitos y leyendas difíciles de precisar ni en su origen ni en su proceso. La forma de estos cantos es libre y generalmente artificiosa.
Esta es la etapa en la cual se recoge la influencia de una época primitiva feudal. La gloria de estos cantares es eco de su propia sociedad.
Es una etapa posterior cuando empieza a asentarse el dominio de la Iglesia, surge una nueva escuela que revela simultáneamente la leyenda cristiana y el mundo aventurero y picaresco de clérigos y profanos. Es un amasijo lleno de gracia y de desenfado, la obra que nos dejaron Berceo, el Arcipreste de Hita y el Arcipreste de Talavera. Éste es el Mester de Clerecía. No se olvide que clerecía, en este caso, no quiere decir estrictamente clérigo, sino gente culta, gente letrada. El Mester de Clerecía introduce, como es natural, una nueva medida en el verso, medida rígida que no podían conocer los juglares del Mester Épico.
Esta nueva etapa de la poesía española viene a revelar que todo género literario es, necesariamente, la expresión de la naturaleza de la sociedad a que pertenece. No se pueden burlar las leyes históricas de un pueblo.
Mientras estas escuelas se desenvuelven, crecen y decrecen, existió también en España el arte trovadoresco que equivale a decir el arte lírico, el arte subjetivo, el arte en el cual tiene reflujo profundo la voz del pueblo. Así veremos que en este caso aun el poeta más independiente está sometido a las influencias de su medio espiritual y geográfico. La escuela más antigua lírica nace en Andalucía. En época moderna se han descubierto textos que se denominan Jarchas, que son pequeñas coplas fáciles de decir y de memorizar. La más antiguas son del siglo IX con lo cual la lírica española se anticipa a toda la lírica europea. Esta lírica andaluza, nacida en un mundo tropical, lleno de luz, de agua y de flores, es objetiva y plástica, en el fondo profundamente sensual. El propio idioma es abundante, y en gran parte retórico. Hasta el gran poeta Lucano, el de la Farsalia, muestra un latín barroco: barroquismo que ha de prolongarse hasta la época moderna: Herrera y Góngora.
El arte trovadoresco provenzal-catalán contiene el mundo de los castillos, de los palacios, de las cortes de amor y de las damas intangibles, de donde han de salir las canciones más puras de esta escuela. Aquí las mujeres son vírgenes ideales y los caballeros son capaces de enamorarse de una sombra inventada.
La escuela lírica galaico-portuguesa asentada en Galicia y Portugal, tierras que tienen el sedimento de los celtas, resulta así una lírica de tristeza, de melancolía y de neblina. Basta leer el Cancionero de Gómez Chariño y la obra moderna de Valle-Inclán y de Rosalía de Castro para darse cuenta de esta unidad en donde el amor está regido por la ley de las hadas, el humo de los hogares y la oscuridad de los bosques.
En cambio, en la escuela lírica castellana, crecida en una tierra árida, cruel en el verano, cruel en el invierno, los ojos del poeta no pueden recrearse en las fuentes andaluzas ni en las cortes provenzales, ni en las neblinas gallegas; se lanzan hacia los abismos del cielo, para crear una poesía de austeridad y de desprendimiento. Sólo de este sitio podrían ser San Juan de la Cruz, Santa teresa, Fray Luis de León y Don Quijote. Y a mayor abundamiento, Antonio Machado (aunque de origen andaluz) es en Soria donde adquiere el acento castellano de su sobriedad.
Las etapas subsiguientes de la poesía castellana no es necesario señalarlas con precisión porque con el influjo del Renacimiento adquirieron valores técnicos que marcan hitos en su proceso antes que arraigos definidos en su tierra.
La gran resurrección de la poesía, en la cual domina el sentimiento, la descubrimos en el periodo romántico. Basten cuatro ejemplos: el sentido histórico del Duque de Rivas, el entusiasmo rebelde con una genial facilidad de Espronceda, la descripción plástica de Zorrilla y el momento genial, único en toda la escuela, de Bécquer. Antes de Bécquer nadie había hecho rimas, después de Bécquer nadie las puede hacer mejor.
El Modernismo y la Generación del 98 tuvieron como norma casi específica la creación de una forma que, en gran parte, estaba ya creada en los grandes modelos del Simbolismo y del Parnasianismo. Pero esta forma insólita que llega a lo genial de la música en Rubén Darío y en Valle-Inclán merece un brevísimo comentario. Ambas escuelas conocieron y aceptaron los mismos modelos procedentes de Italia, Francia e Inglaterra. Pero mientras estos modelos son más visibles en el Modernismo, en la generación del 98 se diluyen y hasta desaparecen. La explicación de este hecho no admite comentario. América es continente joven que apenas empieza a entrar en la república de las letras en el siglo XIX, y por esto mismo se siente ávido de captar innovaciones. Ya esta observación la había hecho valientemente Gabriela Mistral. En cambio, en España, con mil años de literatura y de experiencia de idioma, las influencias son absorbidas y modificadas por el poderoso influjo de su vida cultural e histórica.
En la época moderna, resultado de las grandes crisis sociales, del desajuste de la justicia, del palpable dolor de los pueblos que sufren y que no encuentran el camino propio para su redención, se pone de pie una nueva poesía en la cual encontramos, como urdimento y voz, una poesía rebelde y humanísima capaz de beber, hasta la última gota, la amargura de su cáliz. Bastan cuatro pruebas: Neruda, Vallejo, García Lorca y Miguel Hernández.
Si las almas existen y no pierdo el camino, dentro de cien años he de encontrarme otra vez aquí, delante de ustedes, para oír el mejor canto sobre la gloria de Espita.
Diario del Sureste. Mérida, 20 de septiembre de 1970. Suplemento cultural núm. 870, año XVII, pp. 1, 3.
[Compilación de José Juan Cervera Fernández]