Diagonal de Sombra
V
JUAN DUCH COLELL
Como si un día las olas golpearan
el sueño dormido en las arenas,
así tu afán, poblado de cadenas,
resplandece en las luces que te amparan.
La grata primavera que hoy estrenas
deshiela recios hielos que separan
los amores dispersos que acaparan
tus infinitos goces y tus penas.
La nieve cubrirá de nuevo el valle
en que tus hondas manos dan raíces,
al paso de la estirpe rigurosa.
Pero sabemos que no habrá quien calle
la subterránea voz de los maíces
que despiertas en la estación gloriosa.
ANTONIO MEDIZ BOLIO
Leído por su autor en Ochil, el 15 de septiembre de 1982, en la conmemoración del vigésimo quinto aniversario del fallecimiento del homenajeado.
Sobre la tierra que tu sueño entero
dibujó para siempre en la distancia
y en la que tu cuerpo,
digerido ya por los espectros de la piedra,
se alzó para cantar, para cantarnos,
para decir al mundo nuestras cosas.
Sobre el extenso horizonte que parió tu voz,
y aquí en tu propia casa,
te recuerdo en tu palabra alucinada.
Cuánta pequeñez se quiere alzar
para tocar tu grandeza.
Cuánta mudez anhela retratar
tu elocuencia.
Cuánta llaneza se entrega a tu
caudal exuberante.
Hace mucho tiempo que hablamos por tu boca
y todavía no sabemos hablar
sin que tu sangre imprima
riqueza y armonía a nuestras voces.
Largas vasijas de tiempo se llenaron
desde que desenterraste tus admirables herramientas
y las pusiste en nuestras manos
ateridas de frío, de miedo y de torpeza,
y todavía nos tiembla el pulso
para decir al mundo nuestra esencia.
Pero tu lección quedó grabada en nuestra sangre
y en la piedra que guarda
las noches prodigiosas de nuestra larga caminata.
Está en la tinta indeleble de tus libros,
esperando las miradas luminosas
de los hijos del monte y de la estrella.
Está en el agua que sacamos de los pozos.
Está en la milpa que avanza sin cansarse.
Está en la gruta y el cenote.
Está en las células de todos los que somos
caminantes errabundos de tu tierra.
La atmósfera azul que nos circunda
guarda la transparencia vital de tu mensaje,
y la dulce cadencia del habla en que siempre nos hablaste.
El árbol atesora los trinos de tu canto,
y las raíces sujetan a la entraña del suelo tus verdades.
Tu pariste la tierra que te vio nacer,
y con la miel de tu sangre la amamantaste.
Desde una casa ajena, con los ojos bañados de nostalgia,
escribiste la fe de bautismo de nuestra madre primigenia.
Hay razones que llaman al hombre a prodigarse
y a entrar en el pulso de la vida,
como se penetra en el tiempo o en la noche;
son como los murmullos del monte,
arrítmicos, sobresaltados, misteriosos,
como sutiles fibras que nos llevan
por espesuras ásperas, sin término,
a la clara abertura donde soplan todos los alientos.
Tú dejaste vagar tu espíritu inconforme,
bajo la guía de esa magia insondable
y conociste lo que el maya desde siempre conoce,
para decirlo a los múltiples vientos cardinales.
Somos de tu estirpe abundante:
mestizaje crucial de mar y de planicie,
de sal y arbusto, de viento y aire.
Somos todos aquí, de tu generosa sangre.
JUAN DUCH GARY
[Continuará la próxima semana]