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Diagonal de Sombra (VII) – EL HOMBRE

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Diagonal de Sombra

VII

 

EL HOMBRE

 

Bajo el verde solar de hojas tejidas,

en el ambiente de leño y clorofila

que inaugura su casta primavera,

en la región recién bañada, sonriente,

desenvueltos los vitales follajes

y las raíces que taladran la tierra,

ahí, en el centro del aire y del encuentro,

en el agujero mismo del impacto,

abrí las manos a la caricia del oxígeno,

los ojos al verdor extensivo de la célula,

y la frente a la más absoluta,

la total presencia de la vida.

Sentí como nunca el ritmo de las sensaciones

profundas y la revolvencia del aire

en las rojas y verdes cavidades viscerales.

Dilaté hasta la nada la turgente

alfombra de la biología,

como un ramillete de perlas

que se multiplican.

Solté las naves acrisoladas del sueño

a vagar –a navegar– en el océano

de codiciada forma y armonía

sin alambres, sin muros,

sin delimitaciones fracturales,

y pude ver el contorno del misterio

que envuelve todo y ejerce imperturbable

su dilatada autoridad totalitaria.

Era el espléndido ciclo planetario,

la metáfora cierta, el epicentro

de toda lucha y de cualquier retorno,

como una piedra torpe que golpea

la epidermis del agua y la violenta.

¿Y el Hombre? ¿En dónde queda esa brizna

de sudor turbulento, como un olor agudo

que sube en espiral hasta los más elevados

escalones de la geografía?

¿Qué perdido cajón ocupa

en el gran laberinto sideral;

qué casillero le sirve de morada?

No pude detener el pulso de las venas,

ni el aguijón del tacto, ni los huesos sensibles,

ni la sangre que me galopa en los intrincados

caminos arteriales del cuerpo.

No pude reducir los racimos vitales

que me conmocionaban la corteza y el alma

con el intermitente oleaje de la duda.

Después, después me fue llegando al hondo

tabernáculo de la certidumbre la noticia

secreta:

El Hombre es una racha de aliento

delirante que recoge en sus venas

la más arrolladora ambición del Universo.

No hay casillero, estrella, magnitud constelada

que contenga su más tenue sonrisa

o su llanto más suelto.

El Hombre ocupa todos los pormenores

del destino.

Su vulnerable traza de gambusino vagabundo

tiñe el color del cielo y le regala

una perdida paz, presente y agridulce,

al discurrir diverso del aire,

del agua y de la tierra.

JUAN DUCH GARY

[Continuará la próxima semana]

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