Editorial
Este domingo, 20 de noviembre, conmemora la mayor gesta revolucionaria del pueblo mexicano. Fecha heroica, inscrita con sangre y sacrificios de compatriotas que otrora lucharon contra naciones poderosas, contra imperios económicos, contra fuerzas intervencionistas en la vida y quehacer de nuestros antepasados.
Dijimos un No categórico al intervencionismo y nos arraigamos a este suelo, tal como lo hicieron nuestros antepasados originarios.
El sudor y la sangre de nuestros ancestros amalgamaron nuestra firme vocación de vencer obstáculos, superar eventualidades atmosféricas, abatir calamidades y hacer del dolor y las lágrimas la materia esencial del mexicano de ahora, presente en todos los rincones del mundo, comprometido con sus raíces, firmes como el pensamiento del mexicano de hoy.
Decimos esto porque intereses bastardos, acumuladores de recursos, bienes y presupuestos se van sumando, no para servir, sino solo para servirse.
Nuestra Revolución Social, mexicana en sus raíces mestizas, aún tiene compromisos por cumplir. Si muchos mexicanos ofrendaron sus vidas por Patria y Libertad, recordemos ahora que ambos objetivos requieren, para consolidarse, arraigarse. Eso solamente lo lograremos con una plena Justicia Social.
No basta con la posición, la riqueza y los bienes de algunos niveles sociales, exige el bienestar y la salud de las grandes masas populares.
Ojalá que esta Revolución se dé en las conciencias y no en sangrientos campos de batalla.
Incurriríamos en un error histórico.
