José Juan Cervera
La cultura popular mexicana del siglo XIX asoma vigorosa en la obra de Guillermo Prieto (1818-1897) con el desenfado que sus contemporáneos reconocieron en su quehacer literario, tributándole honores sencillos y entrañables. Con dicho ánimo, adquiere un valor especial el trabajo de Boris Rosen al compilar las obras completas del autor de Musa callejera, las cuales publicó el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes en 32 volúmenes entre 1992 y 2005, distribuidos en los variados géneros que cultivó, entre crónicas, discursos, poemas, ensayos, cartas y otras formas de expresión escrita.
Hoy puede disfrutarse aún el singular encanto de los cuadros de costumbres que publicó en periódicos de su época, especialmente en El Siglo XIX, donde alternó con otras eminentes plumas de ese entonces. En ese medio impreso publicó su columna “San Lunes de Fidel”, cuya inclusión en La Colonia Española documentó y estudió ampliamente Lilia Vieyra Sánchez en una edición crítica que patrocinó la UNAM en 2015. Una breve muestra de sus artículos de prensa con ese título figura en un libro que apareció en 1923 con el sello de Ediciones León Sánchez.
Fidel, el seudónimo que eligió para rubricarlos, refleja su admiración hacia el escritor español Ramón de Mesonero Romanos, modelo del género costumbrista que adoptó con entusiasmo el literato mexicano, por ser el nombre de uno de los personajes de las crónicas madrileñas que contribuyeron a ensanchar el renombre de aquél. Si Prieto fue una figura destacada por sus acciones políticas y de servicio público, como escritor y periodista perdura también en la memoria colectiva.
La edición de 1923 se acompaña de un prefacio de José de Jesús Núñez y Domínguez, y de un “retrato parlamentario” que Alfredo Bablot, con el seudónimo Proteo, traza para referirse a su amigo y colega autor de las crónicas, quien describe en ellas tipos populares, tradiciones citadinas, ceremonias religiosas, personajes históricos y escenas de regocijo que conservan su frescura a pesar de los años transcurridos desde su publicación inicial.
Prieto se expresa emocionado cuando rememora, en uno de sus aniversarios, el día en que se promulgó la Constitución de 1857, y señala el papel que en este acontecimiento tuvieron varios de los diputados constituyentes, de los cuales formaba parte. Transmite la gran estima que le inspiraron próceres como Ignacio Ramírez, José María Iglesias y Ponciano Arriaga; en esa atmósfera, un momento de gran intensidad se suscitó al hacer acto de presencia Valentín Gómez Farías, presidente de la Cámara, quien se refirió a la Carta Magna como su testamento político. “Aquella aparición produjo un efecto extraordinario; medio siglo de sacrificio y de gloria resucitaban en aquel anciano para dar testimonio del triunfo del pueblo.” Del mismo modo, relata cómo uno de los hijos del patriarca liberal le obsequió a Francisco Zarco un lujoso ejemplar del Paraíso perdido, de Milton, tras escuchar su estremecedor discurso durante el brindis que siguió al suceso.
Resultan gratas sus descripciones de los festejos del día de la Candelaria en Tacubaya, con la nostalgia que acarrearon en él sus recuerdos de infancia. La bendición de animales en el día de San Antonio Abad estimuló su ingenio satírico al fustigar a algunos de sus conciudadanos que a su juicio merecían recibirlas tras advertir que como “hasta los animales se han vuelto libres pensadores, ya no se bendicen.”
También da fe de su labor de crítico teatral, lo mismo cuando comunica la irritación que le producen los autores mediocres que sin embargo reciben elogios inmerecidos, o cuando recibe con agrado el desempeño de dramaturgos como Juan A. Mateos, al estrenarse su obra Los dioses se van.
Son notables sus vívidas estampas de los expendios comerciales que rodeaban la Catedral capitalina, los cuales surtían al público de objetos piadosos, piezas de mercería y libros de segunda mano; hace constar también las atenciones que prodigaba a las representantes “del sexo amable”, sin distinción de la edad que ellas tuvieran.
Estas crónicas capturan la variedad y el colorido de la vida cotidiana en honroso legado a la posteridad.
Guillermo Prieto, Los San Lunes de Fidel. México, Ediciones León Sánchez, 1923, Biblioteca Económica Mexicana, 179 pp.