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Desde Canadá (V)

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Perspectiva

V

La licencia de manejo

En la primera entrega de estas vivencias, mencioné que antes de trasladarme a este país tuve que tramitar un Permiso Internacional de Conductor, pues era uno de los requisitos para poder manejar un automóvil en la provincia de Ontario.

He conducido automóviles desde hace casi cuarenta años, y también he manejado camiones de tres toneladas de capacidad, así como diversas camionetas, e incluso una moto, hace muchos años, cuando mis primos Valencia visitaban la casa.

Nada de eso me ha servido para tramitar una licencia en Ontario.

Para poder hacerme de un coche, el requisito principal no es tener una cuenta bancaria, o adecuadas referencias personales o profesionales; el requisito básico es tener una licencia de Ontario. Eso me informaron los tres ejecutivos de tres diferentes distribuidoras de autos en Cornwall.

Para hacer el trámite debes apersonarte en un Centro de Pruebas Automovilísticas, y el más cercano a Morrisburg no es el que está en Cornwall (50 km al este), sino el que está en Winchester, 20 km al norte de Morrisburg, según me reveló mi casera.

Pues bien, muy orondo y confiado en mi amplia experiencia como conductor, y armado con mi Permiso Internacional de Conductor, me presenté a la oficina en Winchester.

Era la única persona a esa hora, y tomé un ticket de turno del sistema automatizado.

Lentamente, del fondo de la oficina se levantó una mujer que con parsimonia se dirigió al mostrador, se sentó frente a su monitor de computadora y, como si se tratara de la fila de las tortillas un sábado al mediodía en Mérida, llamó mi turno.

Ya desde ese momento me dio mala espina todo el asunto.

No me equivoqué…

Le expliqué que deseaba tramitar una licencia de manejo, y le deslicé tanto mi licencia yucateca como el Permiso sobre el mostrador, para que revisara los documentos.

NI siquiera prestó atención al Permiso; simplemente me sorrajó que eso no servía para el trámite que estaba solicitándole, devolviéndomelo en ese mismo instante.

Mirando mi licencia, entonces me pidió los documentos con la traducción al inglés que explicara su contenido, a lo cual le respondí que no los tenía y que no sabía que fueran necesarios.

Me respondió que sin la traducción al inglés no podía proseguir con el trámite.

Sin darme por vencido, inmediatamente le pedí me indicara dónde podía obtener una traducción. Hasta este momento pensaba que todo se reduciría a un pago más elevado por los servicios, y no que el boleto iba a ser total y completamente mío.

Con toda la seriedad del mundo me indicó que tendría que solicitarlo a mi embajada o a mi consulado, con lo cual se levantó, dio la media vuelta, y se regresó al fondo de la oficina, dando por concluida la atención a mi turno.

Después del shock inicial que sus palabras causaron en mí (¿Cuándo shingáos hemos escuchado que la embajada o el consulado de México traduzca documentos de mexicanos en el extranjero, eh?), me dirigí a la camioneta que me presta la empresa y, aún afuera de la oficina, busqué en internet la página de la embajada de México en Canadá.

Efectivamente, en la sección de preguntas más frecuentes se hallaba la referente a la traducción de licencias de manejo y, más importante aún, contenía una respuesta “oficial”: la embajada no prestaba esos servicios y recomendaba al ciudadano mexicano que lo solicitara directamente al organismo que la había emitido, en la entidad donde se hubiera tramitado.

En la maye…

Retomaré este relato la próxima semana, porque no me iba a vencer esa funcionaria, ni este requisito. ¡Faltaba más!

S. Alvarado D.

sergio.alvarado.diaz@hotmail.com

 

 

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