Perspectiva
III
La Misa
Siendo un asiduo asistente a las misas dominicales en mi natal Mérida, una de mis preocupaciones –una más, debiera decir– al mudarme a Morrisburg era cómo le haría para seguir escuchando misa.
Algunas personas me recomendaron asistir a misas en línea, en internet: otros que escuchara la misa en la televisión (si hubiera), pero ninguna de las opciones me satisfacía.
Google me permitió identificar, antes de mi viaje, que no solo había una iglesia católica en el pueblo, sino también una iglesia pentecostal, una luterana, una anglicana y hasta una presbiteriana. Para una población que ronda los tres mil habitantes, parecieran demasiadas.
Pues bien, arribé un miércoles, y el viernes por la tarde, antes de salir de la oficina, pregunté a mis compañeros si sabían los horarios para asistir a la iglesia católica. Ni tardos ni perezosos me informaron que las misas semanales se celebraban los sábados a las cinco de la tarde, y los domingos a las 11 de la mañana. Agradecí la información, y me apresté a asistir, para dar gracias, y encomendarme.
He viajado al extranjero desde hace casi treinta años, y fue hasta ahora que tuve la oportunidad –y la voluntad, siendo totalmente honesto– de asistir a mi primera misa allende fronteras mexicanas. La experiencia fue, y sigue siendo, sumamente edificante y hasta didáctica.
Si bien no existen diferencias de fondo entre el ritual mexicano y el que se lleva a cabo aquí en Morrisburg, sí existen algunas otras que me han resultado de gran ayuda.
Por ejemplo, las respuestas a las admoniciones del sacerdote a lo largo de la misa son las mismas, pero en otro idioma. Existen misales, junto con libros de cánticos, en los respaldos de las bancas, y en los misales vienen todas las oraciones y respuestas, además de las lecturas de la semana. Una gran ayuda, en verdad.
El gran cambio está en los cánticos, y en lo que es la homilía del sacerdote.
Los primeros se encuentran en los dos libros (el verde y el azul) que acompañan a los misales, y los de la misa que se está celebrando se publican en la pizarra que se encuentra a espaldas del director del coro quien, a su vez, se encuentra junto al organista de la iglesia. Ambos están avezados en la lectura de partituras, que eso es lo que contienen ambos libros, y dirigen no solo a los integrantes del coro sino a todos los asistentes en la interpretación.
La homilía se encuentra impresa en hojas tamaño carta que los feligreses tomamos al llegar a la iglesia. El sacerdote ha escrito su homilía con anticipación, y se encarga de leerla después del evangelio.
El resto de la ceremonia es muy similar a la de nuestras celebraciones en Mérida, aunque el peso del simbolismo me parece es mayor aquí, como cuando se colocan a ambos costados del sacerdote dos ujieres que sostienen velas encendidas mientras lee el Evangelio, o como cuando al inicio de la misa una procesión Avanza hacia el altar, siendo el último integrante el sacerdote, quien mantiene en alto el libro de lecturas que contiene el Evangelio.
El único negrito en el arroz, y no me refiero a mi muy apreciado amigo candelario y de color serio, el rey del Campestre cuyo nombre no mencionaré pero que sabe perfectamente que hablo de él y a quien por este medio deseo un feliz cumpleaños, es que el sacerdote habla en inglés, siendo de ascendencia hindú, y me cuesta frecuentemente entender lo que dice; es como si estuviera hablando el muy apreciado y dislálico director de una empresa de cómputo allá en nuestra ciudad, a quien también saludo desde esta columna.
Desde esta perspectiva, Dios está en todas partes, y entiende todos los idiomas. Aquí también puedo asistir a escuchar su palabra, y formar parte de su feligresía, lo que me renueva y me restaña.
Arropado por el Amor de mi familia, de mis amigos, he podido continuar asistiendo a la liturgia para dar gracias por ellos y por mí, y para encomendarlos y a mí en Sus manos, hasta que nos veamos.
Amén.
S. Alvarado D.
sergio.alvarado.diaz@hotmail.com