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(De) Lo que nunca se olvida… (vi)

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Colonia Yucatán

“Fíjate que la vida de Colonia fue muy generosa con nosotros en todos los aspectos,” me señala con orgullo.

“Además de los sacerdotes y las religiosas que han salido de las aulas de su icónica escuela –hecha totalmente de madera, preciosa, nunca vi otra igual, con un diseño tipo pagoda, lástima que la tiraron–, ahí empezaron su buena preparación numerosos profesionistas que hoy día son maestros, abogados, enfermeras, doctores, contadores, psicólogos y muchas profesiones más que han ayudado a sus paisanos cuando estos lo han necesitado, aun sin que se los soliciten.”

“Siempre se ha distinguido a la gente de Colonia por su solidaridad, por su preparación no solo profesional sino también por su educación, por lo aprendido en casa y en las aulas. Casi todos son gente de bien, de valores bien enraizados. Te digo que la labor de los sacerdotes fue fundamental, así como de los maestros que nos prepararon no solo en lo académico sino para la vida.

“Cuando algún estudiante estaba yendo mal en su aprovechamiento escolar, se acercaban a los papás a averiguar qué pasaba con aquél o aquella, y le ponían remedio al momento. No esperaban que truene, sino que lo apoyaban; no lo acusaban, orientaban a los papás para que igual sepan cómo apoyar al chamaco o la muchacha. Los maestros y maestras de ese entonces tienen toda mi admiración y respeto.

“Claro que había muchachos muy relajistas que a veces se pasaban de la raya, sobre todo con los maestros exigentes y estrictos; pero a las muchachas que estudiaban con ellos siempre las respetaron, ¡siempre!

“Había un maestro que cerraba la jornada de la secundaria a las 9.40 p.m. Todos los días iba a la escuela en su bicicleta, daba clases de Inglés y Física, siempre la dejaba en la puerta, se supone que ahí nadie la agarraría. Un día salió y no la encontró, entró, preguntó y nadie vio nada; salió de nuevo, caminó alrededor de la escuela, buscándola con calma pero, sin éxito: la bicicleta no estaba. De pronto, empezó a escuchar risitas burlonas que provenían de la cancha, al bajar las escaleras de la entrada alzó la vista y vio la bici en lo alto de la asta bandera ante la risa, ahora sí fuerte, de los muchachos que estaban esperando su reacción…

“La otra vez, uno de ellos que no había estudiado, y era un “pata de Judas”, bajó la campana de su lugar para que no tocaran la hora de entrada; la guardó en la parte de atrás de la camioneta del mismo maestro al que le subieron su bicicleta en la asta bandera. Fueron las bromas más pesadas que vi. Eso sí, a las muchachas, repito, las trataban con mucho respeto.

“En cuanto a la vida social era a todo dar: todos nos divertíamos de lo más sano. Yo tenía mi grupo de amigos que nos reuníamos en el parque, ya que todas las noches había básquetbol o voleibol; participaban tanto muchachos como muchachas. También había torneo de sóftbol de adultos que jugaban en la tarde, y los encuentros de mujeres empezaban a las ocho de la noche en el campo que estaba frente a la fábrica: se instalaba un gran foco detrás del home y así se jugaban. ¡Maaa…! Se ponían buenos los juegos, sobre todo los de la Sierra contra Colonia. ¡Jesús! Tremendos juegos ya que había, así como en el beisbol con los Cardenales, una férrea rivalidad.

“Igual pasaba cuando algún muchacho de Colonia quería enamorar a una chica de la Sierra o viceversa: tenía que estar muy xux, ya que no eran bien vistos por los galanes de sus respectivos lugares.

“Fíjate que, para llevar serenata, con eso del orden –ya que la empresa controlaba todo–, tenías que ir a la comisaría a solicitar permiso. El sargento Marcelenio mandaba llamar al papá de la pretendiente y le informaba; si éste lo aprobaba, lo podías hacer… pero hasta las diez de la noche. Si había algún relajo, tú eras el responsable; además, el policía Pancho López estaba pendiente: a él le enseñabas el permiso escrito y te dejaba, pues era muy celoso de su deber. ¡Hasta las diez de la noche, ni un minuto más!,” me dice Chucho, encarrilado en su plática. Ya llevaba mucho rato hablando casi solo él, no me atrevía a interrumpirlo.

“En Colonia siempre había movimiento por las labores de la empresa, que trabajaba los tres turnos, o sea, las 24 horas del día. Por eso no permitían que nadie más ande en la calle hasta las diez de la noche. Además, a esa hora se apagaba la luz de las casas, ya que la empresa la proporcionaba de manera gratuita a sus trabajadores; la volvían a encender a las cinco de la mañana para que se preparen los que entrarían a su turno de las 6.30 a.m.

“Desde las cinco de la mañana ya había señoras en el molino de maíz para que con la masa puedan preparar la comida de sus maridos y llevaran su lunch al trabajo. A las 8.45 a.m. se hacía una pausa de 15 minutos para disfrutar su comida, y a las 11.30 de la mañana sonaba don Galdino Alcocer el pito de la caldera para que disfruten del almuerzo que previamente se había depositado en cantinas de peltre o de aluminio en la caseta que custodiaba don Bonifacio –don Bom– Mukul, uno de los tres veladores que se encargaba, además, de la entrada y salida de cualquier persona o vehículo que tenga que ver con la empresa. La salida del primer turno era a las 14:30 y entraban otros hasta las diez de la noche; a estos se les daba igual quince minutos para cenar a las ocho y finalizaban sus labores a las 10:00, para ser suplidos por los que tenían tercer turno, que a las dos de la mañana hacían una pausa también de quince minutos en sus labores para comer lo que hubieran llevado, y salían de su turno a las 6:30 de la mañana siguiente.

Semanalmente se les pagaba a todos. Si querías pasar un fin de semana más que alegre, la empresa te vendía una botella de licor o un cartón de cervezas a precio oficial. Según el número de tarjeta que tenías, se repartían diez boletas cada semana, así que te venia tocando cada tres o cuatro meses más o menos. Peeero… con cuidado: allá no permitían que algún borracho arme su escándalo.

Cuando te querías casar lo notificabas al jefe de personal de la fábrica, don Pancho Rejón, y al poco tiempo te proporcionaban casa. Mientras tanto, ibas a vivir con tu flamante esposa a casa de tus suegros o a la de tus papás. Para la boda venían los del Registro Civil desde Tizimín, y por la iglesia casi todas las bodas eran los domingos por la mañana. Ahhh, pero de diciembre, porque todos salían de vacaciones dos semanas y se aprovechaba para darle mantenimiento a toda la maquinaria de la fábrica. Para festejar la boda tenías que ver cómo agasajar a tus invitados. Muchos guardaban su t’ áal k’u’ –ahorro–, además los amigos te ayudaban con sus dotaciones y así se ponían un poco más alegres los festejos.

“¡Vieras qué bonito era todo esto!,” me comenta con nostalgia.

“Los miércoles en la noche en el salón-cinema había función de box, con los mejores púgiles de la región. Venían de Zoh Laguna a pelear con los de acá, de Tizimín, de Izamal e incluso de Mérida. Don Tánsito Centeno, primero, y después Manuel, el chino, Pacheco eran los organizadores; se daban peleas cada mes o mes y medio. Igual había lucha libre, pero a mi casi no me gustaba, prefería ir al box.

“El gimnasio estaba, recuerdo, a la salida de El Cuyo, donde estaba la forestal. Había de todo en ese gimnasio para entrenar, así que no solo había beisbol, básquet, sóftbol, también se disfrutaban los encuentros de box y lucha.

“Nos la pasábamos rebien, mucha convivencia sana. Recuerdo muy bien que en Colonia no existía cantinas ni ventas de licor o cerveza en las tiendas. Nadie estaba autorizado para vender más que la empresa, que todo controlaba, sobre todo el licor. No se percataban, o se hacían de la vista gorda, ya que sí había contrabando, aunque a menor escala. No permitían que nadie se presentara crudo a su trabajo. Si lo detectaba el jefe de personal, lo mandaba a su casa con la advertencia de no repetirlo. ¡Claro que le descontaban el día de sueldo! Así controlaban todo: con mano dura, pero no abusaban y el trabajador lo entendía. Si no se corregía, era candidato a su liquidación, además de que se quedaba sin casa, que era propiedad de la empresa. No te cobraban renta ni pago de luz ni agua; es más: te daban pintura para que la mantengas bien.

“Se hacían cada año concursos de jardines y la gente participaba. Casi todas las señoras presumían orgullosas sus casas limpias, pintaditas, con sus jardines bien cuidados.

“De los salarios ni hablar: se pagaba muy bien. Teníamos además subsidio para comprar carne y la empresa cada semana daba a sus trabajadores una despensa que despachaban el Pato González y don Chivora, una despensa bien surtida. De esa manera, pues nadie se portaba mal.

“Las visitas a los parientes estaban limitadas: cuando mucho tres días les permitían estar allá, por eso del subsidio de la despensa. Recuerda que la guerra apenas acababa de terminar y en Colonia había trabajo. Creo por eso todos cuidaban su fuente de ingresos.”

CONTINUARÁ…

L.C.C. ARIEL LÓPEZ TEJERO

Fotos cortesía de Augusto Segura Moguel “El Salado”

Vicentelote63@gmail.com

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