La nostalgia de los buenos tiempos
A mí no me importaba que mis amigos de la ciudad me dijeran que vivía en una especie de galera en la que se entraba previa autorización, custodiada las 24 horas por dos o más celadores que permitían o negaban la entrada a la población con una gruesa cadena. No tuve ni un solo problema, entré con las cartas bien plantadas. Al poco tiempo de estar allá, me dieron la bienvenida en el trabajo con la responsabilidad de llevar el control de la administración del pequeño hospital.
Aquel martes en la tarde me presenté puntual al campo de pelota al que don Chivora me dio igualmente la bienvenida y me presentó a los nuevos compañeros. “Vas a jugar mientras la primera base,” me dijo, y ahí me quedé como titular todos esos gozosos años que el equipo estuvo deleitando a la afición del sureste del país con sus atrapadas y vistosas jugadas de juego limpio. Demostré ser un buen pelotero. No tomaba, ni fumaba, lo he dicho antes; era muy callado, pero todo un guerrero como pelotero. Me embasaba muy fácil, aunque a veces era el comodín en el orden al bat.
En cuanto a mi llegada a la ahora llamada Colonia Yucatán, debo decir que fue muy amigable: todos me saludaban familiarmente, como si me conocieran de mucho antes. Claro que los veía y saludaba todos los días y a todas horas, tanto a los jefes como a los obreros. No había clases sociales como le dicen ahora, allá no había eso, al menos no me di cuenta. Todos hacían su democrática fila para comprar carne o lo que fuese; si no eran ellos, mandaban a alguien que hiciera fila por ellos previa gratificación. Como católico que soy, por supuesto que asistía a misa todos los domingos y los días de guardar. Ya te digo que el padre Nagle nos había echado ojo al vernos jugar al güero y a mí, ya que él fue un muy buen deportista y prospecto de las Grandes ligas con los Medias Rojas de Boston; pero se decidió por el sacerdocio, y sobra decir que le encantaba jugar beisbol con nosotros en su tiempo libre, cuando no lo mandaban de misión a otros poblados no tan cercanos como Kantunilkiin que en ese tiempo, tengo entendido, le pertenecía a la parroquia de Nuestra Señora del Carmen de Colonia Yucatán, igual que la isla de Holbox.
Yo participaba en todos o casi todos los eventos que organizaban los padres de Maryknoll. Eran muy activos, muy chéveres en su misión de hacer comunidad. Ellos formaron la caja popular, igual jugaban fútbol y básquetbol con la muchachada. Empezaron las fiestas de julio en honor de nuestra señora de Carmen. Fue el padre Juan Nolan quien edificó esta iglesia, porque la anterior ya quedaba chica porque en aquel tiempo ya había muchos obreros con sus familias y la fábrica trabajaba las 24 horas del día tanto en la elaboración de Triplay como Lignum Play.
Imagínate cuánta gente había en ese entonces: calculo que unas 450 familias poblaban la que al principio le llamaban “La Selva”, luego “Triplay”, ya que su fundador –el Ing. Alfredo Medina Vidiella– estudió ingeniería en Nueva York. Ahora se llama Colonia Yucatán, le dejaron ese nombre porque era como una colonia de los EE.UU. Lo mismo era La Sierra: le pusieron ese nombre por la enorme sierra con la que cortaban los troncos.
¡Qué bonitas casas había alrededor del parque hundido! Uuufff. ¡Qué tiempos aquellos en los que no veías a ningún borracho en la calle! La empresa, según el número de tarjeta en la nómina, les daba a diez obreros cada semana una botella de licor o un cartón de cerveza, previo pago, con la advertencia de que si había alguna bronca tendrías tu castigo: podrías hasta perder tu trabajo. Te consentía, pero también castigaba al que no se portara bien: si te descubrían robando, te mandaban al exilio, llegaban a la puerta de tu casa, te escoltaban hasta la salida donde estaba la cadena y te despedían a pie, con el consiguiente peligro ya que era todavía selva alta esa parte de Tizimín que comprendía hasta el puerto de El Cuyo, plagada de animales salvajes, culebras y demás peligros. Entonces toooodos se portaban bien, pues claro.
Había también una orquesta patrocinada por la empresa que ofrecía las llamadas retretas semanales, un miércoles en la Sierra y el otro en Colonia. Mucha gente acudía y se divertía en la cancha, ya sea al cantar o escuchar la orquesta que dirigía el papá de Momi Rejón, don Pancho, quien además era jefe de personal de la fábrica. Después que se quitó de Colonia estuvo tocando en las tandas del teatro regional de Cholo -Héctor Herrera- por mucho tiempo. Gran músico don Panchito.
Por esos tiempos había un grupo musical llamado “Los Electos” que los hermanos Manuel e Isidro Chimal formaron junto con el alma del grupo: Miguel Robertos –Jetzabá. Uno de los cantantes de ese grupo era un muchacho que cantaba muy bien: Calín, hijo de Neno -Marcelino Tello. Su primo Beto lo presentó a los del grupo y se quedó con ellos. Ahora vive en Los Ángeles, California.
En esas retretas semanales que dirigía don Pancho Rejón, tocaba en la cancha del parque y asistía casi toda la población. Podían cantar los aficionados de todos los géneros musicales, y después todo mundo a bailar. Así que todos se divertían en estas nacientes poblaciones ubicadas al oriente del Estado que la solidaridad hizo más prósperas ya que los vecinos de la Sierra contribuyeron haciendo talachas al sacar las piedras de los patios de sus casas y las ponían al frente para que las recogiera un camión de la empresa que llevaba al terreno donde se construiría la capilla. Igual organizaban kermeses dominicales a fin de recaudar el dinero suficiente para la construcción, que estaba bajo la dirección del padre Pedro Petrucci; la consagraron con el nombre de San José, y la de Colonia con el nombre de nuestra Señora del Carmen. Como he dicho, la supervisión de estas obras con su respectivo campanario fue del padre Juan Nolan, quien vino a dirigir en sus misiones a los sacerdotes de la orden de Maryknoll establecida en Nueva York.
Además, esos carnavales eran de antología, todos se divertían a lo grande. Muchos disfrazados, eran días de verdadera fiesta popular. Yo me disfracé muy pocas veces. ¡Hasta los padres hacían su carnaval en la ex iglesia! Las señoras del apostolado de la oración, junto con sus respectivos maridos, se disfrazaban. Mucha gente asistía, la ex iglesia quedaba chica pero el ambiente era completamente sano, alegre y muy divertido. ¡Si vieras cuánto extraño todo eso…! Creo que nunca volvería a vivir algo semejante ni yo ni nadie. Fue una época dorada que vivimos en Colonia Yucatán. Ahí si le pongo un DIEZ al Ingeniero Alfredo Medina Vidiella por esa visión que tuvo, tal vez socialista pero un socialismo positivo. Todos éramos tratados como ciudadanos, con respeto, como personas de valores, educadas, respetuosas. Te digo que las clases sociales, si es que había, no me fijaba o no existía realmente. Los niños asistían a la escuela junto con los hijos de los ingenieros, de los doctores, de los jefes, todos uniformados y todos se llevaban y convivían muy bien.
Ahhh, y si de anécdotas se trata, creo que todos tenemos alguna que contar. Yo creo que somos campeones en eso y en ponerle apodos a la gente.
CONTINUARÁ…
L.C.C. ARIEL LÓPEZ TEJERO
Fotos cortesía de Augusto Segura Moguel “El Salado”