Inicio Cultura (De) Lo que nunca se olvida… (ii)

(De) Lo que nunca se olvida… (ii)

214
0

La nostalgia de los buenos tiempos

Desde mi época de estudiante a mí siempre me ha gustado ser puntual. Mi mamá me decía que nunca hay que llegar tarde a ningún lado. Aunque yo no tenía un carácter muy alegre, tenía algo de introvertido, se podría decir que era tímido. Como jugador activo nunca reclamaba una decisión del umpire, así fuera muy apretada y en mi contra; simplemente cumplía, jugaba, me divertía, era disciplinado y solidario. Era raro que yo le discuta una jugada al umpire; entendía perfectamente lo que el manager nos decía: “El umpire está para hacer su trabajo y ustedes el suyo,” nos recalcaba “Don Chivora” –Luis Ricalde–, el manager.

Entre mis compañeros destacaba un chaparrito de tez blanca al que le decían el Güero –Jaime Durán–, jugaba segunda base; era, contrario a mí, muy relajista y bromista, aunque muy educado y respetuoso. En su posición era el más pimentoso y contagioso jugador. Poseía gran habilidad y destreza, y con el bate no lo hacía mal: era chocador de pelota y muy rápido al correr las bases, casi siempre se embasaba en su turno al bat, que era el que abría el juego, el primero en el orden, buen robador de bases. Así que el Güero en segunda y yo en el primer cojín hacíamos buena mancuerna en el aguerrido equipo dirigido por el “Chivora” y su coach, el “Charolito” Diego Núñez.

Un domingo que nos tocó jugar la final en Colonia, no recuerdo con cuál equipo, el juego estaba empatado a una carrera. Estábamos en extra-innings, teníamos dos out y teníamos de corredor de tercera base al Güero. Ya era tardecito, estaba casi por caer la tarde, en el campo no hay luz eléctrica. Estaba la cuenta de dos bolas y un strike cuando de repente escucho un grito: “¡Quítate, quítate!” ¡Era el canijo del güero que venía volando! Se tiró de cabeza, yo apenas logré dar un paso hacia atrás… ¡Se robó el Home! Ya te imaginarás la porra, los gritos de “¡Ganamos, ganamos!”, y la cara contrariada de nuestros rivales, la del umpire, de nuestro coach de tercera que No dio la orden. El Güero se aventó después de observar que el pitcher se tardaba un poco en hacer su lanzamiento al cátcher y ¡zas!, se peló a home. Los dejamos tendidos en el campo.

No, hombre, lo recuerdo como si hubiera pasado ayer. Así era él, pimentoso, ganador, jugadorazo. Esa tarde, lo supe después, estaba discretamente sentada entre la porra una muchachita que a la postre fue su esposa: Tachi Alcocer…

Era la época dorada de los años 40, 50 y 60s del siglo pasado. Me dicen que fue en los inicios de los años 50s que la iglesia de Nuestra Señora del Carmen se estaba construyendo, casi a la par con al campo de pelota, con sus obvias diferencias. Entre los sacerdotes que llegaron de Nueva York, enviados por la orden de Maryknoll, bajo el mando del padre Juan Nolan, vino uno que había sido prospecto de las Medias Rojas de Boston y que optó por el seminario. Recién ordenado lo mandaron a Colonia. Bernardo Nagle se llamaba. Después de ver lo responsables y las habilidades que teníamos el Güero y yo en el beisbol, nos ofreció hacer las gestiones para llevarnos a practicar con el equipo “grande” de Boston. Muchachos al fin, nos decidimos quedar en esta comunidad que apenas, en esos años que el mundo se reponía de los estragos de la II Guerra Mundial y con la empresa Medval, florecía a la prosperidad.

Los que integraban aquel aguerrido equipo “Maderera del Trópico” en su mayoría eran incipientes novios o recién casados. Muchos, casi todos ellos migrantes de la península de Yucatán, habían venido de Izamal, Valladolid, Espita, Tizimín, Mérida, Kantunilkin, Cozumel y otros estados de la república al saber que en ese tiempo la empresa maderera estaba en pleno desarrollo –en ese tiempo llamada Triplay– y requería trabajadores (recordemos que estábamos saliendo de la II guerra mundial). En la naciente Colonia Yucatán ofrecían trabajo muy bien remunerado, se necesitaban obreros y, si además practicabas algún deporte o tocabas algún instrumento musical, eras bienvenido. Te daban trabajo y, por si fuera poco, te proporcionaban un lugar dónde vivir sin cobrarte renta. La casa estaba dotada de agua corriente, luz eléctrica, aunque por horas. Eso es precisamente lo que me animó a ir allá, además de que me gustaba el beisbol y era recién egresado en la academia donde cursé una carrera “corta” de contador privado, ¿qué más podía pedir?

En este lugar, poblado por completo de nuevos vecinos, gente amigable y trabajadora con un porvenir seguro y tranquilo -siempre que se portaran bien- estaba ya instalado como un integrante más de esta comunidad en la que, por supuesto, había muchachas muy bonitas, alegres y educadas.

CONTINUARÁ…

L.C.C. ARIEL LÓPEZ TEJERO

Vicentelote63@gmail.com

Fotos de Augusto Segura Moguel “El Salado”

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.