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Perspectiva – Desde Canadá
XVI
Parte 2
COVID-19 y George Floyd
La semana pasada platiqué de la hazaña tecnológica espacial que en conjunto lograron la NASA y SpaceX, una impresionante muestra de la grandeza de miras de la que es capaz el género humano, retomando la conquista del espacio como meta.
En esta ocasión nos toca asomarnos a asuntos más mundanos, acaso más importantes por su impacto y por las consecuencias y afectaciones que acarrea, no todas malas.
En los mismos Estados Unidos, en pleno año electoral, vicariamente asistimos al espectáculo de un virus que está postrando y doblegando a la nación más poderosa, y orgullosa, del globo terráqueo. Con más de 33 millones de personas que han perdido su empleo al detenerse la economía mundial, con el fin de evitar la propagación del virus, nuestros vecinos del norte están pasando momentos muy difíciles.
Acarreando más de dos millones de contagios, y más de cien mil decesos a causa del Covid-19, ante la evidente mala administración de la pandemia por sus autoridades, no hacía falta mucho para que en ese caldo de cultivo una chispa detonara el movimiento más importante de protesta en esa nación de los últimos tiempos.
Esa chispa fue el asesinato –inicialmente calificado como “homicidio culposo” pero, ante el peso de las evidencias, reclasificado como “homicidio”– de George Floyd, ciudadano afroamericano que murió por asfixia al ser sometido por un agente de policía en Minneapolis.
Ante la acusación del dueño de una tienda de que Floyd había pagado por comestibles con un billete falso de veinte dólares, un agente de policía que atendió la llamada, junto con otros tres “oficiales de la ley” que ahora son presuntos cómplices en el asesinato, durante nueve minutos colocó su rodilla sobre la tráquea de Floyd, quien se quejó audiblemente de que no podía respirar, lo que fue captado por las cámaras que filmaron el desgarrador evento y que ahora sirven para demostrar el abuso al que fue sometido, y que a la postre le causó la muerte.
A lo largo de la Historia, los abusos contra afroamericanos han sido constantes en esa nación, muchos de ellos inadvertidos, otros escandalosamente grotescos y publicitados, muchos de ellos perpetrados por agentes policiacos que abusaron de su puesto para dejar salir sus fobias y complejos, otros por infames grupos de supremacistas blancos como el KKK, contribuyendo así a la división racial que ahora existe, y que es fomentada por su muy racista líder presidencial.
Así como la grabación y difusión de la golpiza a otro afroamericano (Rodney King) por policías, y el veredicto de “inocencia” que recibieron a pesar de que era claro el abuso del poder, trajo el caos a la ciudad de Los Ángeles en 1991, de la misma manera la penosa manera en que George Floyd perdió la vida se convirtió en el detonante de una nueva crisis en el regazo del presidente Trump, convirtiendo la ciudad de Minneapolis, en el estado de Minnesota, en el nuevo epicentro de una batalla racial sin visos de solución próxima.
Lo que inició como una jornada de protesta se convirtió pronto en violencia, escaló y se tradujo en escenas de rapiña que las fuerzas del orden pretendieron reprimir, lo que trajo como resultado aún mayor violencia, y entonces más represión.
La protesta se ha propagado a más de cien ciudades, en diferentes estados de la nación norteamericana, ha obligado a implementar toques de queda, y el fuego de la inconformidad de cientos de años continúa ardiendo, más de dos semanas después de haberse reiniciado. La comediante Sarah Silverman definió singularmente lo que transpira en esa atribulada nación cuando tuiteó: “En estos momentos solo somos los Estados de América…”
Entre todo, también hemos visto admirables ejemplos de solidaridad de policías de diferentes comunidades que han hecho suyas las protestas de la comunidad afroamericana, no solamente ofreciendo disculpas por tantos años de opresión, sino acompañándolos ahora en sus protestas, protegiéndolos y sirviendo como escudos humanos.
Manifestaciones de apoyo de todos los sectores de la sociedad en Estados Unidos, e incluso de ciudadanos de muchos otros países, apoyando el justo clamor por justicia de una comunidad continuamente sobajada y menospreciada, se multiplican con el paso de los días.
Al mismo tiempo, la represión ha continuado por parte de otros elementos policiacos, ha devengado en nuevos actos de abuso, y en veladas amenazas del presidente Trump que ha dicho a los gobernadores que no sean blandos y supriman las manifestaciones.
No condono la violencia de ninguna manera, ni de los que protestan ni de los que la reprimen con más violencia; tampoco creo que todos los policías, ni todos los “blancos”, tengan como agenda erradicar a una raza que ha demostrado su grandeza de tan diversas maneras y que tan solo desea paz.
Ojalá pronto la solución sea tan trascendental, y tan comprehensiva, que aplaque para siempre ese fuego de oprobio que ha cubierto a todos los que han tomado partido en esta guerra de siglos, a todos aquellos que no alcanzan a ver cuánto vale un ser humano debajo del color de su piel y sus rasgos, alguien que pudiera enriquecer sus propias vidas.
Desde esta perspectiva, nunca como antes resulta premonitorio lo que vemos allende el Río Bravo. El presidente de México muy bien debería poner sus barbas a remojar, mirándose en el espejo de la nación norteamericana.
Ante los evidentes estragos causados por la pandemia y la preocupante situación económica, crecen la inconformidad y las descalificaciones en nuestro país. Solo falta una pequeña chispa para que detone una situación explosiva; los desplantes de los grupos criminales, la inseguridad, y la cada vez más evidente ausencia de poderes y aplicación del peso de la ley, muy bien pudieran serlo.
Ojalá no suceda, por el bien de todos.
S. Alvarado D.