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Cultura y Educación, Un andamio en la construcción de la identidad de los pueblos (I)

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CULTURA Y EDUCACION I_1

Verónica García Rodríguez

 (*) Ponencia presentada por la autora en el XVII Taller Internacional “Nueva Ciencia Política” y VIII Coloquio Internacional “LA INFLUENCIA DE LA FILOSOFÍA y las CIENCIAS SOCIALES en el PATRIMONIO INMATERIAL de los países del MEDITERRÁNEO AMERICANO”

La Habana, 19 al 21 de Noviembre de 2014. 

La cultura y la educación son un binomio inseparable: la cultura produce procesos educativos y la educación repercute en la cultura de los grupos sociales. Ambos son procesos que no se limitan a espacios ni formas determinadas, sino que varían según los espacios, el contexto, las migraciones. En su conjunto, contribuyen al fortalecimiento de las identidades personales y de los grupos. Este trabajo da cuenta de que, a pesar de que este binomio fue el eje motivador de la política educativa posrevolucionaria de México, actualmente, se encuentra disociado en las políticas públicas; sin embargo, experiencias llevadas a cabo en la región maya de Yucatán dan muestra de que el arte es una herramienta que puede ser utilizada para los procesos de aprendizaje y fomento a la lectura, con miras a la preservación del conocimiento tradicional del pueblo maya y las prácticas culturales mestizas que prevalecen el patrimonio intangible de la región.

UN PRIMER ANDAMIAJE

Desde el principio de su existencia, el hombre ha sido generador de cultura. Las diversas formas en que se relacionaba con los factores de la naturaleza para satisfacer sus necesidades básicas que lo llevaron a la recolección, a la caza o al cultivo, así como la manera de interrelacionarse con los otros seres humanos, sus propias respuestas a los fenómenos naturales, su manera de explicarse el mundo, iba conformando eso que hoy llamamos cultura.

La diversidad de características de los espacios naturales que ocuparon los primeros grupos humanos fue marcando sus necesidades específicas y sus estrategias para resolver los problemas, teniendo que aprender a utilizar los recursos a su alcance. Con el tiempo, las diferencias se construían y se acentuaban cada vez más, conformando lo que sería la identidad de cada grupo social. Por ejemplo, aunque las dudas en torno a la naturaleza y a la vida fueron similares para todos, las respuestas que se construyeron son tantas como estrellas en el firmamento. Esto podemos observarlo claramente en las génesis existentes que, a pesar de ser tan variadas, todas responden a la misma pregunta: ¿De dónde venimos?

La necesidad de sobrevivencia y, más adelante, la evolución hacia sociedades cada vez más complejas, generó también la necesidad de transmitir a los más jóvenes el conocimiento adquirido, desde la religión y los saberes básicos hasta prácticas de combate o expresiones artísticas sin tener conciencia de que estaban generando procesos de aprendizaje, los cuales formaron parte después de la organización y estructura de poder de cada grupo social.

La danza, la música, la pintura, la lengua oral o escrita, que son parte de la cultura de un pueblo, requieren de cierta técnica o conocimiento para que se ejecuten y preexistan, por lo que todas estas expresiones culturales se vuelven, en ciertos momentos y circunstancias, objetos de aprendizaje.

La cultura es una forma de nombrar al conjunto de creencias y costumbres de un grupo social a partir del comportamiento de los individuos de un grupo. Cada individuo tiene su patrón de pensamiento y conducta que constituyen, de algún modo, su cultura personal, la cual comparte ciertos rasgos con la de otros miembros del grupo.

Para Spradley & McCurdy, la cultura es el conocimiento adquirido que las personas utilizan para interpretar su experiencia y generar comportamientos.  Para Collingwood, por su parte, es todo lo que una persona necesita saber para actuar adecuadamente dentro de un grupo social.

Nos detendremos también en el concepto de sociedad que, aunque es diferente de la cultura, está profundamente ligado con esta. Cultura se refiere a los comportamientos específicos e ideas que surgen de estos comportamientos, y Sociedad sería el grupo que posee una cultura.

Clifford Geertz al caso refiere: La cultura es la trama de significados en función de la cual los seres humanos interpretan su existencia y experiencia, así mismo como conducen sus acciones; la estructura social es la forma que asume la acción, la red de relaciones sociales realmente existentes. La cultura y la estructura social no son, entonces, sino diferentes abstracciones de los mismos fenómenos.

Por otra parte, la educación, que también está fuertemente relacionada a la cultura, ha tenido múltiples definiciones a lo largo de la historia; entre las primeras se encuentra la de Platón que se refiere a la educación como el proceso de socialización de los individuos. Emile Durkhem la define como la acción ejercida por las generaciones adultas sobre aquellas que no han alcanzado todavía el grado de madurez para la vida social.

Según Kant, el propósito de la educación es desarrollar todas las facultades humanas; para Marx, la educación es el proceso por el cual el ser social va formando su mente como individuo, a través de la interiorización del sistema cultural.

A partir de aquí vamos observando las coincidencias en las concepciones de los autores de referencia:

Para Fernando de Azevedo la educación es un proceso de transmisión de las tradiciones o de la cultura de un grupo, de una generación a otra.

Para el profesor brasileño Raúl Bittencourt la educación es el proceso de adaptación progresiva de los individuos y de los grupos sociales al ambiente por el aprendizaje valorizado, que determina individualmente la formación de la personalidad y, socialmente, la conservación y la renovación de la cultura.

Dewey, por su lado, nos dice que educación es la suma total de procesos por medio de los cuales una comunidad o un grupo social, pequeño o grande, transmiten su capacidad adquirida y sus propósitos con el fin de asegurar la continuidad de su propia existencia y desarrollo.

La educación para Stuart Mill es la cultura que cada generación da a la que debe sucederle para hacerla capaz de conservar los resultados de los adelantos que han sido hechos y, si puede, llevarlos más allá.

Freire nos dice al respecto: La educación verdadera es praxis, reflexión y acción sobre el mundo para transformarlo.

Así, podemos decir que educación es el proceso de asimilación y transmisión de las costumbres, normas e ideas mediante el cual cada sociedad incorpora todos aquellos elementos que se integran en ella para conformar su cultura.

Entonces ¿será la educación un factor determinante en la cultura? ¿La cultura como tal es producto de procesos educativos? ¿La educación y la cultura pueden contribuir al fortalecimiento de la identidad de los pueblos? ¿Es posible que culturas antiguas tengan cabida en las sociedades contemporáneas? ¿La educación será suficiente para garantizar la vigencia de las prácticas culturales de los pueblos sin que estas se conviertan en sólo decoración de las políticas públicas?

Si bien no encontraremos respuestas definitivas a estas cuestiones a lo largo de este trabajo; serán la pauta para una serie de reflexiones que den cuenta de cómo este binomio –Educación y cultura– se relaciona entre sí e interviene en los procesos de identidad de los pueblos, sobre todo de aquellos, como Yucatán, en donde preexisten culturas indígenas conviviendo con diversos mestizajes y migraciones en medio de la vorágine de la tecnología y la globalización de la información que parece pretender estandarizar las diversidades humanas.

EDUCACION Y CULTURA EN LAS DOS ORILLAS DEL MAR

Las migraciones humanas que han existido desde el principio de la historia han permitido la comunicación entre pueblos completamente lejanos, favoreciendo el intercambio de saberes y prácticas que contribuyen al desarrollo social, cultural y económico de los mismos. Un ejemplo lo tenemos en la evolución de las lenguas, como es el caso de nuestro propio idioma, el español, que pertenece a las lenguas romances derivadas del latín, cuyo origen se encuentra en la región Lacia, ubicada al centro de Italia, hacia el año 1000 antes de Cristo, mucho antes de convertirse en la lengua oficial de Roma.

Con la expansión del imperio, a finales del siglo IV, los romanos ya habían hecho mudar de lengua a los etruscos, y el latín se había enriquecido de la lengua que se hablaba en la Magna Grecia. Conforme fueron avanzando por toda la península itálica hacia a lo que después sería España, iban imponiendo el latín que, a su vez, se mezclaba con las lenguas de los pueblos conquistados.

Por su parte, en el siglo VIII los árabes se lanzaron también a la conquista de otros territorios con la intención de difundir el Corán y la religión de Mahoma. Así llegaron a España, y la conquistaron tras vencer al rey visigodo don Rodrigo en el año 711.

Cuenta la leyenda registrada en varias versiones, y de la que surge el canto poético La cava Florinda (1), que el Conde don Julián entregó España a los moros porque su hija Florinda fue deshonrada por el rey godo Rodrigo (2).

Daban al agua sus brazos, y tentada de su frío,

fue la Cava la primera

que desnudó sus vestidos.

En la sombreada alberca

su cuerpo brilla tan lindo

que al de todas las demás

como sol ha oscurecido.

Pensó la Cava estar sola,

pero la ventura quiso

que entre unas espesas yedras

la mirara el rey Rodrigo.

Puso la ocasión el fuego

en el corazón altivo,

y amor, batiendo sus alas,

abrasóle de improviso.

De la pérdida de España

fue aquí funesto principio

una mujer sin ventura

y un hombre de amor rendido.

Florinda perdió su flor,

el rey padeció el castigo;

ella dice que hubo fuerza,

él que gusto consentido.

Si dicen quién de los dos

la mayor culpa ha tenido,

digan los hombres: la Cava,

y las mujeres: Rodrigo.

Este poema es un ejemplo de cómo un hecho histórico va tomando diferentes formas al ser contado de generación en generación, se convierte en leyenda, en poemas, en canciones, y otras expresiones que dan muestra de la incorporación de estos hechos al imaginario colectivo y que, por ende, vienen a enriquecer el espacio cultural de una sociedad.

La Cava Florinda es tan sólo una muestra de las versiones que se cuentan del hecho histórico que marca uno de los más importantes procesos de aculturación en España, entendiéndose por aculturación como el proceso de recepción de otra cultura y de adaptación a ella; y que está profundamente arraigado a la memoria de las nuevas generaciones de españoles, herederos de los que vivieron la arabización de su cultura, lo que hizo de menos sus legados latinos y visigodos. Este pueblo, semimoro y semicristiano, demasiado arcaicos o demasiado moros (Castro, A: 1948).

El concepto de aculturación ocurrido entonces presenta a los mozárabes no sólo como objetos de un encuentro singular, sino como uno de sus sujetos destacados. Hernández menciona que la imposición de una élite de letrados y guerreros mozárabes impuso ciertas prácticas culturales, incluyendo la lengua en algunas regiones españolas. Las connotaciones que tuvo este proceso cultural son importantes en tanto que el control de la lengua y la escritura significaban el control de la cuidad. La conquista territorial es tan sólo la antesala de la conquista cultural y de la memoria histórica.

Al otro lado del océano

Del otro lado del Mediterráneo, en donde se encuentran las Américas, se hallan pueblos cuya construcción cultural es muy rica y compleja, debido a su diversidad y a que el desarrollo de sus culturas indígenas fue interrumpido por la colonización de otras culturas completamente ajenas.

El mestizaje y el sincretismo religioso, ideológico y cultural que se creó bajo el yugo de la corona española generaron una nueva forma de vida y de ver la vida en el territorio de la Nueva España, pero también fue origen de pérdidas importantísimas para las generaciones subsecuentes en la concepción de sí mismos como pueblo y nación. Todo acto de conquista —dice Pulo Freire— implica un sujeto que conquista y un objeto conquistado. El sujeto determina sus finalidades al objeto conquistado; que pasa por ello a ser algo poseído por el conquistador. Este a su vez imprime su forma al conquistado, quien al introyectarla se transforma en un ser ambiguo, un ser que “aloja” al otro.

En la península de Yucatán, pese a que el esplendor de la cultura maya ya estaba en decadencia cuando los españoles llegaron, los habitantes de la región que enfrentaron la conquista se vieron obligados a adoptar una nueva religión, una nueva lengua; pero en muchas ocasiones sin dejar de practicar las suyas de forma clandestina. Esto que un principio podemos apreciar como un modo de resistencia y de prevalencia, también sucumbe a la extinción en la medida que las nuevas generaciones no se interesan por aprender y desarrollar un sistema de transmisión de estos saberes.

El problema es que la violencia ejercida por los opresores instaura en los oprimidos la vocación de ser menos, y aunque tarde o temprano estos tiendan a rebelarse, el proceso en sí mismo encierra una deshumanización de ambos. Se distorsiona la vocación humana en ser más en el opresor y en ser menos en el oprimido (Freire: 1970).

Esta opresión, en el caso del pueblo maya, producto de muchos años de marginación, es la que lleva inclusive a la automarginación de los individuos con el afán de ser incluidos por el grupo social dominante. Más de uno han cambiado sus apellidos mayas por su equivalente en español y, más recientemente, en inglés. Así encontramos mayas que antes se apellidaban Ek ahora se apellidan Estrella o Star. En palabras de la escritora maya Patricia Martínez Huchim, son mayas que pretenden ser dzules (3). Es común que los padres no enseñen a sus hijos a hablar la lengua maya o, peor, los castiguen si demuestran públicamente que la hablan. Esto cobra sentido ante la pregunta: ¿Para qué hablar maya si es el español el idioma que nos permite comunicarnos en el mundo económico y laboral del estado y del país?

Apenas hace unos cuantos años, la escuela misma obligaba a los estudiantes indígenas a aprender a escribir y leer en español. Desde la Conquista, hablar maya o mostrar alguna práctica originaria era revelar que se era indígena y, en consecuencia, se convertía en sujeto de discriminación.

Esto cobra gran relevancia cuando vemos que, según Miguel Güemes, México ocupa el octavo lugar en el mundo entre países con mayor cantidad de pueblos indígenas; se tiene registro de que cuando menos se hablan sesenta lenguas en todo el país; esto corresponde a también sesenta maneras de ver y entender el mundo, más los mestizajes que de estas etnias provienen. Si consideramos a la lengua como variable para cuantificar a la población indígena mexicana, Yucatán sería actualmente la entidad que más indígenas tiene, con el 37.3% de la población mayor de cinco años, seguido de los estados de Oaxaca, Chiapas, Quintana Roo e Hidalgo (Güemes: 2003).

Con el desarrollo de la modernidad y el centralismo de las oportunidades, un gran número de esta enorme población ha migrado a la ciudad capital y al extranjero. Se han visto en la necesidad de occidentalizarse y camuflashearse entre la sociedad de blancos que les exige cada vez más. En palabras del poeta maya Feliciano Sánchez Chan: Un maya inmerso en el circuito social se siente siempre como un ladrón que en cualquier momento puede ser descubierto.

veronicagarcia.rdz@gmail.com

Continuará…

Pies de Notas

(1) Florinda recibe el sobrenombre de Cava, Alacaba que, según William Foster, viene del árabe y significa prostituta.

(2) La Primera Crónica General de finales del siglo trece recoge por primera vez esta leyenda en su totalidad, y en castellano. La crónica alfonsí repite la versión de la violación y acaba con la maldición del Conde Julián, que luego se repetirá en La crónica sarracina, en la Jerusalén conquistada de Lope de Vega, en otras obras más.

(3) Dzul en maya significa príncipe.

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