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Letras

José Inés Novelo

Al Duque Job

I

El escuadrón disperso de las nubes

formando un toldo negro, se amontona;

la racha silba y a su recio soplo

las ramas de los árboles se doblan.

 

Castiga el dios del rayo sus corceles

con la eléctrica fusta abrasadora,

y su alígero carro con estruendo

rodar paree sobre abruptas rocas.

 

El viento crece. La bandada negra

de cuervos que en los aires se remonta

cuando el cielo es azul, desesperada,

busca el torreón o la empinada loma.

 

 

La lluvia cae: cual diamante fúlgido

el aire

el aire hiende la primera gota.

Arrecia: entonces como flechas raudas

de límpido cristal el aire corta.

 

 

Las aves buscan el follaje amigo,

vuelve a su alero la gentil paloma

a calentar a su polluelo implume

que el viento helado de la lluvia azota.

 

 

Y bajo el árbol secular que al viento

desenvuelve la extensa y de copa,

el ágil potro abrígase, doblando

entre los cuartos pósteros la cola.

 

 

¡Oh lira de la gran naturaleza

que el himno magno de la lluvia entona!

El raudo viento que en las ramas canta

el susurro solemne de las hojas,

 

 

el ramaje que cruje, el bronco trueno

que con su grito de titán asorda,

en sus variados e inefables ritmos

publican tus magníficas estrofas.

 

 

II

Cesó el rumor del viento entre las ramas

en que elevaron su canción las hojas.

¡Los hilos relucientes de la lluvia

ya no se rompen en brillantes gotas

del rumoroso platanar sediento

sobre la verde y opulenta copa!

Pasó la nube: al himno polifónico

de la gárrula lluvia cadenciosa,

sigue el suave susurro de los campos

y el trino de las aves en las frondas.

 

 

Repuéblase el alero. Se acarician,

esponjando sus plumas, las palomas.

Las golondrinas rápidas ascienden

rompiendo el aire, y como flechas tornan.

Y alegres los gorriones picotean

con avidez en las jugosas pomas.

 

 

El potro esbelto que del alto encino

bajo la tienda perfumada y comba

fue a guarecerse, asómase al sendero:

el cuello enarca, la ancha crin cerdosa

sacude, da un relincho de alegría,

mueve con suave ondulación la cola,

y comienza a pastar, mientras se alza

vapor caliente de su piel lustrosa.

 

 

Pasó la nube: el cielo obscurecido

de apacible esmeralda se colora,

y el sol occidental, limpio y risueño,

del sol levante refulgencias toma.

 

 

En el ancho horizonte, hacia el oriente,

de un lado y otro, se alzan y coronan

de nimbos esplendentes, agrias cimas

que el musgo ruin con su verdor festona.

¡Oh panorama hermoso de la tarde

que refrescó la lluvia bienhechora!

La luz se quiebra en los cristales de agua

que en el ambiente depurado flotan

e Iris alada, –haciendo de las cimas

columnas de su curva portentosa –

alza un arco triunfal al sol que muere

entre convulsas radiaciones rojas.

 

Enero de 1894.

 

Pimienta y Mostaza. Periódico literario, de espectáculos y variedades. Mérida, año III, núm. 67, 21 de enero de 1894, pp. 3-4.

[Compilación de José Juan Cervera Fernández]

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