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Crónicas Retrospectivas XVI

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REBELIÓN DE DON LINO MUÑOZ CONTRA VICTORIANO HUERTA

El pueblo de Progreso, que sufría con paciencia todo el despotismo del coronel Ceballos, continuaba dedicado a su trabajo, para aumentar la riqueza de sus explotadores. Sufría estoicamente, pero por dentro llevaba ya el germen de la rebeldía. (Las grandes masas oprimidas tiene un límite de resistencia a la opresión. Cuando se sobrepasa ese límite, la paciencia contenida desborda y entonces se hace alud destructor).

Los progreseños eran vejados, insultados, oprimidos por el coronel Ceballos, y soportaban con calma todo ese estado de cosas. No era Progreso, no, un pueblo cobarde. Nunca lo ha sido. Era un pueblo prudente y paciente que esperaba su oportunidad, que aguardaba la gota que habría de hacer rebosar el cáliz de sus sufrimientos. La gota cayó por fin y la oportunidad llegó.

La noche del diecisiete al dieciocho de agosto de mil novecientos catorce constituyó para Progreso una fecha histórica. Cuando la población entera se dedicaba al descanso; cuando bañado por la clara luz de la luna, semejaba una ciudad embrujada; cuando algún transeúnte rezagado cruzaba por las calles, más como fantasma que como hombre real, rompió el silencio de la noche el estallido de un cohete que rasgó el espacio con su cauda luz, como el rayo que rompe el seno de las nubes y anuncia el principio de la tempestad. Eran las doce y cinco de la noche.

Al conjuro de aquel estallido, como por ensalmo comenzaron a surgir gentes de todas partes. Gentes armadas que fluían por el sur, por el norte, por el oriente y por el poniente de la plaza principal. Era un pueblo que ya no podía soportar por más tiempo la tiranía del dictador local, del Coronel Ceballos, y que iba a vengar sus agravios, a tomarse cumplida venganza. La venganza colectiva es terrible, porque es la suma de todas las venganzas individuales.

La señal del ataque, el cohete, que llevó a todos los conjurados la orden de proceder, partió del puente que se encuentra a la salida de la población, rumbo a la ciudad de Mérida.

Rápidamente se reunieron, en número hasta de ciento veinte, los hombres que habían de participar en la asonada. El punto de reunión fue el cruzamiento de las calles 34 y 35 en donde se formaron dos grupos que marcharon, el primero, sobre la calle 34 hasta llegar al ángulo noreste de la plaza para atacar el local en donde se encontraba alojada la policía municipal, al oriente del palacio del Ayuntamiento, y el segundo, sobre la calle 35, hasta desembocar en la plaza principal por el ángulo sureste.

Ambos grupos rodearon el palacio del Ayuntamiento, en donde se encontraban instaladas las oficinas públicas, la comandancia de policía y un galerón que servía de cuartel de los soldados federales. Uno de los grupos era mandado por Feliciano Canul Reyes y el otro por Juan Montalvo. A caballo iba el jefe supremo de todos los rebeldes, de Canul y Montalvo, que eran subalternos.

[Continuará la semana próxima…]

Esteban Durán Rosado

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