Aída López Sosa
Solo la fe y la ambición pueden hacer que un hombre apueste todo por un objetivo, involucre a su familia -hijos y hermano-, y arriesgue su vida y su cordura. Derrotado, enfermo y desprestigiado, Cristóbal Colón murió a los 55 años, el 20 de mayo de 1506.
El Descubrimiento de América el 12 de octubre de 1492, que cambió el mapa mundial, estuvo lejos de significarle honores y riquezas como aspiraba, motor de su emprendimiento en cuatro expediciones en las que enfrentó enfermedades, motines, traiciones, muertes, hambre, huracanes y hasta serpientes marinas, algunas de las desavenencias superadas que solo su fanatismo religioso sostuvo.
Fue uno de los más grandes navegantes de la historia. Su vida fue sin glorias y llena de padecimientos: reumatismo, artritis, gota y ceguera mermaron sus capacidades físicas y psíquicas. Sus bitácoras de viaje, diarios de navegación y el libro “Historia del almirante Cristóbal Colón”, escrito por su hijo “ilegítimo” Fernando Colón, da cuenta del auge y caída del expedicionario. El valor histórico radica en la información de los indios americanos -llamados así porque creyó que estaban en la India-, formas de vida, costumbres, creencias, organización y rituales. En su intento de colonizar ocasionó pérdidas humanas y materiales en ambos bandos. Su tiranía en la tercera expedición le costó retornar a España encadenado y a su llegada, encarcelado. Las atrocidades cometidas, como cortarles la nariz y las orejas a los disidentes -indios o españoles-, inconformaron a los reyes, despojándolo del virreinato y ordenando su traslado.
Colón aprovechó el despojo de los moros de Granada por parte de los reyes de España -después de larga lucha-, y su necesidad de riquezas, para venderles su “Proyecto de Indias” con la promesa de encontrar una ruta para llegar por la Mar Océana a China, Japón e India y traer los tesoros de oriente: oro, perlas y especias. Por supuesto contaba, con los conocimientos para la odisea que estaba a punto de vivir en expediciones trágicas, a poco de costarle la vida.
“Aprendió las letras y estudió en Pavía, lo que le bastó para entender los cosmógrafos, a cuya lección fue muy aficionado, y por cuyo respeto se entregó también a la astrología y geometría, porque tienen estas ciencias tal conexión entre sí, que no puede estar la una sin la otra… Supo también hacer diseños para plantar las tierras y fijar los cuerpos cosmográficos en plano y redondo”. (Capítulo III)
En el capítulo XXI quedó para la posteridad los momentos que vivían los tripulantes de las tres carabelas el jueves 11 de octubre, cuando vislumbraron tierra por primera vez después de semanas en altamar, gracia atribuida a “Nuestro Señor” quien, según, viendo las dificultades les envió una señal de que estaban cerca de encontrar tierra, esto por el paso de un junco verde y un pez del mismo color: “Los de la Pinta vieron una caña y un bastón y cogieron otro labrado ingeniosamente, y una tablilla, y una mancha de yerba de ribera. Los de la Niña vieron semejantes señales, y un ramo de espino cargado de majuelas maduras que parecía recién cortado, por cuyas señales y lo que dictaba el natural discurso, teniendo el almirante por cosa cierta estar vecino a tierra, ya de noche, acabada la salve, que según costumbre cantaban los marineros todas las tardes…estando el almirante en el castillo de popa, dos horas antes de la media noche, vio una luz en tierra…”.
Prosigue en el capítulo XXII cómo Colón tomó tierra y posesión de ella en nombre de los reyes católicos. En 25 leguas de largo, llana, sin montes y con una laguna en el centro, el almirante desplegó el estandarte de España. En llanto y arrodillados, besaron la tierra que llamó San Salvador. En acto solemne Colón la tomó a nombre de Fernando e Isabel y se proclamó virrey. Los marineros que habían intentado amotinarse e injuriado durante la travesía, pidieron perdón.
Meses después Colón retornó a España para dar a conocer su triunfo, dejando asentada una colonia con 39 hombres que no encontraría a su regreso: todos fueron asesinados por los nativos. No hay constancia de cómo ocurrió, no quedó ninguno vivo para contarlo.
En otras de sus travesías, cuando los taínos les negaron alimentos por la violación de los tripulantes disidentes a sus mujeres, la observación de las estrellas y el sol lo salvaron de morir de hambre. Colón vislumbró un eclipse de luna el 29 de febrero 1504 con la innovadora técnica de “Navegación Celestial”, la cual le daba su posición en el océano a través de la ubicación de la estrella polar medida con astrolabio o cuadrante. Los amedrentó prediciendo que la luna se teñiría de rojo por la ira de Dios, quien solo se aplacaría cuando nuevamente le dieran de comer. La misma estrategia fue utilizada décadas después por Hernán Cortés con Moctezuma, aprovechándose del respeto que los indígenas tenían por el cielo y los fenómenos naturales.
“El eclipse comenzó con la salida de la luna y se hizo más grande a medida que ella ascendía, los indios prestaban atención, estaban tan asustados… vinieron de todas partes cargados de provisiones, suplicando que el almirante intercediera ante dios…”. “Hubo aquella noche eclipse de luna…la diferencia que había entre aquel sitio y Cádiz era de cinco horas y veinte y tres minutos…”. (Capítulo LIX)
Colón nunca obtuvo los derechos del Nuevo Mundo, murió ignorante de su descubrimiento de América, creyendo que eran las Indias Orientales (Asia) y orando a Dios. El explorador Américo Vespucio dio nombre al continente.
En 1792, 300 años después, la Historia reconoció sus aportes en el encuentro de las dos culturas.