MOMENTO HISTÓRICO
JORGE FRÍAS CASTILLO
Yucatán, en su ubicación histórica y geográfica, era una provincia muy alejada del centro de la Nueva España y por eso casi no participó en la Guerra de Independencia, salvo en escritos y conjuras del movimiento. En este tiempo se empiezan a originar cambios políticos, entre los que se encontraban los alusivos a la iglesia. Tanto en Mérida como en Campeche se originan muchas ideas para estos cambios.
Cuando hay noticias del Plan de Iguala, el capitán general en Mérida, Juan María Echeverri, proclama la independencia de Yucatán junto con un grupo de yucatecos el 15 de septiembre de 1821.
Por supuesto, lo que más interesaba en Yucatán era defender su economía, y al mismo tiempo desarrollarla, sobre todo en el comercio: aunque no era tan fuerte como en otras provincias, podía sostener su autonomía. Por ello lucha ante el gobierno nacional que se respetase la libertad local de comercializar con países extranjeros, ya que era su salida más propicia y evitaba las trabas burocráticas de otros puertos nacionales. Por eso Yucatán apoyó la idea del federalismo, para que los estados operaran con libertad mercantil para poder prosperar.
A partir de todos estos cambios, viene una secuencia de separación y reintegración al mismo tiempo, hasta perder sus regiones de Campeche, Quintana Roo y Belice. Entre todo ello, se suceden la industria del henequén, el tiempo de los hacendados y las intervenciones políticas postrevolucionarias, incluso el sacrificio de líderes como Felipe Carrillo Puerto.
Apuntando a este estigma de la geohistoria y el crecimiento social y político, tenemos hoy un Yucatán modernizado que, a pesar de muchos embates económicos, ha logrado para el estado y su pueblo mantener su vivencia tradicional, de integridad y formación integral a nuevos modismos de crecimiento urbanístico.
Todas las confluencias han servido para producir un estilo urbano original y propio: la época hacendaria, la intervención francesa, el porfiriato, el movimiento de los mayas como fuerza social y, hoy en día, las tecnologías, el turismo visto como fuerza económica, y las nuevas filosofías políticas sobre el comercio exterior e incluso hasta la moda.
Actualmente, con toda la reserva posible, vemos un crecimiento vertiginoso acorde a los éxodos y flujos de crecimiento natal y de carácter migratorio.
El punto es que la riqueza debe ir de acuerdo al equilibrio poblacional y de oportunidades para las nuevas generaciones; los idealismos políticos y actividades socioeconómicas no están haciendo un axis con la clasificación social y es ahí cuando se empiezan a observar desequilibrios de carácter urbanístico, como lo son la saturación y/o exceso del tráfico vehicular, las deficiencias en muchas vías de comunicación, una arquitectura clásica alterada, problemas de vivienda, transportes deficientes, y en sistemas médicos, escolares, sociales etc.
Aunque ahora se mantiene un cumplimiento político-social, en estos aspectos se puede diagnosticar que en un futuro próximo se presentarán problemas de crecimiento poblacional y urbanístico que afectarán los modos de vida actuales, sobre todo en cuanto a oportunidades de empleo ya que, si no son evaluados los niveles de aceleramiento y/o se regula el diagrama demográfico, los problemas pueden hacerse más acentuados ya que la península, al integrarse más cada día con movimientos nacionales y mundiales, dependerá de la valoración mediática y las nuevas generaciones afrontarán la problemática de los impactos económicos que se susciten en una ciudad como Mérida, o en todo el estado de Yucatán.
La ciudad de Mérida ya tiene un carácter cosmopolita, eso significa que es afectada significativamente por el flujo de influencias culturales y populares, lo mismo en relación al abastecimiento de servicios a los nuevos pobladores de los últimos 20 años.
El urbanismo ha crecido muy significativamente y, con ello, todo el paradigma cultural social y político la pone en dos disyuntivas únicas: el tradicionalismo conservativo unido al costumbrismo, o abrirse totalmente a una globalización de las nuevas modalidades, con el beneficio de una modernización y tecnificación, y el riesgo al mismo tiempo de una pérdida de valores estructurales y básicos en una sociedad que ha mantenido sus historiales y modos culturales propios.
Desde 1964, de acuerdo a la Reforma Agraria que inicia y se aplica a partir del régimen del presidente de la República, General Lázaro Cárdenas en 1936, se entregan a los campesinos ejidatarios tierras para que se trabajen. El gobierno se encargó desde ese entonces, a través del Banco Nacional de Crédito Ejidal, de administrar el financiamiento para la siembra de productos agrícolas, así como la venta de estos y el Henequén.
Las organizaciones henequeneras toman brío, y desde aquel entonces se han experimentado múltiples metamorfosis en un proceso de desarrollo secuencial de la tierra.
Hoy en día, nos damos cuenta que la privatización en la península viene a ser un fuerte renglón en la inversión económica, el ejido cede grandes porciones, y ahora existen vastos terrenos ya completamente expropiados con destino para nuevas inversiones de la industria, hotelería, la propiedad privada, sistemas de vivienda, etc.
El terreno nacional ya no tiene un balance entre la libertad de uso de la tierra y el paisajismo real.
Entramos en momentos históricos urbanísticos de la península en los que la regulación de espacios, economía, privatización monopólica, y traslación social requieren de una balanza regulatoria y moral en los procesos de crecimiento y adaptación a los nuevos estilos de vida.