José Juan Cervera
Los ocupantes de los asentamientos urbanos llegan a familiarizarse con los elementos decorativos que sobresalen en su entorno, acaso considerándolos una parte complementaria del equipamiento y de los servicios disponibles en su vida cotidiana. Los monumentos que con el paso del tiempo van multiplicándose en los espacios públicos evocan acciones decisivas de la historia de la colectividad, y suelen representar la figura de personajes que le dieron relieve; transmiten el sentido especial de ciertos contenidos simbólicos, formulados en consonancia con visiones del mundo que compiten unas con otras.
Las relaciones de poder se hacen presentes en las manifestaciones tangibles que Marco Aurelio Díaz Güémez estudia sistemáticamente en su libro El arte monumental del socialismo yucateco (1918-1956), coedición de la Universidad Autónoma de Yucatán, el Patronato Pro Historia Peninsular y la Compañía Editorial de la Península (2016). La investigación del autor, sustentada en un sólido marco conceptual, se expresa en un texto claro y atractivo incluso para aquellos lectores que no frecuentan materiales provenientes del ámbito académico especializado.
Los usos políticos de la arquitectura monumental y conmemorativa no contradicen sus valores estéticos, únicamente los orientan hacia el reforzamiento de ciertas nociones que, en el contexto estudiado, apuntan a la reivindicación de un sector mayoritario que en Yucatán es reconocible por sus orígenes mayas, el cual sostuvo como base social el proyecto corporativo que se materializó en las ligas de resistencia del Partido Socialista del Sureste, agrupación cuya figura más conspicua es, fuera de toda duda, Felipe Carrillo Puerto, gobernador depuesto en medio de un conflicto de rango federal al que se sumaron intereses locales convertidos en factores determinantes de un viraje brusco en el rumbo del estado.
Felipe Carrillo Puerto es el destinatario de los homenajes encarnados en diversas obras que se erigieron en Mérida y en su natal Motul, incluyendo el obelisco que en su honor se situó en el Paseo de Montejo y la Rotonda de los Socialistas Ilustres en el Cementerio General, así como un proyecto impulsado por el gobernador Bartolomé García Correa en los años treinta, que por sus grandes dimensiones quedó inconcluso. De igual modo, ha de considerarse la iniciativa del Ayuntamiento de Mérida que en 1924 propuso la construcción de un monumento a la memoria de quien ha sido canonizado civilmente como mártir y redentor del pueblo maya.
Con propósitos semejantes se edificó el Centro Educacional Felipe Carrillo Puerto, hoy desaparecido, que se inauguró en un céntrico espacio de la capital yucateca. Corresponde a las construcciones que Díaz Güémez identifica como de la etapa en que dominó el llamado Gran Ejido Henequenero, distinguiéndose de las que promovieron gobernantes emanados del Partido Socialista del Sureste. Con todas ellas se pretendió hacer valer la idea de una continuidad simbólica en la defensa de los intereses de los trabajadores del campo y de la ciudad.
Es comprensible que, por la naturaleza del libro, se encuentren abundantes referencias a personajes como el arquitecto Manuel Amábilis Domínguez y el escultor Leopoldo Tomassi López, entre otros profesionales que intervinieron en dichos procesos constructivos, pero también se observan nombres de escritores como Antonio Mediz Bolio, quien pronunció discursos de inauguración de varias obras conmemorativas prácticamente desde el inicio hasta el fin del periodo examinado, refrendando su papel protagónico en la política de su tiempo.
Los creadores de las diversas expresiones del arte, con acciones tácitas o explícitas, concurren en la legitimación de ciertas formas de poder.