Cultura
José Juan Cervera
Las conmemoraciones patrióticas constituyen uno de los recursos con que los Estados nacionales afianzan su cohesión interna, infundiendo en sus ciudadanos sentimientos de pertenencia a un origen común, valores que las instituciones establecidas para ello inculcan desde edades tempranas. En lo que toca a la literatura, su papel en el siglo XIX mexicano hizo énfasis en este aspecto, tal como lo esboza Ignacio Manuel Altamirano en sus ideas acerca de la importancia de la novela como medio para ilustrar a las masas populares y conformar de ese modo una identidad colectiva.
Varios escritores de esa centuria se valieron de la narrativa en nuestro país para abordar hechos de la historia reciente intercalando en ella tramas de amor exaltado, al soplo del aliento romántico que dominó sin restricciones. La guerra del ejército republicano contra las tropas de Francia que invadieron México con el pretexto de la suspensión de pagos comprometidos con anterioridad dio motivo a la aparición de novelas como Clemencia, de Altamirano, y El sol de mayo, de Juan A. Mateos, por mencionar sólo dos de ellas.
La obra de Mateos (México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1868) relata los acontecimientos que llevaron a la intervención francesa, la defensa exitosa de Puebla que multiplicó el prestigio militar del general Ignacio Zaragoza y la venganza de Napoleón III ante la derrota infligida a sus soldados durante la jornada del 5 de mayo de 1862, con el envío de cincuenta mil hombres bajo el mando del general Forey, comandante en jefe que representaba a la potencia extranjera.
Sobre el conjunto de la producción novelística de Mateos (1831-1913) pesa la opinión del crítico Emmanuel Carballo, quien afirma: “Como novelista, Mateos es casi inexistente; no sabe urdir sus estructuras, ni crear sus personajes: tampoco es capaz de descubrir el estilo adecuado para comunicar a sus innumerables lectores noticias sobre la historia patria.” Cabría matizar este juicio cotejándolo con el libro que aquí se comenta ya que, si bien es cierto que la personalidad de sus protagonistas no adquiere el realce de figuras sólidas merced a la ostentación de complejos ángulos que pongan en evidencia la riqueza de sus caracteres, esto se debe más bien a que el autor referido se impone como objetivo mostrar tipos ideales que concuerdan sobre todo con el propósito didáctico expuesto en el programa que formuló Altamirano con la mira puesta en el desarrollo de la literatura nacional, con el que coincidieron varios de sus colegas.
El sol de mayo resulta una novela entretenida leyéndola incluso en el siglo actual, si se pasa por alto el sentimentalismo excesivo que era un ingrediente aceptado en la época durante la que circuló en su origen. No es recomendable concebirla como documento histórico, pese a que su autor inserta en sus pasajes materiales diversos como proclamas, discursos y comunicados de guerra. Es preciso recordar que los escritores mexicanos de ese entonces no se consagraron de manera exclusiva a la creación literaria, sino que también tomaron parte activa en la vida política y en las campañas militares aparejadas con ella.
La propia literatura sale a relucir en varios de sus pasajes como elemento que sazona la marcha de los acontecimientos. Y esto no es sólo por la incorporación del extenso poema que Guillermo Prieto compuso en homenaje póstumo del general Zaragoza (“Y tú allí estás, cadáver impasible, / tenaz despojo que mi vista espanta. / ¿Miente la realidad? ¿Pues por qué creo / que a marchar con sus huestes se levanta?”), sino porque algunos escritores decimonónicos despachaban también como ministros de gabinete o daban al público otros motivos de qué hablar. Así, Payno, Altamirano y Riva Palacio son mencionados ocasionalmente en la novela.
El argumento es propicio para la descripción de paisajes rústicos y urbanos, como los escenarios de guerra en los cerros de Guadalupe y Loreto, el puerto de Veracruz al que llegaron las escuadras extranjeras y las cercanías de Orizaba, o bien los edificios que rodean la Plaza de Armas de la capital mexicana. Uno de los aciertos de Mateos para imprimir amenidad a su texto consiste en equiparar con frecuencia los sucesos de la intervención con la historia de Francia, particularmente con aquellos que marcaron los momentos más intensos de Napoleón Bonaparte.
El autor pone a sudar a uno de sus personajes “como si estuviera en Yucatán”, acaso evocando el tiempo en que estuvo desterrado en esta región como consecuencia de sus andanzas en la política, terreno resbaladizo y cambiante pintado con trazos llamativos en esta novela que rinde honores al suelo patrio.