Editorial
Alguna vez leí que Yucatán es un territorio que nació en un momento de angustia de la naturaleza, pedregoso, con escasa agua superficial, difícil para la siembra y producción de alimentos, todos los días bajo la dureza de un sol inclemente, con escasísimas áreas cultivables bien sea manualmente o con maquinaria y equipos modernos.
Todo lo anterior se atenuaba al internarse de la parte norte a la base geográfica de la Península de Yucatán, donde esas condiciones iban variando a favor de la agricultura.
La ciencia y la tecnología han modificado ese antiguo pronóstico.
Ahora, la electricidad va llegando a muchos lugares por medio de los rayos del sol captados por las células fotovoltaicas. La tecnología ha resuelto ese aspecto.
La perforación de pozos artesianos ha servido para favorecer a centenares de asentamientos humanos que se han ido multiplicando con su presencia, con ello creando nuevas zonas cada vez más pobladas y mejor comunicadas entre sí.
Ahora, en el Siglo XXI, vivimos en otro Yucatán, un estado en proceso de avance indetenible, con industrias en crecimiento, la calidad de su mano de obra calificada y las mejores comunicaciones van haciendo posible elevar la calidad de vida de los yucatecos de hoy.
Ha sido un duro trayecto. Miles de compatriotas tuvieron que exiliarse del Estado, dejando a sus familias para trabajar y percibir recursos en territorios extranjeros. Con esos yucatecos admirables ahora podemos ver que los esfuerzos y sacrificios han valido la pena.
Yucatán es hoy por hoy un reconocido polo de desarrollo para México.
No fue fácil, fue muy duro para las familias. Ahora es que apreciamos y enaltecemos los sacrificios y la voluntad de salir adelante, han valido las penas pasadas. Las hemos ido superando con voluntad y decisión.
Nuestro compromiso generacional ahora es mantener la fe y continuar con esa tarea en la parte que nos corresponde.