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Comenzando por el bisabuelo…

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BISABUELO DESFIBRADOR, ABUELO FERROCARRILERO SOCIALISTA, ABUELA FEMINISTA, PADRE PLATERO LIBRE PENSADOR, SOBRINO ESCRITOR, NIETA MUSA Y FOTÓGRAFA

Los peones de las haciendas henequeneras… “nunca reciben dinero; se encuentran medio muertos de hambre; trabajan casi hasta morir; son azotados…El castigo a las mujeres, en casos extremos, consistía en ofender su pudor. Un porcentaje de ellos es encerrado todas las noches en una casa que parece prisión, Si se enferman, deben seguir trabajando, y si la enfermedad les impide trabajar, rara vez les permiten utilizar los servicios de un médico. Las mujeres son obligadas a casarse con hombres de la misma finca, y algunas veces, con ciertos individuos que no son de su agrado. No hay escuelas para los niños. En realidad, toda la vida de esta gente está sujeta al capricho de un amo, y si éste quiere matarlos, puede hacerlo impunemente. Oí muchos relatos de esclavos que habían sido muertos a golpes; pero nunca supe de un caso en que el matador hubiera sido castigado; ni siquiera detenido. La policía, los agentes del ministerio público, y los jueces, saben exactamente lo que se espera de ellos, pues son nombrados en sus puestos por los mismos propietarios de las haciendas. Los jefes políticos que rigen los distritos equivalentes a los “condados” norteamericanos -tan zares en sus distritos como Díaz es el zar en todo México- son invariablemente hacendados henequeneros o empleados de éstos.” – JOHN KENNETH TURNER (MÉXICO BÁRBARO)

Edgar Rodríguez Cimé

Mi bisabuelo, Manuel Gil, técnico mestizo encargado de la desfibradora de henequén, está bañado en sudor, igual que todos sus ayudantes mayas, al momento de acercarse las blancas hijas del patrón con una niña pequeña, muy morena, hija de él.

-Don Manuelito, ¿podemos llevar a esta hermosura con nosotras a dar la vuelta cerca de la hacienda? No vamos a tardar mucho.

-Claro que sí, muchachas, nomás el favor de estar de vuelta antes de mi hora de salida, ¿les parece?, les responde mientras se refresca con una jícara de agua de pozo.

-Claro que sí, don Manuelito. Así quedamos.

Mi abuela Maximiliana (¿por quién creen le pusieron ese nombre tan “digno”?), llamada “Macita” entre la familia, se sentía como la Reina Isabel en la parte delantera de la silla de montar de una de las jovencitas.

Los finísimos hacendados henequeneros, para obligar a campesinos a producir azúcar y ganado para vender, en vez de alimentos en la milpa, se habían adueñado de tierras mayas para luego iniciar la ´esclavitud por deudas´ con la siembra de henequén para industrializar como hilos y sogas para exportar a Estados Unidos.

Como apenas entienden el castellano, les cobran varias veces las mercancías (“Cinco pesos cuestan las mercancías, más cinco pesos que me debes, sumado a los cinco que me vas a devolver, hacen un total de quince pesos. ¿Estás de acuerdo?”); puesto que no conocen la numeración arábiga, aceptan sumar esa cantidad a la nohoch (grande) deuda.

Para forzarlos a quedarse por siempre en la hacienda, son obligados a permanecer en ella y no pueden trasladarse a otras haciendas, por lo que se ven obligados a casarse con parejas de la que habitan; si la novia es hermosa o guapa, el patrón puede acostarse con ella. También sufren terribles castigos en la espalda desnuda, ante todos, como escarmiento, con pencas de henequén terminando en espino.

En este escenario de esclavitud, la opulenta hacienda henequenera de Don José Palomeque se encuentra en plena producción: los peones mayas -con el sol en la cansada espalda- producen agave de henequén listo para industrializarse a las 12 del mediodía, cuando el sol raja piedras en Yucatán.

A fines del siglo XIX, todavía se escucha en boca de campesinos mayas el nombre de la rebelde sacerdotisa María Uicab, lideresa de los mayas rebeldes (cruzo´ob) que fundaron Noj Kaj Santa Cruz X´Balam Naj Kampopolché, la nación maya durante la guerra contra los dzulo´ob (blancos), ultimada por el ejército mejicano.

Mi abuela “Macita”, entre las piernas de las tres muchachas, con rasgos mayas atenuados por mi bisabuelo, mestizo blanco. Años más tarde, yo nacería igual: maya y negrito, y ella, con su “complejo de india”, le lanzaría a mi madre, pues vivía al lado: “Estás luciendo la blancura de tu hijo”, porque mi madre se atrevía a ponerme un mameluco, dejando al descubierto brazos y espalda, mostrando mi color sepia.

Mi madre, “guerrera de barrio popular”, hija de dirigente sindical ferrocarrilero, blanca y guapa, como mi abuelo “Mecho”, le soltaría: “Si mi hijo está negro es por ti, mamá. ¿No te ves en el espejo? Si prefieres a tus nietos blanquitos, como los hijos de mi hermano “Pepe”, allá tú y tus gustos. Yo estoy feliz con mi boshito (negrito).

La “blancura” española, criolla, mestiza rica. Santo y seña para identificar entre los de Arriba, y los de En medio.

Desafortunadamente, la “blancura”, complejo de superioridad social por poseer piel blanca, también afectó a los de Abajo: mayas y mestizos claros de color renegaban de la piel oscura y todo lo que se le pareciera. Una forma de “pintar la raya” con los macehuales, o sea, nosotros, era preferir, en las comidas, “carne blanca” de la gallina o el pollo.

Cuando decenas de años después, mi tío “Chito” escuchaba que mi abuela se refería a la hacienda Palomeque, y soltaba: “don Joseíto Palomeque por aca, o por allá”, desenvainaba: “¿Cuál Joseíto Palomeque, mamá? Tú hablas así porque, por ser mi abuelo el encargado de la desfibradora, no les tocó la parte cabrona de las haciendas henequeneras: sobreexplotación / esclavitud / “derecho de pernada” / o las famosas “limpias”: tortura en la espalda desnuda con agave terminado en espina, como a los miles de mayas en Yucatán.”

Mi abuela “Macita” respondía con una mueca, torciendo la boca.

Amaneciendo el siglo XX, en Yucatán el poder despótico y racista de “blancos” contra mayas continúa en la imagen del hacendado Olegario Molina Solís. Después de 400 años, la esclavitud, miseria y destrucción de la civilización nativa es mantenida por “blancos” auto bautizados como “casta divina”, por el exceso de privilegios.

En 1915, luego del triunfo sobre los terratenientes, los revolucionarios mejicanos envían a Yucatán al general Salvador Alvarado con su ejército para liberar a peones mayas esclavizados.

Los “blancos” arman su ejército con mayas sumisos de la hacienda, negros, pardos, mestizos, españoles y criollos, para ser derrotados tres veces: en Pok Bok, luego en Blanca Flor y, finalmente, en Halachó.

La revolución liberó de la esclavitud a los abuelos mayas en Yucatán, pero los hacendados conservaban el dinero, la prensa y la intelectualidad.

Socialismo revolucionario liderado por Salvador Alvarado a favor de los de Abajo –mayas y obreros– contra poderosas fuerzas económicas, sicarios y prensa “vendida” a los dzulo´ob (blancos) de las haciendas henequeneras.

Lo empezado por Alvarado lo continúa el líder de Motul, Felipe Carrillo Puerto, como gobernador socialista, de 1922 a 1924, apoyado por campesinos mayas y sindicatos de obreros urbanos, sobre todo de ferrocarrileros.

Su hermana Elvia habla con las mujeres mayas de sus derechos. Visita pueblos donde los hombres-machos la reciben, a ella y compañeras, con gritos de “Igualadas”.

Con traición del coronel Ricárdez Broca, encargado de los militares en Yucatán y al servicio de poderosos, el gobernador Felipe es quitado del poder, detenido y fusilado junto con algunos de sus hermanos y gente cercana. Luego del fusilamiento, empezó la cacería contra feministas y sindicalistas.

Para huir, Elvia se disfraza de “hombre”, mientras Gregorio Misset y Claudio Sacramento, dirigentes ferrocarrileros, son macheteados brutalmente ante sus compañeros de trabajo, en los propios talleres de Ferrocarriles Unidos del Sureste.

Mi abuelo, Manuel Durán, mecánico ferrocarrilero y dirigente también, de comisión en ese momento, salvó la vida, y huyó para la selva maya para regresar tiempo después con el nombre cambiado: “Mecho” Cimé.

Manuel Durán, luego “Demetrio Cimé” –porque el gobierno asesino del gobernador socialista Felipe Carrillo Puerto, y hermanos, así como de dirigentes sindicalistas socialistas, lo andaba buscando para matar–, se casa con mi abuela Maximiliana Gil Narváez.

Desaparecer un tiempo de la escena social de Yucatán, y regresar tiempo después con el nombre cambiado en un pueblo maya de Yucatán, permite a mi abuelo “Mecho” sobrevivir en esos días de ajusticiamientos por los gobiernos cómplices de los hacendados dzulo´ob (blancos).

Si mi abuelo “Mecho” era socialista, quien mandaba en su casa era la feminista de mi abuela “Macita”. Ella llevaba los pantalones (de mujer) en eso de decidir todo lo de la casa. Acostumbraba presumir: “Cuando llegó el Presidente Adolfo Ruiz Cortinez, que aprobó el voto femenino, fui de las mujeres del contingente que le aplaudieron a su llegada al aeropuerto de Mérida por autorizar el derecho de votar en las elecciones.”

Abuela “Macita”, la mejor tamalera (tamales colados, los más finos) del barrio de la Mejorada, con epicentro en el mercado del Chen Bech (Solo Codorniz). Mujer de temperamento fuerte que la llevaba a controlar a toda la tropa de su casa, incluyendo al “Comandante” Mecho Cimé, aunque éste llegara los fines de semana bien chumado (borracho).

En el siglo XX, otra maya brava, Felipa Poot Tzuc, continúa la lucha en defensa de los derechos de niños, mujeres, campesinos y carboneros de su natal Kinchil, consiguiendo abrir una escuela para los pequeños y logros para los otros, por lo cual es “fichada” como lideresa por la Plasta Divina y sus sicarios pagados: los “Solís”.

En 1936, como es una maya brava como Xunan X´Tab (Diosa del ahorcamiento) / X´Sak K´uk´ (Reina de Palenque) / o María Uicab (Sacerdotisa de Noj Kaj Santa Cruz X´Balan Naj Kampo´polché), anda con su escopeta al hombro (como las soldaderas mejicanas), por lo cual los cobardes hombres armados de los “Solís” se ven obligados a tenderle una trampa mortal con francotiradores apostados en los techos de las casas por donde pasaba para llegar a su vivienda.

Nomás por la espalda se atrevieron a enfrentarla.

Poco después, los hacendados mandaron matar a Rogerio Chalé del PSSU. De joven –muerto papá–, andaba gozando los trágicos griegos, comprados con mis primeros sueldos, cuando descubrí la escultura en piedra rosada de Esculapio, dios griego de la medicina. No sabía nada de arte, pero quedé maravillado con la fina textura que mostraba maestría y estilo.

Romeo Rodríguez Toledano, tallador de lapidaria y diseñador de alhajas de plata y oro, entregaba pedidos en las joyerías “Luis Aquí”, “Alfonso García” y “Eduardo Rosell”, de su taller de platero en la colonia Industrial.

De papá heredamos su gusto por la estética: comenzaba dibujando joyas en su mente, luego las pasaba al papel para, finalmente, convertirlas en sofisticados colgantes, pulsos mayas o intrincadas filigranas. Pendentif con piedras preciosas, como el obsequiado por el gobernador Carlos Loret de Mola a la Reina Isabel II durante su visita a Yucatán, cuna de la civilización maya, en 1980, donde convivió con un descendiente de los Xiu, uno de los cacicazgos mayas vigentes cuando arriban los primeros españoles a Mesoamérica en el siglo XVI. Los mayas, civilización de 3,000 años.

El gobernador pidió “el mejor platero de Yucatán”. Los joyeros prestigiados propusieron, papá obtuvo el preciado encargo y el sofisticado prendedor de oro de 18 kilates, con piedras preciosas, arte maya, pasa a formar parte de los obsequios a “su majestad”.

Papá formó parte de la Cooperativa de Plateros y Joyeros de Mérida, instalada en una casona enfrente del Parque de Santa Lucía, en el centro histórico de la Mérida de los blancos, junto con otros honorables plateros que conformaban el gremio. No tardó mucho, pues reventó con el alza del oro en los años 80 del siglo Veinte.

Librepensador, leído y viajado gracias a su chamba de platero para las mejores joyerías de Mérida a mediados del siglo XX, me heredó el gusto por el arte, viajar, y unos libros clásicos: La piel de Zapa, de Honorato de Balzac; La peste, de Albert Camus; La náusea, de Jean Paul Sartre, introduciéndome, sin querer, al existencialismo como filosofía de vida, lo cual reflejaría más tarde en mi periodismo y literatura.

Mi sobrino, Rígel Solís Rodríguez, superó al “tío Gato”: Yo. Comenzó ganando un concurso de cuento de la editorial Dante –Cuentos de Drogas, Sexo y rock & roll–, para luego publicar un texto más: Debrayes culturosos del Kaskep (Mal Hecho, en maya), y luego debutar en Europa con Nuevetruzas, en la editorial Oblicua, de Barcelona, Cataluña, España.

Y sí que me superó: yo nunca tuve mesa-escritorio para escribir; siempre escribí en la mesa de comer o en una mesita de finados, prestada, en casa de Violeta, en Ticul, eso sí, el ¡P-a-r-a-í-s-o! En cambio, él posee su propio Centro Cultural Independiente, con muestra permanente de pintura contemporánea, radio libre, biblioteca, fonoteca, y foro al aire libre, promoviendo a creadores emergentes del siglo Veintiuno, en el fraccionamiento Opichén, en la comisaría meridana del mismo nombre.

Similar le hizo mi nieta Alexxxa para ubicar la cámara fotográfica del celular, poner la lente en blanco y negro, como para fotos artísticas, elegir a su mascota “puma” como modelo, pegarse a él en un close up (acercamiento), encuadrarlo, y apretar el dispositivo, para tomar señora foto que encabeza la exposición de arte infantil en la Taquería de Mariscos “Alejandra”, en Ticul.

En la muestra de dibujo, pintura, fotografía, danza y teatro participan niños, adolescentes y jóvenes aficionados al arte. Unas como asistentes de fotografía en el Centro Cultural Opichén; otras como alumnas de danza y dibujo; otras más como mini creadoras que disfrutan tomando fotos a sus mascotas; o chavos actores de preparatoria.

Otra filosofía influyente en mis escritos literarios es el marxismo, practicado en la militancia política en el Partido Comunista Mexicano, en Yucatán, donde aprendí a convivir en la diferencia, con la adversidad en contra, lo cual te ayuda a forjar un temperamento fuerte ante las vicisitudes (como dice el cómico yucateco Dzereco: “Sepa qué significa, pero se escucha elegante”).

Finalmente, ya maduro (a punto de caer del árbol de la vida), conocí la filosofía de la civilización maya –“Disfrutar todo lo bueno que existe en el cielo, tierra y mar”– en vez de perder tiempo y energía en pequeñísimos detalles que evitan o disminuyen ese disfrute, con la cual completé mi formación espiritual a los 67 años, bien bebidos y vividos.

Existencialismo, marxismo y comunalidad: filosofías en mi literatura.

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