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Coincidencias temáticas en literatura

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Letras

Esteban Durán Rosado

Sin llegar a lo que, en la terminología especial del caso, se califica de plagio, delito que consiste en el apoderamiento ilícito, por parte de una persona, de una producción literaria que no es suya, se han presentado, entre los escritores de todos los tiempos, grandes y pequeños, famosas o no, situaciones en las que aparecen obras o fragmentos de obras de algunos de ellos reproducidos en las de otros, si no absolutamente al pie de la letra, sí con similitud completa en cuanto al tema de que trata la copiada. ¿Puede hablarse de plagio en este caso? ¿Puede afirmarse con estricta veracidad, cuando coincide un tema en dos o más obras, que una de estas ha sido plagiada? Para que el plagio exista es indispensable la repetición literal, o lo más literal posible, de uno o de varios pasajes de una obra, de los cuales se apodera el plagiario y se los atribuye, aun cuando él no sea el autor. El plagio se equipara, por sus efectos, al robo, que en toda legislación penal se halla sancionado. En cambio, el primero no tiene más que sanción moral, y además, su comprobación se hace harto dificultosa, salvo que la obra plagiada sea perfectamente conocida. Acerca de ese delito, virtual por cuanto no interviene en él nada tangible, don Tomás de Iriarte escribió una de sus bellas fábulas, en las que fustigaba acre y justamente a quienes se apoderan de lo ajeno en materia literaria y lo hacen aparecer como propio. Ponía como ejemplo a la avutarda que se dedica a empollar huevos de otras aves y después, cuando la pollada sale, las verdaderas madres van recogiendo a sus respectivos polluelos. Así el plagiario que cuando menos lo piensa se encuentra cara a cara con el progenitor de lo que hace aparecer como suyo. El pueblo ha dicho con razón que quien de lo ajeno se viste, en la calle lo desvisten.

Pero de un plagio absoluto a una coincidencia en el tema hay mucha diferencia. Si lo primero es un delito en cuya realización interviene un propósito deliberado, en lo segundo no hay más que la conjunción de circunstancias casuales sin que en su concatenación intervenga ninguna relación de causalidad.

¿Existe, en puridad, la originalidad absoluta en los temas de las obras literarias? No se puede hacer una afirmación categórica en tal sentido sin correr el peligro de caer en falsedad. Varias de las más famosas producciones de los más célebres escritores se repiten, en cuanto a su temática, en lugares muy distantes y en idiomas diferentes, con lo que no se puede decir con justicia que haya apoderamiento ilícito del tema. Un mismo tema puede ser pensado por varias personas y desarrollado literariamente en formas disímiles.

Avellaneda no plagió a Cervantes y tampoco hay plagio en las varias versiones que existen del Fausto. Hay similitud temática, sí; pero no se puede hablar de plagio. ¿No existió, con varios años de anticipación al Quijote, en la misma Mancha en que éste realizó sus portentosas hazañas, una Aldonza Lorenzo que se enamoró perdidamente de un caballero andante que se llamaba Quijada o Quijano? ¿Y por ello se ha de acusar de plagiario al manco ilustre?

Así como existen casos en que escritores famosos han sido sorprendidos en flagrante delito de plagio, los hay también, y quizás más numerosos, en que aquellos concuerden unos con otros en la elección del tema que desarrollan. En los primeros hay delito o intención delictuosa, aun cuando no exista, para castigarlos, más que la sanción moral, el ridículo en que incurren, que les aplica el público lector una vez enterado del robo. En el segundo caso no hay ni siquiera el propósito de delinquir.

Famosa es la requisitoria de don Julio Casares contra don Ramón María del Valle Inclán, a quien acusó de plagiario, y comprobó plenamente la acusación. Transcribe el primero, para comprobar su aserto, una larga serie de párrafos enteros de obras, de los que el segundo se apropió sin pudor alguno haciéndolos pasar como suyos en algunas de sus más famosas obras. (Julio Casares: Crítica profana).

Pero también en nuestro medio, en nuestro pequeño mundo literario, se han dado casos de plagio. Curiosísimo es el del Duque Job, el excelso poeta Manuel Gutiérrez Nájera quien, cuando apenas contaba diez años de edad, plagió una composición y la recitó como suya en una fiesta escolar, según asegura la hija del propio Duque. (Margarita Gutiérrez Nájera: Reflejos).

Mas volviendo a la coincidencia temática, nos hemos encontrado en estos últimos días con una asaz simpática y por demás curiosa. ¿Quién no conoce la fábula La lechera que, en forma diferente, pero con tema idéntico, han tratado La Fontaine y Samaniego? Más generalizada es la de este último, tan generalizada que no vale la pena de hablar siquiera de su desarrollo.

Pues bien, aparte de por La Fontaine y Samaniego, ese mismo tema ha sido tratado en el Panchatranta y en la obra que de éste se ha derivado: el Hitopadesa, fundamentos de la literatura antigua indostánica.

Con el título de La olla rota, el cuento hindú cuyo tema es similar al de La lechera, dice así –no está de más transcribirlo íntegramente en gracia a su brevedad, a su sencillez y a su ingenuidad:

Un brahmán llamado Svabhankvipana, después de comer, se encontró con que le sobraba una olla llena de arroz que le habían dado de limosna. La colgó de un clavo, en la pared, puso su cama debajo y se acostó. Toda la noche la pasó sin dormir, mirando a la ola y pensando:

Si sobreviniese ahora un período de hambre, a esta olla que está completamente llena de harina de arroz podré, muy bien, sacarle cien monedas de plata. Con ellas compraré un par de cabras y como éstas crían dos veces al año, pronto reuniré un buen rebaño. Cambiaré las cabras por vacas y cuando éstas hayan parido, venderé las terneras. Cambiaré las vacas por búfalas y éstas por yeguas. Parirán las yeguas y tendré muchos caballos. De la venta de los caballos me darán mucho oro y podré comprar una hermosa casa con cuatro salas. Vendrá a mi casa un brahmán y me dará en matrimonio a su hija más bella y bien dotada. Tendré con ella un hijo y lo llamaré Somasarman. Cuando mi hijo tenga edad para jugar, yo cogeré un libro y me iré a las caballerizas a estudiar, pero Somasarman dejará el regazo de su madre y vendrá a buscarme queriendo saltar sobre mis rodillas. Yo gritaré a la brahmana: ¡Llévate al niño!, pero ella, entretenida en sus labores, no me oirá y yo, encolerizado, le daré un puntapié.

“Tan embebido estaba el brahmán en estos pensamientos, que dio un feroz puntapié, rompiendo la olla, que cayó sobre él quedando todo blanco con la harina de arroz.

“Pensando en esto, digo yo:

“El que hace sobre el porvenir proyectos irrealizables se queda blanco como el padre de Somasarman.”

He aquí un ejemplo típico de coincidencias temáticas en la literatura. Mas, dejando a un lado, por ahora, toda alusión a ese particular, cambiemos el rumbo de las ideas y reflexiones en el hecho de que son muchos quienes, en este mundo, como la lechera de la fábula de Samaniego y La Fontaine y como el brahmán del cuento hindú del Panchatranta, convierten en realidad ilusos mitómanos, sus más absurdas fantasías, y viven encadenados a ellas –Prometeos modernos– en tanto que el águila de la realidad les va royendo las entrañas.

Pero, por otra parte, ¿no es la vida un sueño interminable? Si tal es así, soñemos, es decir, vivamos y alimentémonos de ilusiones como la lechera y el brahmán. ¡Es tan dulce el soñar!

México, D. F., julio de 1966.

 

Diario del Sureste. Mérida, 12 de julio de 1966, pp. 3, 7.

[Compilación de José Juan Cervera Fernández]

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