Juan José Caamal Canul
El cincho – jichkaxché- la ceiba – ruletas
Hemos dicho que José Ernesto junto con su hermano Cil eran los cinchadores de los toros en las corridas del pueblo. Oficio excéntrico como el que más, de riesgos innecesario acaso, e incluso ahora podríamos decir anacrónico.
En ese entonces, en otros ámbitos, al toro de lidia, instantes previos a salir al ruedo, se le ponen divisas con arponcillo o se le hacen puyas por parte del picador, para tentarlo y sacar su auténtica bravura.
Hubo un tiempo en que los toros se bajaban en un terreno cercano y se sujetaban en el tronco de un ramón o roble, en espera de llevarlos a la plaza. Las personas pasaban y, debido a que había una albarrada simbólica, es decir, baja, en varios tramos semiderruida y en otras inexistente, podía admirarse el tamaño, color y características generales del animal. La bravura o nobleza solo podía apreciarse en la plaza. Pero qué va: esos toros estaban placeados y capoteados cientos de veces.
Los vaqueros arreaban y otros sujetaban con lazos al toro y lo llevaban a la plaza, donde lo acercaban a un madero en el medio del redondel. Ahí Cilo le hacía un amarre especial para que no se soltase, de manera que solo se deshacía el nudo de la soga tirándola desde lejos; luego le ponía el cincho.
Desde el tablado del ayuntamiento, la charanga emitía un toque de corneta, una ordenanza que el oído traducía como suelten al toro. Encendía el petardo y, al mismo tiempo que explotaba, jalaba la cuerda. El toro, asustado, corría por el coso.
Todo este trajín era para espabilar al toro, ya que muchos estaban anímicamente hastiados de ser toreados. Eran toros matreros, pues por defecto tiraba a cornear el bulto del torero.
Sin embargo, José Ernesto y Cil durante muchos años cumplieron con esta actividad. Cinchadores, cincho ¿de qué estamos hablando? Cincho significa, sin mayor preámbulo, a cinto y cinturón. Nos referimos a unos cinturones mitad acero y mitad cuerda de hilo de henequén.
Al toro se le sujetaba con una soga al poste con un amarre frágil «jichkaxche», me dice José Ernesto; quizá quiere decir atarlo a un madero silvestre. Le insisto y me repite “jichkaxché”. Por un momento considero que me dijo una palabra atrofiada y que en realidad dijo jichyaxche, que querría significar entonces atarlo a una ceiba; este significado, sí, de connotaciones mitológicas Itzá-quiché.
Pero no: la palabra dicha es jichkaxché.
En algunos pueblos aún se acostumbra el “convite”. Ese mismo día, en paralelo y en otro lado, se reúne un grupo de adolescentes y se internan al monte en busca, hallazgo, corte y trasporte de una ceiba joven, para erigirla en medio del ruedo. Servirá en las labores de amarre de la res a lidiar, o simplemente se trata de que esta planta, símbolo del centro del mundo maya, presida una celebración de orígenes fenicios. Ya en otra ocasión comenté que en Chikindzonot se conjuntaron manos mayas para plasmar en piedra símbolos mediterráneos y bíblicos; el Génesis, por ejemplo.
El cincho portaba en la parte superior un tornillo con tuerca, como seguro. En aquel se introducía una pieza de madera rectangular de veinte centímetros aproximadamente; en uno de los extremos se le colocaba un cilindro de latón relleno de pólvora, y en el otro un petardo, ambos artefactos enlazados por un pabilo impregnado de pólvora: la mecha. Estas piezas se llamaban «ruletas», se manufacturaban en Izamal y solo se hacían sobre pedido. Esta ruleta operaba cuando se encendía la mecha, dando giros, lo que era su función, el impulso del cartucho del cilindro relleno de pólvora y, al final, el petardo explotaba en el lomo del animal. Es decir, «quemaba» en primer lugar, y luego una fuerte vibración. Se buscaba motivar al toro para «embravecerlo», para que los toreros hicieran luego sus faenas.
Esta labor se hacía con precaución, ya no de recibir un pitonazo, pues la res estaba atada por el cuello al poste, sino de un pisotón con la pezuña, coces, o el atropello con la parte trasera del animal maniatado.
Esta era la labor de Cilo, Cinchador de toros.
Quizá no se percaten de las relaciones establecidas. Apenas caigo en cuenta, pero es lo que siento que se pone de manifiesto. Virginio Durán era dueño de Halauc o Chempec y del cinema Lido; José Ernesto, Graciliano y José del Carmen, “cinchadores” de toros; encargado del cine Lido, trabajadores de sus planteles y toreros.
Es posible que debido a lo pequeño de la comunidad no quedasen muchas alternativas de empleo y subsistencia. En algún momento, tarde que temprano, pertenecerían a la nómina de algún patrón local, o solo cambiarían de ocupación, pues no había muchos empleos que escoger y menos patrones.
Ya el tiempo de mi relato es una pálida bandera de otros tiempos. El que me tocó vivir solo es recuerdo de otros. Este es solo un recuerdo por escrito de otros recuerdos verbales que se deshilachan en el viento cósmico del tiempo.
Tekantó 26 de nov de 2017- Mérida 25 de febrero de 2019