Poesía
Antonio Cisneros Cámara
No es la primera vez que hinca sus garras
el buitre de la duda en tu albo seno,
ni la primera vez que en tus pupilas
brilla el fulgor fatídico y siniestro
que sorprendió Desdémona infeliz
en las miradas del terrible negro.
¿Qué hacer para acallar las inquietudes?
¿qué para disipar en nuestro cielo
la tempestuosa nube que condensan
pueril temor y receloso afecto?
¿Dudar de mi cariño y mi constancia?
¿dudar de mis sagrados juramentos
cuando por ti no más amo la vida
y ambiciono poder y en glorias sueño?…
Deja de atormentarte con sospechas
que, más que a mí, te ofenden. El espejo
a veces te dirá que Praxiteles
y Phidias te quisieran por modelo
y que las mismas Gracias te formaron
con maternal y delicado esmero.
A la sonrisa en tu purpúrea boca
plugo imprimir su peregrino sello
y tus labios son nido en que aletean
incitadores, voluptuosos besos.
Tu voz remeda el voluptuoso ritmo
que entre flores murmura el arroyuelo
y el gemir de las brisas en las palmas
y de canoras aves el gorjeo.
Hay en tu frente nacarada, líneas
reveladoras de bondad y genio,
de castos y divinos ideales
y de afiligranados pensamientos.
Tu cintura brevísima y airosa,
que con mis manos trémulas estrecho,
a Venus Afrodita la robaste
y la forjó en sus yunques el Deseo.
Tiene tu suave y sonrosado cutis
del durazno en sazón el terciopelo
y ostentas regia, en curvas y perfiles,
toda la majestad del arte griego!
Tu hermoso corazón es un santuario
de par en par a la piedad abierto:
¿qué miserias en él no hallan refugio?
¿qué dolores en él no hallan consuelo?
¿Y sueñas en rivales y les temes?…
¿no te conoces o me juzgas ciego?
En su elocuente desnudez contempla
de tus raros hechizos el portento
y sabrás que a Natura es imposible
un cuerpo hacer más lindo que tu cuerpo.
Reconcéntrate en ti breves instantes
y verás lo que yo muy claro veo:
que tu alma es un tesoro de virtudes
y de ternura perennal venero.
Desecha, pues, ridículos temores
que más que a mí te ofenden con exceso.
Quien de Lucrecia descrinó la veste
no irá jamás de Mesalina al lecho
ni ha de arrastrar sus alas en el fango
quien hasta en zénit remontó su vuelo.
¡Tú eres mi único amor… tú que me inflamas
en eróticas ansias, dulce dueño,
con la visión de esculturales formas
y las promesas de un placer supremo!
¡Tú eres mi único amor… tú que me inspiras
levantados y nobles sentimientos
y sublimas mi espíritu y le infundes
inquebrantable fe, vigor inmenso,
y templas mi laúd y de sus cuerdas
haces brotar el armonioso verso!
¡Ven a mis brazos, ven… luzca en tus ojos,
gentil mujer, de la pasión el fuego;
lata mi corazón cerca del tuyo;
embriágueme el perfume de tu aliento;
tiemblen tus carnes mórbidas al roce
del labio mío en tu desnudo cuello;
caldéame en las fraguas encendidas
de tu fecundo y palpitante seno;
confundamos en una nuestras almas;
confundamos en uno nuestros cuerpos,
y del sublime goce en los deliquios,
al estallar el delirante beso,
huya por siempre en vergonzosa fuga
el áspid ponzoñoso de los celos!
Mérida, Yucatán.
El Eco Literario. Edición del lunes de El Eco del Comercio. Mérida, año I, núm. 2, 12 de enero de 1903, p. 2.